Sotana al viento!!!

Chepe lo soñó por mucho tiempo, sin embargo, aunque yo escriba algo de cuento y mucho de narrativa, ese sueño de Chepe me obliga a, en vez de escribirles otro cuento, contarles el sueño de Chepe.

Según él mismo me confesó, el asunto era más o menos así.

A pesar de que sus amigos apoyaban más la idea de hacerse pasar por pastor, por asuntos meramente pisteros, Chepe se decantaba por imaginarse siendo cura. Padre de iglesia. Pero no cualquier cura o padre sino uno de aquellos bonachones y carismáticos, reconocidos por su humildad y sus votos de pobreza, sin decir en momento alguno que Chepe así lo fuera, sino simplemente se soñaba siendo mejor persona. De tal suerte, su anhelo ha venido siendo vestir amplia, hermosa y bien planchada sotana holgada, color café, con sendos cordones atados a la cintura, capuchón o gorro y sandalias de cuero, sin calcetines, como era apenas 40 años atrás, aunque con estos fríos, brr, brr, brrr, ¡Qué frio! Pero bueno, es asunto de Chepe. 

El punto central, sin embargo, es que Chepe se imagina vestido con tal sotana y recorriendo a pie las calles del centro de la ciudad tanto como ir sentado en alguna banca a la derecha del bus que va del hipódromo a Campo Marte, en su ruta de ida, y las señoras, compañeras de viaje, persignándose y saludándole al verlo: buenas tardes, padrecito; buenos días, padrecito. Padrecito, tenga buen viaje. Incluso, pensaba Chepe, quizá alguna de ellas, para aprovechar su tiempo a bordo del bus, le pidiera comulgarla. A lo cual él accedería aunque siempre y cuando se cumpliera el ritual ecuménico, pidiéndole su confesión. Si, ahí mismo, a bordo del bus, sentados uno al lado del otro. Decía Chepe, así cumpliría mejor con su iglesia, llevando la eucaristía a donde la necesitan y no pidiendo porque el domingo asistan a la iglesia. Punto que, confieso, me pareció acertado. Máxime en estos tiempos, en los que hasta la misa es virtual.  

Pero Chepe pensaba también, según me confesó, en mí y en mi pluma, y me lo dijo con los ojos al cielo y  frotándose las manos, en todo el material que podría recibir para mis cuentos y narrativas durante esas confesiones. Eso si, debería llevar un block con hojas de papel para anotar en el momento mismo de la confesión los hechos relevantes, pues conociéndose, me dijo, se le olvidarían.

Por supuesto, cuando terminó de exponerme sus anhelos, yo puse encima de sus hombros mis manos, y le miré en lo profundo de sus ojos, intentando comunicarme con su alma, para que desistiera de tal sueño, pues no es correcto. 



 


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