miércoles, 26 de junio de 2013

Sostenibilidad y Minimalismo

Sostenibilidad y Minimalismo


Hoy día es imposible concebir una empresa que desatiende los conceptos de sustentabilidad y minimalismo. Más allá de las sociedades en evolución, las empresas poco a poco se han percatado de la enorme importancia y valor que los recursos poseen, desde el capital financiero mismo hasta aquellos aparentemente insignificantes como parecieran serlo un lápiz, una hoja de papel, un foco encendido sin necesidad alguna y muchas actividades similares.

Sin embargo, en esencia, la sostenibilidad a largo plazo tanto como el minimalismo han sido conceptos de interés por parte de la humanidad desde tiempos remotos, principalmente, aunque no excluyentemente, por los seres humanos más privados de recursos, los multicarentes, quienes más por imposibilidad real que por ignorancia o carencia de conciencia han tenido que vivir cuidando y apreciando los recursos en su justa dimensión para asegurarse la diaria sobrevivencia a la vez que algún plazo esperanzador de vida, casi tal cual hoy dichas rimbombantes palabras pregonan.

Sin duda, el insultante derroche y desperdicio de recursos observado durante el último siglo como consecuencia de la ignorancia e indiferencia del ser por el ser, tanto como por la abrumadora presión social por destacar y ser  reconocido como alguien a cualquier costo, principalmente a través de la obsolescencia planeada y la riqueza material, finalmente tocaron fondo con la reciente crisis financiera mundial.

De tal suerte, en la actualidad observamos el inusitado aparecimiento de programas de concienciación para reducir nuestro consumo, cuidar los recursos no renovables y retomar un estilo de vida de relación armónica con el Universo, principalmente el medio ambiente, como única alternativa de asegurar no sólo el ulterior desarrollo del ser sino la supervivencia misma de la humanidad.

Ha sido necesario un punto de inflexión severo en el crecimiento de las corporaciones tanto como de nuestras vanas aspiraciones para recordar aquellas palabras enunciadas en el lejano 1855 por el jefe indio Seattle, Gran Jefe de los Duwamish, al 14avo presidente de los USA, Franklin Pierce, que entre otras dicen:
De una cosa estamos bien seguros. La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo va enlazado, el hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo.
Lo que hace con la trama, se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizás seamos hermanos. Ya veremos.

De tal suerte, quizá no sea necesario esforzarnos en evolucionar hacia estadios superiores como seres humanos sino simplemente retroceder. Dar vuelta sobre nuestros mismos pasos hasta el momento aquel en la historia en que nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestra naturaleza homo sapiens, y nos tornamos esclavos, empeñando nuestra capacidad de reflexión.

viernes, 7 de junio de 2013

Así Conquistamos El Mirador (Muestra)

PREFACIO


Llegar hasta este remoto lugar del país no ha sido fácil, y el regreso seguramente tampoco lo será. Y es que sí, sin duda, el sitio arqueológico maya El Mirador está situado en lo más recóndito posible dentro de la exuberante selva de Guatemala, en América Central.

Por ello mismo, también es importante señalar que permanecer sólo un día acá, en el sitio arqueológico y sus inmediaciones, no es suficiente para quien tiene verdadero interés en el tema, dado que tan sólo su núcleo urbano, hasta ahora descubierto y graficado aunque no totalmente descombrado, posee un área poco mayor a los 5 kilómetros cuadrados (3.3 kms. de Este a Oeste y cerca de 1.6 kms de Norte a Sur), albergando en ella cerca de 35 magníficas estructuras triádicas e infinidad de vestigios y escombros.

Tikal, más ampliamente conocido, en su núcleo alcanza apenas cerca de los dos kilómetros cuadrados. 

Sí. Dado el entorno natural propio —una extensa y prístina selva que denodadamente se intenta preservar para la humanidad— tanto la incursión como la estancia misma en El Mirador resultan siendo más bien representativas de la aventura extrema, tal el mismísimo estilo de Indiana Jones©. Ejemplo de ello es, entre otros muchísimos más, el abastecimiento de agua para beber, pues carente el área por completo de fuentes o manantiales naturales, dicha es transportada desde el poblado de San Andrés, distante tanto como cien kms. sesenta de ellos caminando o a lomo de mula a través de veredas entre la selva. Esto propicia que los guardianes o cuidadores de los sitios arqueológicos, en pro de su propia supervivencia, al igual que lo hicieron los antiguos habitantes del lugar, administren los flujos de agua que son posibles captar a partir de las lluvias, y luego almacenen el vital líquido para cuando resulta menester, principalmente la estación seca o de verano. Basta saber que los arqueólogos, antropólogos y demás científicos del mundo que trabajan en el área lo hacen durante la estación lluviosa para no padecer los rigores de la carencia del vital líquido ni el sofocante calor del verano.

De tal suerte, llegar, permanecer y regresar del sitio arqueológico El Mirador es toda una travesía de aventura extrema que exige no sólo buena condición física y mental sino también ropas y calzado adecuados que permitan soportar o cuando menos aliviar el rigor del esfuerzo, las condiciones del terreno y la privación de toda comodidad a que el mundo moderno nos ha habituado y que la selva, sin tapujo alguno, nos arrebata inmediatamente.


A - ¡Algarabía en El Tigre!


El océano de verdes y frondosas copas de árboles de ramón y chicozapote que se extiende hasta el infinito, así como de altos e imponentes cedros y caobas que como veleros y catamaranes sobresalen, está muy por debajo de nuestros pies. Da albergue a varios grupos de monos araña y solitarios aulladores, así como a  cientos de aves cuyo variopinto canto nos sumergen en ese mar de prístina naturaleza.

Nos deleitamos contemplando el ocaso de dorados y anaranjados hasta allá, al otro lado de la Sierra Madre, sobre el Pacífico; y al Este, muy cerca, como a 2 kilómetros de distancia pero a más de 20 metros arriba de nosotros, la cresta de otra impresionante pirámide. La magnífica Danta, la estructura piramidal más grande.

Esa colosal pirámide que vemos desde acá, con sus cerca de 2,800,000 metros cúbicos de piedra sobre piedra, 72 metros de altura y una extensa base de poco más de 300 por 600 metros, también de piedra, pero además, asentada sobre la más prominente colina del entorno, es el emblema arqueológico por excelencia del sitio maya El Mirador, tanto por su inmensidad como por su monumentalidad.

El suave viento fresco que del Norte llega acaricia nuestros rostros y doblega paulatinamente los cerca de 35 grados centígrados a que hemos estado sometidos durante la jornada.

El espacio del que disponemos acá arriba, en la cresta de la pirámide El Tigre,  es aproximadamente de tres por ocho metros de la más dura y pura piedra que en el área existe. Compartimos estos pocos metros y la magia del espectáculo natural con otro grupo de jóvenes cuyos colores de ojos y cabellos, rostros pálidos y lechosos, y una peculiar vestimenta los identifican como turistas extranjeros.

Nosotros, guatemaltecos, turistas nacionales, conversamos eufóricos observando ese océano color verde jade maya que en lontananza se difumina con el anaranjado del sol y los halos dorados de las nubes que flotan suspendidas en el turquesa del cielo.

Como bien sabemos, los mayas fueron acuciosos observadores y grandes conocedores del cielo, por lo que tan sólo acá en El Mirador hay dos observatorios de la bóveda celeste y un sistema de relevantes estructuras, también de piedra, que registran a la perfección los equinoccios de otoño y primavera, 21 ó 22 de marzo y 22 ó 23 de septiembre, así como los solsticios de verano e invierno, 20 ó 21 de junio y 21 ó 22 de diciembre.

Por cierto, de acuerdo a la cosmovisión maya y su calendario de Cuenta Larga, el solsticio de invierno de 2012, el 21 de diciembre, marca el final de una era identificada como El Quinto Sol, la cual inició en el año 3,114 antes de Cristo.

Como referencia en el tiempo, Confucio estaba en su apogeo en el año 500 antes de Cristo; Roma se fundo poco antes, en el 753  ac; la Ilíada, de Homero, se estima fue creada en el 800 ac y la pirámide de Guiza, en Egipto, la séptima maravilla más antigua del mundo, se ha establecido que fue construida muchísimo antes, en el año 2,570 ac.

El ciclo del Quinto Sol, entonces, de acuerdo al calendario maya de Cuenta Larga, inició mucho antes que existiera la magnífica pirámide egipcia. De hecho, a partir de residuos de polen de maíz, se ha establecido que los primeros habitantes se asentaron en el área de El Mirador allá por el 2,750 ac. De ahí que el período Preclásico Maya, establecido por el equipo de arqueólogos, abarque desde el 2,500 ac hasta el 350dc.

Pero así como dicho calendario marca el final de la era del Quinto Sol durante el solsticio del invierno de 2012, marca también el inicio de otra nueva. De un ciclo que tiene como ideal espiritual la acción. El renacer. Una nueva era Shambhala. De amor y luz para la humanidad.

Gradualmente, la noche se impone. Vemos y charlamos animadamente cuando las tenues estrellas empiezan a brillar y una a una salpican tímidamente el vasto océano de la vía láctea y las misteriosas e incomprensibles profundidades del Universo. Pronto, Júpiter y sus satélites galileanos también fulguran intensamente, y Venus, cual magnífico brillante solitario, hace lo propio cerca del sol que se oculta. El conjunto brinda a nuestras vistas un fantástico poema de métrica personal sobre natura.

Por su lado, los turistas extranjeros permanecen en silencio. Pretenden escuchar la algarabía de la selva que pausadamente se desnuda de ese color verde jade que le es propio en tanto se abriga con el manto negro de la noche oscura. Nosotros, al igual, escuchamos, pero también  conversamos y nos deleitamos con ese magnífico espectáculo que deleita nuestros sentidos. Compartimos. Compartimos como seres cuatrónicos: con nuestro interior, con nuestro Ser supremo, con nuestros semejantes y con todo aquello que en ese pequeño Universo existe y es. Y a todos damos gracias por permitirnos estar ahí. Por permitirnos ser parte de él.

El griterío nervioso de los monos araña, el rugir imponente de un mono aullador que reclama su territorio, el frenético canto de un grupo de pájaros y el monótono, de uno que otro tucán en las cercanías, forman una sinfonía de naturaleza que libera por completo nuestros sentidos y da rienda suelta a nuestra imaginación.

El sitio arqueológico El Mirador, 1,000 años más antiguo que Tikal, floreció entre el 350ac y el 150dc, mismo que ha sido identificado como el período Preclásico Tardío de la civilización maya. Es decir, la mismísima época en la que Jesús anduvo en las sinagogas de Galilea enseñando y predicando el evangelio del reino, y según el libro de los mormones, también por acá, en América, luego de su resurrección.

Intempestivamente, alguien del grupo grita eufórico. ¡Aquello se mueve! ¡Va volando! ¡Miren! ¡Miren! ¡Es un ovni! De inmediato todos volteamos a ver hacia donde la yema del dedo de aquel señala y escudriñamos las profundidades de la oscura bóveda en pos del misterioso objeto.

Efectivamente, de entre aquella telaraña de titilantes estrellas de plata destaca un punto brillante que se desplaza en línea recta de Noreste a Suroeste. Pero cuando vemos detenidamente, encontramos más de uno. Otro va en dirección contraria, y un tercero, por mera ilusión óptica, casi choca contra el primero. El entusiasmo y los corazones retumban como seguramente lo hicieron los mayas con su tunk`ul (tambor de madera con parche de piel de jaguar o de venado) dos mil años antes en este mismo sitio.

—¡Ey, tranquilos! —Les digo. —¡Son satélites!, ¡satélites artificiales! —Agrego. Y a continuación el tema nos acapara.

Pero se ven tantos y a mis compañeros les resultan tan extraños que el entusiasmo desborda en un clímax inusitado de algarabía y jolgorio. Nuestra alegría se expande por sobre la selva tanto como dos mil años antes lo hizo la euforia guerrera de sus habitantes.

Abruptamente, y rasgando brutalmente la magia del momento, un ensordecedor y prepotente: —¡Shut up or go down! — se esparce por sobre aquélla milenaria estructura.

Uno de ellos, uno de los turistas extranjeros, el desgarbado, nos exige silencio y amenaza con echarnos hacia abajo de la pirámide, dándonos a conocer con ello su ignorante y abusiva prepotencia ante el mundo maya.

Las estrellas mismas se cobijan rápidamente tras la oscuridad y la luna gardenia de plata se viste de luto en tanto la selva enmudece y el cierzo, gélido y punzante ahora, choca contra nuestros rostros.


B - Organización y vuelo hacia Petén


Mi ilusión por ir, conocer y conquistar El Mirador inició desde cinco o seis años atrás, tanto por mi pasión por la selva y la aventura como por mi afición al ciclismo y el correspondiente interés en establecer la posibilidad de ingresar en bicicleta de montaña desde Carmelita, el último y más cercano poblado aún con débiles destellos de civilización, hasta ese sitio arqueológico. Además, la idea de aportar el conocimiento que adquiriría para la construcción de un sendero o toda una ciclovía que permita atravesar la selva en un pequeño caballo de acero, o de bambú, como personalmente las he venido fabricando últimamente, me ha entusiasmado y cautivado desde que supe de la posibilidad que había de visitar esa magnífica y ancestral ciudad maya de más de 2,000 años de antigüedad.

Así pues, cuando vi el anuncio en prensa de una excursión formal organizada por el mismísimo Instituto Guatemalteco de Turismo, no vacilé en inscribirme, previo pago de poco más de Q 3,000.00, cerca de US $ 400.00. No pregunté ni solicité mayor información acerca de cómo y cuáles eran las condiciones del terreno y las distancias, dado que mi sentido de independencia y autosuficiencia me habían exigido previo calcular, mediante distintos mapas de la Internet y locales, que caminaríamos, cuando mucho, treinta a treinta y cinco kilómetros de ida y, por supuesto, igual distancia de regreso. —Pan comido—, pensé, pues a pesar de mi edad, practico ciclismo regularmente y suelo caminar grandes distancias, principalmente con la bicicleta al lado cuando por alguna razón se me arruina o descompone durante mis recorridos dominicales. Esto, por supuesto, en la “comodidad urbana” del asfalto citadino.

Reconozco haber leído en el folleto que me proporcionaron al momento de inscribirme que la excursión estaba considerada como una aventura de carácter extremo, pero no lo creí así hasta cuando recibí una llamada telefónica de parte del mismísimo personal del citado instituto de turismo, justo un día antes de salir de ciudad Guatemala rumbo al área.

—Alo. ¿Don José Luis?
—Sí, con él habla.
—Don José Luis, le saludamos del INGUAT, sólo para indicarle que no vaya a llevar ningún objeto de valor en su excursión que sale mañana al Mirador.
—¿Cómo así, señorita? Tengo preparada la cámara fotográfica, binoculares y otras cositas por ahí que no puedo dejar de llevar.
—Ah, sí, de eso no tenga pena. Quiero decir que no lleve cadenas o anillos o esclavas de oro o cosas así.
—¡Caramba...! ¿Me está diciendo que podemos ser víctimas de un asalto? —Pregunto con cierto desacierto, a la vez que pienso que efectivamente será una aventura extrema.
—No. Es sólo por precaución. —Me indica la jovencita, que sin duda lo es quien me habla.
—Bueno, de acuerdo. Gracias.
—Bien, don José, entonces mañana lo contactará alguno de nosotros en el hangar de la aerolínea. Tenga buena tarde.
—Ok. Muchas gracias. Hasta mañana. 

¿Qué puedo hacer? Ya estoy encaramado en el macho, como solemos decir cuando estamos en el punto de no retorno. Mañana mismo, de madrugada, debo partir, así que no hay ninguna posibilidad de evitarlo; aunque, paradójicamente, no he partido.

Desde tres días atrás he ajustado el horario de mi rutina diaria a la que seguramente necesitaré allá en la selva. Me acuesto a las 19:00 para dormirme a más tardar a 19:30, y me despierto a las 4:00 de la madrugada. Por supuesto, no hago siesta en el transcurso del día. Este horario permite aprovechar al máximo las jornadas de luz natural, pues sin duda, allá no dispondremos de algo artificial. En absoluto.

La alarma del reloj despertador suena justo a las 3:50 de la madrugada. Necesito estar en las inmediaciones del aeropuerto de ciudad Guatemala, precisamente en los hangares situados sobre la avenida Hincapié, a las cinco en punto, dado que mi vuelo está programado para salir a las seis horas rumbo a Petén. Específicamente a Santa Elena, en la orilla del lago de Flores, donde también se encuentra la cosmopolita isla de Flores. Y siendo un vuelo interno, sin necesidad de registro migratorio, una hora de antelación es más que suficiente.

De inmediato me levanto y me doy una ducha. Quizá sea la única en los próximos cinco días. Me visto con la ropa y los zapatos que he preparado desde días atrás. Fresca, de algodón, y de color claro, ideal para el calor y los insectos de la zona, pues así se ven fácilmente en caso de treparse alguno. ¡O algunos? Así mismo, llevo una chumpa liviana impermeable que además de calentar mi cuerpo también...

Amigo lector, estos breves líneas representan el estilo y rico contenido de mi aventura allá en la selva del Petén. 

Os invito a leerlo completo en el e-book: Así Conquistamos El Mirador, disponible en el portal de comercio más grande. 

Muchas gracias por tu interés. 


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