Así Conquistamos El Mirador (Muestra)
PREFACIO
Llegar
hasta este remoto lugar del país no ha sido fácil, y el regreso seguramente
tampoco lo será. Y es que sí, sin duda, el sitio arqueológico maya El Mirador
está situado en lo más recóndito posible dentro de la exuberante selva de
Guatemala, en América Central.
Por
ello mismo, también es importante señalar que permanecer sólo un día acá, en el
sitio arqueológico y sus inmediaciones, no es suficiente para quien tiene
verdadero interés en el tema, dado que tan sólo su núcleo urbano, hasta ahora
descubierto y graficado aunque no totalmente descombrado, posee un área poco
mayor a los 5 kilómetros cuadrados (3.3 kms. de Este a Oeste y cerca de 1.6 kms
de Norte a Sur), albergando en ella cerca de 35 magníficas estructuras
triádicas e infinidad de vestigios y escombros.
Tikal,
más ampliamente conocido, en su núcleo alcanza apenas cerca de los dos
kilómetros cuadrados.
Sí.
Dado el entorno natural propio —una extensa y prístina selva que denodadamente
se intenta preservar para la humanidad— tanto la incursión como la estancia
misma en El Mirador resultan siendo más bien representativas de la aventura
extrema, tal el mismísimo estilo de Indiana Jones©. Ejemplo de ello es, entre
otros muchísimos más, el abastecimiento de agua para beber, pues carente el
área por completo de fuentes o manantiales naturales, dicha es transportada
desde el poblado de San Andrés, distante tanto como cien kms. sesenta de ellos
caminando o a lomo de mula a través de veredas entre la selva. Esto propicia
que los guardianes o cuidadores de los sitios arqueológicos, en pro de su
propia supervivencia, al igual que lo hicieron los antiguos habitantes del
lugar, administren los flujos de agua que son posibles captar a partir de las
lluvias, y luego almacenen el vital líquido para cuando resulta menester,
principalmente la estación seca o de verano. Basta saber que los arqueólogos,
antropólogos y demás científicos del mundo que trabajan en el área lo hacen
durante la estación lluviosa para no padecer los rigores de la carencia del
vital líquido ni el sofocante calor del verano.
De
tal suerte, llegar, permanecer y regresar del sitio arqueológico El Mirador es
toda una travesía de aventura extrema que exige no sólo buena condición física
y mental sino también ropas y calzado adecuados que permitan soportar o cuando
menos aliviar el rigor del esfuerzo, las condiciones del terreno y la privación
de toda comodidad a que el mundo moderno nos ha habituado y que la selva, sin
tapujo alguno, nos arrebata inmediatamente.
A - ¡Algarabía en El Tigre!
El
océano de verdes y frondosas copas de árboles de ramón y chicozapote que se
extiende hasta el infinito, así como de altos e imponentes cedros y caobas que
como veleros y catamaranes sobresalen, está muy por debajo de nuestros pies. Da
albergue a varios grupos de monos araña y solitarios aulladores, así como
a cientos de aves cuyo variopinto canto
nos sumergen en ese mar de prístina naturaleza.
Nos
deleitamos contemplando el ocaso de dorados y anaranjados hasta allá, al otro
lado de la Sierra Madre, sobre el Pacífico; y al Este, muy cerca, como a 2
kilómetros de distancia pero a más de 20 metros arriba de nosotros, la cresta
de otra impresionante pirámide. La magnífica Danta, la estructura piramidal más
grande.
Esa
colosal pirámide que vemos desde acá, con sus cerca de 2,800,000 metros cúbicos
de piedra sobre piedra, 72 metros de altura y una extensa base de poco más de
300 por 600 metros, también de piedra, pero además, asentada sobre la más
prominente colina del entorno, es el emblema arqueológico por excelencia del
sitio maya El Mirador, tanto por su inmensidad como por su monumentalidad.
El
suave viento fresco que del Norte llega acaricia nuestros rostros y doblega
paulatinamente los cerca de 35 grados centígrados a que hemos estado sometidos
durante la jornada.
El
espacio del que disponemos acá arriba, en la cresta de la pirámide El
Tigre, es aproximadamente de tres por
ocho metros de la más dura y pura piedra que en el área existe. Compartimos
estos pocos metros y la magia del espectáculo natural con otro grupo de jóvenes
cuyos colores de ojos y cabellos, rostros pálidos y lechosos, y una peculiar
vestimenta los identifican como turistas extranjeros.
Nosotros,
guatemaltecos, turistas nacionales, conversamos eufóricos observando ese océano
color verde jade maya que en lontananza se difumina con el anaranjado del sol y
los halos dorados de las nubes que flotan suspendidas en el turquesa del cielo.
Como
bien sabemos, los mayas fueron acuciosos observadores y grandes conocedores del
cielo, por lo que tan sólo acá en El Mirador hay dos observatorios de la bóveda
celeste y un sistema de relevantes estructuras, también de piedra, que
registran a la perfección los equinoccios de otoño y primavera, 21 ó 22 de
marzo y 22 ó 23 de septiembre, así como los solsticios de verano e invierno, 20
ó 21 de junio y 21 ó 22 de diciembre.
Por
cierto, de acuerdo a la cosmovisión maya y su calendario de Cuenta Larga, el
solsticio de invierno de 2012, el 21 de diciembre, marca el final de una era
identificada como El Quinto Sol, la cual inició en el año 3,114 antes de
Cristo.
Como
referencia en el tiempo, Confucio estaba en su apogeo en el año 500 antes de
Cristo; Roma se fundo poco antes, en el 753
ac; la Ilíada, de Homero, se estima fue creada en el 800 ac y la
pirámide de Guiza, en Egipto, la séptima maravilla más antigua del mundo, se ha
establecido que fue construida muchísimo antes, en el año 2,570 ac.
El
ciclo del Quinto Sol, entonces, de acuerdo al calendario maya de Cuenta Larga,
inició mucho antes que existiera la magnífica pirámide egipcia. De hecho, a
partir de residuos de polen de maíz, se ha establecido que los primeros
habitantes se asentaron en el área de El Mirador allá por el 2,750 ac. De ahí
que el período Preclásico Maya, establecido por el equipo de arqueólogos,
abarque desde el 2,500 ac hasta el 350dc.
Pero
así como dicho calendario marca el final de la era del Quinto Sol durante el
solsticio del invierno de 2012, marca también el inicio de otra nueva. De un
ciclo que tiene como ideal espiritual la acción. El renacer. Una nueva era
Shambhala. De amor y luz para la humanidad.
Gradualmente,
la noche se impone. Vemos y charlamos animadamente cuando las tenues estrellas
empiezan a brillar y una a una salpican tímidamente el vasto océano de la vía
láctea y las misteriosas e incomprensibles profundidades del Universo. Pronto,
Júpiter y sus satélites galileanos también fulguran intensamente, y Venus, cual
magnífico brillante solitario, hace lo propio cerca del sol que se oculta. El
conjunto brinda a nuestras vistas un fantástico poema de métrica personal sobre
natura.
Por
su lado, los turistas extranjeros permanecen en silencio. Pretenden escuchar la
algarabía de la selva que pausadamente se desnuda de ese color verde jade que
le es propio en tanto se abriga con el manto negro de la noche oscura.
Nosotros, al igual, escuchamos, pero también
conversamos y nos deleitamos con ese magnífico espectáculo que deleita
nuestros sentidos. Compartimos. Compartimos como seres cuatrónicos: con nuestro
interior, con nuestro Ser supremo, con nuestros semejantes y con todo aquello
que en ese pequeño Universo existe y es. Y a todos damos gracias por
permitirnos estar ahí. Por permitirnos ser parte de él.
El
griterío nervioso de los monos araña, el rugir imponente de un mono aullador
que reclama su territorio, el frenético canto de un grupo de pájaros y el
monótono, de uno que otro tucán en las cercanías, forman una sinfonía de
naturaleza que libera por completo nuestros sentidos y da rienda suelta a
nuestra imaginación.
El
sitio arqueológico El Mirador, 1,000 años más antiguo que Tikal, floreció entre
el 350ac y el 150dc, mismo que ha sido identificado como el período Preclásico
Tardío de la civilización maya. Es decir, la mismísima época en la que Jesús
anduvo en las sinagogas de Galilea enseñando y predicando el evangelio del
reino, y según el libro de los mormones, también por acá, en América, luego de
su resurrección.
Intempestivamente,
alguien del grupo grita eufórico. ¡Aquello se mueve! ¡Va volando! ¡Miren!
¡Miren! ¡Es un ovni! De inmediato todos volteamos a ver hacia donde la yema del
dedo de aquel señala y escudriñamos las profundidades de la oscura bóveda en
pos del misterioso objeto.
Efectivamente,
de entre aquella telaraña de titilantes estrellas de plata destaca un punto
brillante que se desplaza en línea recta de Noreste a Suroeste. Pero cuando
vemos detenidamente, encontramos más de uno. Otro va en dirección contraria, y
un tercero, por mera ilusión óptica, casi choca contra el primero. El
entusiasmo y los corazones retumban como seguramente lo hicieron los mayas con
su tunk`ul (tambor de madera con parche de piel de jaguar o de venado) dos mil
años antes en este mismo sitio.
—¡Ey,
tranquilos! —Les digo. —¡Son satélites!, ¡satélites artificiales! —Agrego. Y a
continuación el tema nos acapara.
Pero
se ven tantos y a mis compañeros les resultan tan extraños que el entusiasmo
desborda en un clímax inusitado de algarabía y jolgorio. Nuestra alegría se
expande por sobre la selva tanto como dos mil años antes lo hizo la euforia
guerrera de sus habitantes.
Abruptamente,
y rasgando brutalmente la magia del momento, un ensordecedor y prepotente:
—¡Shut up or go down! — se esparce por sobre aquélla milenaria estructura.
Uno
de ellos, uno de los turistas extranjeros, el desgarbado, nos exige silencio y
amenaza con echarnos hacia abajo de la pirámide, dándonos a conocer con ello su
ignorante y abusiva prepotencia ante el mundo maya.
Las
estrellas mismas se cobijan rápidamente tras la oscuridad y la luna gardenia de
plata se viste de luto en tanto la selva enmudece y el cierzo, gélido y
punzante ahora, choca contra nuestros rostros.
B - Organización y vuelo hacia Petén
Mi
ilusión por ir, conocer y conquistar El Mirador inició desde cinco o seis años
atrás, tanto por mi pasión por la selva y la aventura como por mi afición al
ciclismo y el correspondiente interés en establecer la posibilidad de ingresar
en bicicleta de montaña desde Carmelita, el último y más cercano poblado aún
con débiles destellos de civilización, hasta ese sitio arqueológico. Además, la
idea de aportar el conocimiento que adquiriría para la construcción de un
sendero o toda una ciclovía que permita atravesar la selva en un pequeño
caballo de acero, o de bambú, como personalmente las he venido fabricando
últimamente, me ha entusiasmado y cautivado desde que supe de la posibilidad
que había de visitar esa magnífica y ancestral ciudad maya de más de 2,000 años
de antigüedad.
Así
pues, cuando vi el anuncio en prensa de una excursión formal organizada por el
mismísimo Instituto Guatemalteco de Turismo, no vacilé en inscribirme, previo
pago de poco más de Q 3,000.00, cerca de US $ 400.00. No pregunté ni solicité
mayor información acerca de cómo y cuáles eran las condiciones del terreno y
las distancias, dado que mi sentido de independencia y autosuficiencia me
habían exigido previo calcular, mediante distintos mapas de la Internet y
locales, que caminaríamos, cuando mucho, treinta a treinta y cinco kilómetros
de ida y, por supuesto, igual distancia de regreso. —Pan comido—, pensé, pues a
pesar de mi edad, practico ciclismo regularmente y suelo caminar grandes
distancias, principalmente con la bicicleta al lado cuando por alguna razón se
me arruina o descompone durante mis recorridos dominicales. Esto, por supuesto,
en la “comodidad urbana” del asfalto citadino.
Reconozco
haber leído en el folleto que me proporcionaron al momento de inscribirme que
la excursión estaba considerada como una aventura de carácter extremo, pero no
lo creí así hasta cuando recibí una llamada telefónica de parte del mismísimo
personal del citado instituto de turismo, justo un día antes de salir de ciudad
Guatemala rumbo al área.
—Alo. ¿Don José Luis?
—Sí,
con él habla.
—Don
José Luis, le saludamos del INGUAT, sólo para indicarle que no vaya a llevar
ningún objeto de valor en su excursión que sale mañana al Mirador.
—¿Cómo
así, señorita? Tengo preparada la cámara fotográfica, binoculares y otras
cositas por ahí que no puedo dejar de llevar.
—Ah,
sí, de eso no tenga pena. Quiero decir que no lleve cadenas o anillos o
esclavas de oro o cosas así.
—¡Caramba...!
¿Me está diciendo que podemos ser víctimas de un asalto? —Pregunto con cierto
desacierto, a la vez que pienso que efectivamente será una aventura extrema.
—No.
Es sólo por precaución. —Me indica la jovencita, que sin duda lo es quien me
habla.
—Bueno,
de acuerdo. Gracias.
—Bien,
don José, entonces mañana lo contactará alguno de nosotros en el hangar de la
aerolínea. Tenga buena tarde.
—Ok.
Muchas gracias. Hasta mañana.
¿Qué
puedo hacer? Ya estoy encaramado en el macho, como solemos decir cuando estamos
en el punto de no retorno. Mañana mismo, de madrugada, debo partir, así que no
hay ninguna posibilidad de evitarlo; aunque, paradójicamente, no he partido.
Desde
tres días atrás he ajustado el horario de mi rutina diaria a la que seguramente
necesitaré allá en la selva. Me acuesto a las 19:00 para dormirme a más tardar
a 19:30, y me despierto a las 4:00 de la madrugada. Por supuesto, no hago
siesta en el transcurso del día. Este horario permite aprovechar al máximo las
jornadas de luz natural, pues sin duda, allá no dispondremos de algo
artificial. En absoluto.
La
alarma del reloj despertador suena justo a las 3:50 de la madrugada. Necesito estar
en las inmediaciones del aeropuerto de ciudad Guatemala, precisamente en los
hangares situados sobre la avenida Hincapié, a las cinco en punto, dado que mi
vuelo está programado para salir a las seis horas rumbo a Petén.
Específicamente a Santa Elena, en la orilla del lago de Flores, donde también
se encuentra la cosmopolita isla de Flores. Y siendo un vuelo interno, sin
necesidad de registro migratorio, una hora de antelación es más que suficiente.
Amigo lector, estos breves líneas representan el estilo y rico contenido de mi aventura allá en la selva del Petén.
Os invito a leerlo completo en el e-book: Así Conquistamos El Mirador, disponible en el portal de comercio más grande.
Muchas gracias por tu interés.
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