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Mostrando entradas de 2015

Acerca de nuestra Guatemala...

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El último cuento

El momento adecuado se ha dado justo en el instante menos esperado. Largo trecho la idea recorrió mi mente de ida y vuelta, pero nunca pensé encontrarla así, tan inesperadamente. Lo había planeado una y mil veces durante largas noches de congoja, por lo que sabía tanto que tenía que suceder, como cómo tenía que suceder. Y todo ello no se parece en nada a lo que en este instante vivo. A lo que en este instante vivo y, decididamente, tengo que hacer. Debo enfatizar sin embargo, como creo haberlo dicho ya, que este momento no es en absoluto producto de la casualidad sino simplemente de la causalidad. No haría lo que tengo que hacer si antes no hubiera obtenido el arma para hacerlo. Y aunque no la obtuve con la intención,  está aquí. Frente a mí. Fría, pesada, indiferente. No sin cierto temor paso las yemas de mis dedos sobre ella, y la siento fría, muerta, indiferente. Pétrea. Soy yo quien le dará vida en algún instante próximo. Soy yo quien entre los ...

Es ella...

Las rosas, los soles, los pájaros, aquellas aves que tantas veces cantaron a los tibios rayos del sol cuando escurridizos asomaban desde entre las frondosas copas de los árboles, yacen ahora muertos sobre el suelo, esparcidos, y a su lado, una esperanza. Una esperanza verde y cientos, miles de hojas que se secan ante la indiferencia de la vida, que egoísta, sigue su rumbo sin voltear a ver siquiera. El cuerpo incólume, recto; reacio al vendaval, parece soportar estoico el peso de su alma abrumada que se despedaza a jirones negros, oscuros, pestilentes, en tanto deja al desnudo todo un vacío lleno de congoja, de dolor, de sufrimiento. La vida sigue. Sin voltear a ver. Sin inmutarse siquiera. El alma finalmente clama, implora, pero tarde es ya, la vida se va, y con ella, la ilusión. Solo ha quedado la esperanza, muerta, al lado de lo que algún día fue un alma, y ahora es solo rastrojos. Rastrojos de alma que languidecen entre las paredes de una tumba que la vida cinc...

Una narrativa que no es cuento.

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Algo de nuestra Guatemala, allá, entre las profundidades de la selva petenera.  La narrativa de la aventura hacia El Mirador

Las sombras

Cuando finalmente aquella reunión de astros terminó, el Sol estaba totalmente decidido a emprender temprano del siguiente día la búsqueda de una sombra. ¡Me levantaré muy temprano e iré en pos de alguna de ellas! —se decía a sí mismo mientras, en realidad fastidiado, se dirigía a su espacio. Y es que durante aquella reunión, entre tazas de café, té, mate y champurradas, la conversación que los planetas sostuvieron con sus satélites y el astro rey, inesperadamente había girado hacia el tema de las sutiles sombras. ¡Claro! —habría reclamado quejosamente la Luna — ya que tú, Tierra, te colocas frente al Sol a cada poco, pues ni modo, todos los días tengo que soportar tu enooorme y oscuuura sombra sobre mí! ¡De ninguna manera! —protestó la Tierra — ¡tú eres quien siempre anda rondándome para ver qué me sacas, y de paso, también me echas encima toooda tu sombra! ¡Ah!, ¿y qué dicen de mí? —interrumpió Plutón, también en tono molesto — Todos ustedes siempre están poniéndose f...

NO LO DIGAS, CÁLLATE. Fragmento

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—Usted seguramente lo sabe, señor ministro, pero, está bien. Dejémoslo ahí, pero entonces ayúdeme con otro tema que usted defiende a los cuatro vientos. Por qué dice que acá no hubo genocidio. Soy ignorante en el tema, pero tampoco soy de los que dicen, sí, o no, sin saber al respecto. —Interesante, señor García. Demuestra usted ser una persona con principios. Lamentablemente, la mayoría de gente en el país se deja llevar por pasiones. Por la sed de venganza. Pero también se deja acarrear, por ignorancia. —Perdone, señor ministro, pero no podemos negar que crímenes, asesinatos y masacres existieron, y horrendos, durante el conflicto. —Por supuesto que no podemos negarlo, en absoluto, pero, genocidio, no. —Señores, disculpen mi intromisión, pero en todo caso sería más soportable etimológicamente, que es de lo único que sé un poco, la idea de genocidio contra los guatemaltecos, en general, que en contra de un grupo o etnia en particular, pues recordemos que los muertos por el co...

Escribir sin escribir

Escribir sin escribir La ilusión por alzarme vencedor en aquel concurso literario me llevó a leer innumerables autores, ya que a decir de algunas personas, ello me aseguraría el triunfo. Intenté escribir como había leído a Borges, sin embargo, cuando e mpecé a recorrer las gradas subiendo hacia abajo, en dirección al soleado sótano, me percaté que no había escaleras. Y ello me obligó, de inmediato, a abandonar aquel estilo. Probé entonces escribir como leí a Asturias, sin embargo, de igual manera, cuando intenté recorrer las gradas subiendo hacia abajo, en dirección al soleado sótano, me percaté que no había escaleras. Y también me vi preciso de abandonar ese estilo. Dado mi afán por la gloria, recurrí entonces al estilo de Rulfo, pero para mi mala fortuna, también, cuando empecé a recorrer las gradas subiendo hacia abajo, en dirección al soleado sótano, me percaté que no había escaleras. ¡Uff! ¡cuán difícil me resultó tener que abandonar ese tercer estilo! ¡Bueno! — me dije entonces— ...

La mañana es una fiesta

La mañana amaneció de fiesta. Cubierta con los brillantes colores de las flores de nazarenos, jacarandas y bouganvilias que cobijan el trino excelso de cientos de nerviosas aves que van aquí y allá, de flor en flor. Los rayos de sol, tenues aún, se introducen paulatinamente a través de los edificios para posarse sobre ramas, hojas y flores, desde donde toman impulso para reflejarse nuevamente en la retina. Otro actor, el gato, atento y ansioso, desde una esquina intenta imitar los trinos, con la esperanza de atraer alguna de las cándidas aves a sus garras. La mañana es una fiesta. 

El No. 9

Cuando a mi mente viene el recuerdo de aquel niño, no veo más que su pelo liso y aguado, aunque ordenado, puesto sobre su cabeza así, como sin querer ponerse sobre ella; también su mirar, pícaro y travieso, pero a la vez: ingenuo y diáfano.  No recuerdo su nombre. Fue hace tantos años. Sin embargo, lo recuerdo porque recuerdo que le encantaban los globos. Y cuando quería alguno, con las yemas de sus dedos lo dibujaba ahí mismo, en el aire, y en el acto lo tenía. Recuerdo que dibujaba muchos más rojos que amarillos o azules, y ocasionalmente alguno verde, pero, sin duda, el rojo era su color favorito. Era feliz cuando el viento se los arrebataba de entre sus manos y los arrastraba por la calle y los alejaba de donde él se encontraba. Sus pequeños pies parecían en cierto momento entonces montarse sobre la escoba de alguna bruja y emprender el vuelo raudo y veloz tras ellos, a ras de piso, en un vano intento por recuperarlos, pues los globos se iban. Se iban una y otra vez. Siempre. Y...