Es ella...
Las rosas, los soles, los pájaros, aquellas aves que tantas veces cantaron a los tibios rayos del sol cuando escurridizos asomaban desde entre las frondosas copas de los árboles, yacen ahora muertos sobre el suelo, esparcidos, y a su lado, una esperanza. Una esperanza verde y cientos, miles de hojas que se secan ante la indiferencia de la vida, que egoísta, sigue su rumbo sin voltear a ver siquiera.
El cuerpo incólume, recto; reacio al vendaval, parece soportar estoico el peso de su alma abrumada que se despedaza a jirones negros, oscuros, pestilentes, en tanto deja al desnudo todo un vacío lleno de congoja, de dolor, de sufrimiento.
La vida sigue. Sin voltear a ver. Sin inmutarse siquiera.
El alma finalmente clama, implora, pero tarde es ya, la vida se va, y con ella, la ilusión.
Solo ha quedado la esperanza, muerta, al lado de lo que algún día fue un alma, y ahora es solo rastrojos.
Rastrojos de alma que languidecen entre las paredes de una tumba que la vida cinceló desde que empezó a ser indiferente.
No es, señores, la muerte la que llega. Es la vida la que nos abandona. La puta vida se nos va, y nada le importa.
Hoy puedo contároslo con toda propiedad, aunque sin alma y sin vida, solo con una esperanza muerta entre dos manos que ya no son mías.
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