jueves, 24 de octubre de 2013

Soñando sueños



¿Luis....? ¡Luis....?

¡No! Otra vez, no. ¡No más! Estoy harto. Mi cúmulo de fracasos, estas cuatro comunes paredes que destilan mortuoria congoja y esa voz dulce, pero perturbadoramente insistente que me llama una y otra y otra vez, interrumpiéndome a cada instante, me han hastiado. No puedo escribir una sola oración. Una sola frase. No soporto más. Me voy. Tomaré algún tren. Sí, un tren. Tengo muchísimo tiempo de no viajar a bordo de alguno. Es más, me iré en uno de antaño. Con ventanales de hierro, bancas y mesas de cedro a los lados y rústicas tablas bajo mis pies. Igual a aquel al que mi padre me llevó cuando cumplí 5, como regalo de cumpleaños. Sí, un tren así necesito para largarme. Para emprender este viaje sin retorno. ¡Basta! Ha sido suficiente.

Amigo, con permiso, con permiso. Señor, disculpe,  ¿a qué hora viene el tren? Ah, gracias. Sí, ya lo compré. Gracias, muy amable. Ojalá venga pronto. Hace calor. No hay en dónde sentarse. No soporto un minuto más. Estoy harto. Tengo que irme. Tuuuu, tuuuuu. ¡Qué bien! Al parecer, viene ahora. Creo haber escuchado un débil tuuuu, tuuuu a la distancia. Ah, sí, allá se ve el chorro de humo. Ya viene. Qué bien. Me marcho.

Papá, papá, yo como que oí algo como un tuuu, tuuuu.  ¿Con tu oído sobre los rieles? ¡Ya viene? ¡Ah la, qué alegre! ¡Que feliz que soy, papá! ¡Ya viene, ya viene! Nos vamos a ir en el tren.

¡Caramba! ¡Qué poderoso! ¡Fenomenal! Incluso la tierra misma tiembla. ¡Jajajaja! Pero, ¿qué es esto? ¡No puede ser! Sí. Es el mismísimo tren. Bueno, la misma locomotora. La 34, de The Baldwin Locomotive Woks, de Filadelfia. Y está exactamente igual. Relucientemente negra, impresionante, con su ardiente fogón, sus sendos chorros de vapor, sus rechinidos, todo, aunque no recordaba tanto estruendo. Y trae bastante gente. Será un viaje maravilloso. ¡Vámonos!

 Con permiso. Con permiso. Déjenme pasar, por favor. Sí, señor, hago cola. Gracias. Disculpe señora. 1 grada, 2, 3 y 4 gradas, estoy. ¡Ah, qué alivio! Al fin a bordo. Nunca imaginé que vendría tanta gente, pero está mucho mejor así. Aunque en realidad el gentío y su alboroto han sido al bajar los pasajeros, pues acá veo que no hay gran cantidad. Iremos cómodos, al final de cuentas. Hay algunos asientos disponibles. Finalmente, preparado para partir. Gracias a Dios. Mucho tiempo soporté. Debí haberlo hecho desde años atrás. Desde cuando el siquiatra me lo sugirió.

¡Hmmm, aún tiene las bancas de madera! Y las mesitas. Aunque no huele igual. No tiene aquel extraño olor de entonces. Tanto tiempo ha pasado, sin embargo, por lo que veo, creo que sólo aquel olor falta. ¿Será esa la banca donde nos sentamos cuando él me trajo? Fue tantos años atrás. Recuerdo que me puso sobre sus rodillas, pues sólo así alcanzaba yo a ver hacia afuera, a los árboles y los postes pasando a nuestro lado, en mi infantil visión. Sí, fue en esta banca. Desde acá lo recuerdo todo perfectamente. Está igual. Los mismos árboles, los extensos cañaverales y los mismos volcanes allá en lontananza. Ah, ahí está también la imagen de la virgen de Guadalupe. ¡Caramba, la recuerdo tan bien! Aunque ahora su pintura luce menos luciente, sin duda, el paso de los años la ha hecho deslucir. ¡Y esa tabla? Es increíble. La mismísima tabla en el piso con el mismísimo agujero por donde se me cayó mi canica azul. La mágica. Cuánto lloré por ella. ¡Ah, faltan los plátanos! No están. Sí, en aquella ocasión el tren llevaba a todo su largo racimos de plátanos colgando del techo. Seguramente por eso ahora no tiene aquel olor. Sí. Tampoco está el tubo donde los colgaban. Pero la virgen de Guadalupe aún se ve.  Magnífico grafiti. El único religioso que he visto. Afortunadamente, no lo han borrado ni ocultado tras brochazos de pintura.  ¿Vivirá aún quien la pintó? No creo.

¡Ah, qué alivio, empezamos a movernos! Tuuu, tuuu, Qué emoción, por fin me voy. Nos vamos. Siento que quiero llorar. No. ¿Por qué llorar? ¿De felicidad? Lo he logrado. Me  estoy marchando. Me voy. No, ahora sé. Lo que me hace querer llorar es el recuerdo de mi padre. Siento cómo sus huesudas rodillas se meten entre mis débiles carnes y me molestan. Me duelen las piernas y las nalgas, pero no puedo bajarme de sus piernas pues no miraría a través de la ventana. No la alcanzo.

Sí, papá, ya las vi. Están muy bonitas. Vuelan como si fueran de papel. Y qué blancas son ¿verdad? Qué sabroso se siente el viento. Papá, ¿y ese volcán que se ve allá es el mismo que vemos desde la ventana de la casa? Ah, bueno. Es que se parece. Sí. Todos los volcanes se parecen. ¿Vio eso papá? ¿Qué era? ¿Qué era? ¡Ah la, por favor, dígame qué era! ¿Por qué caía tanta agua? Mire, mojó la ventana y mis manos. Ah, una torre de agua. ¿Y por qué echa agua? ¡Ah, bueno! Ojalá pasemos por otra más adelante.

¿Y este vidrio? Caramba, está roto desde aquella vez. Igualmente roto. No se ha roto más. Ni un solo pedazo. Ha de ser un vidrio alemán o inglés. Siempre he sabido que son de los mejores. Aunque ahora los fabrican en muchos países, pero ni soñar con esa calidad de antaño. Ojalá no lo cambien alguno de estos días por uno chino, aunque completo. Es mejor un pedazo de algo bueno que algo completo mediocre o malo. Empiezo a sentir que las tablas me causan dolor en las nalgas. Cómo no se me ocurrió traer algo para ponerlo como cojín. Iría más cómodo. Ah, ahí hay un cartón. Lo usaré, doblado, para que haga colchón. Ahora sí, más cómodo. Aunque extraño el dolor que me causaban las tablas porque me recordaban el dolor que me causaban las huesudas rodillas de mi papá.

Los volcanes se ven espléndidos. Están tan lejos que parece que no se movieran. Están quietos. Sólo lo que esta cerca pasa tan deprisa. ¡Ah, qué paz! ¡Qué tranquilidad! Ya respiro otros aires. Tuuu, tuuu. ¡Caramba! Esto si que no lo recordaba. Cómo se mece el tren. Parece como que vamos en un pesado puente de hamaca. Sin duda porque es bastante viejo. Ha de tener cerca de 100 años. Quizá más. Truena como una gran caja de hierro llena de herramientas de hierro. Pero no importa. Desvencijado, despintado, raspado y todo, pero me recuerda a mi papá. Mi infancia. Vale más que cualquier tren de esos nuevos, modernos y veloces qué seguramente le hacen sentir a uno como que va en avión, con lujos y mucha comodidad. Pero en ellos nunca estuve con mi papá. Este es justo el tren que añoraba. Y además, me está llevando. Me lleva. Algún día no lejano, cuando vaya de Madrid a Barcelona, procuraré hacerlo en alguno de esos modernos y flamantes trenes plata que veo en la televisión. AVE, creo que les llaman. Sí, tengo que conocerlos. Han de ser magníficos, seguramente, pero por ahora, en éste voy feliz.

No, papá. No tengo sueño. Esto es muy bonito. Nunca me había traído al tren. ¿Por qué? Me gusta mucho. Sí, papá, usted trabaja todos los días. ¿Garzas? Ah, sobre las vacas para comerle los insectos. ¿Las garrapatas? Allá hay una justo sobre una vaca. ¡¡¡Papá, papá, mire, mire!!! Ya vio, vuelan como si fueran de papel.

¿Ah? ¿Qué dice? Es que por el ruido no la escucho. No. No sé, señora. Hace mucho tiempo que no me subo a este tren. No tengo ni idea. Bueno. No, no tenga pena. Usted disculpe. ¿Ah? No le oigo. Ah, muchas gracias. Muy amable

Esa señora de aquella banca, la gorda, la del delantal grande, si termina por dormirse, se caerá. Ya está casi que de medio lado. Y el niño no la ve, ni la cuida. ¿Por qué no la despierta? Ha de ser su nieto. Pero está más ocupado con su pequeño juguete arrastrándolo y empujándolo sobre el piso que por su abuela. ¡Se va a caer! Patojo distraído, por Dios santo. No se percata. Bueno, no es mi problema. Se va a caer. ¡Uff, por Dios que pensé que ahora sí se caía! Pero esa señora ha de hacer como que duerme, seguramente, pues de lo contrario, sí que se hubiera dado sendo golpe. Ha de sentir. ¡Ah!, él ha de ser su marido. Sí, ya vi que la codea para mantenerla medio despierta. Con razón no se ha caído.

¿Y este tren llega hasta Guatemala, papá? ¿Y cómo cuántas horas tarda en llegar? ¿Y por dónde se va? Yo no lo he visto en el camino cuando vamos en el automóvil. Y a la abuelita, ¿le gusta el tren? Papá, un río, mire, mire, un río. Mire, cómo es de grande. ¿En un puente? Ah la, cómo aguanta con todo este trensote. ¡Tengo miedo, papá! ¡No se cae? Ah, ¡qué bueno!

Tuu, tuu, tuuuu

Ey, señor, disculpe, ¿cómo cuanto falta para llegar a la próxima estación? Justo ahora estamos llegando, señor. Cuando el tren pita es porque llega a la estación. Ah, ve pues, no lo sabía. Este señor no ha de saber mucho, pues el tren ha pitado ya varias veces antes. Y qué lugar es, cómo se llama. Es la estación de Ferrol. ¡Ah...? no la recuerdo. ¿Usted ya había venido antes entonces? Sí, pero hace como 45 ó 48 años. Entonces ¡ha de acordarse de doña Lencha? No, tampoco. ¿Doña Lencha, señor! Esta estación es famosa por ella. Aquí es donde sube con su gran canasto de comida. Trae huevos cocidos duros, pollo frito y asado, lengua fingida, pacayas envueltas en huevo, carne, moronga, chorizos y muchas cosas más. Ah, sí, tiene razón, a lo lejos recuerdo ahora. Mi papá compró tortillas con chile relleno para él, y a mí me dio una pierna de pollo. Pero la comida estaba fría, sólo la tortilla estaba caliente. Sí, señor, así es. Ella es cabalmente doña Lencha. La comida fría y las tortillas calientes.  Ah, ¿verdad que sí la conoce! Sí, ahora la recuerdo muy bien. Caramba, ha de ser una viejita. Tuu tuuu.

¡Hmm! Qué rico huele. Esto si que me despertó el apetito. Señora, señora, doña Lencha, por favor, deme una tortilla con pollo cocido. Sí, y un refresco de piña. ¿Cuánto es? Acá tiene. Gracias. ¡Ah, qué sabroso está esto! Pero más sabroso el recuerdo. Esta doña Lencha ha de ser una nueva doña Lencha, hija de doña Lencha de antaño. Sí. No parece tener más de 40.
Papá, ¿y mi bicicleta? Pero que no se le vaya a olvidar. Yo quiero mi bicicleta. Vaya, papá. Gracias. Pero que sea de color rojo, y bien grandota, porque yo ya no soy pequeño. Ah, pero usted me va a enseñar bien. Sí, le quitamos las ruedas chiquitas de atrás. Pero que tenga flecos aquí en las puntas, donde pongo las manos. Vaya. Está bueno. Sí papá, hasta que termine de hacer mis deberes de la escuela.

¡Cómo olvidar? No sé cuánto después, me llevó mi bici. Lo vi entrar al pueblo con ella en su automóvil, encima del techo. Y era roja. Yo jugaba en el atrio de la iglesia, y salí corriendo detrás de él en cuanto lo vi pasar. Cómo me gusta recordar a mi viejo. Fue tan... espléndido. Todo por esta pieza de pollo.

Tuu, tuuuu

Nos vamos nuevamente. Y ahora me están dando ganas de orinar. ¿inodoros, mingitorios, baños? Ni en broma. Haré como él me hizo hacer aquella vez.

Papá, quiero hacer pipí. No, papá, ya no aguanto. ¿Allá atrás? ¡Pero me va a ver la gente! ¿No hay baño? Bueno, vamos pues. ¡Caramba! tanto que truena el tren. Sí, estoy bien agarrado, pero usted no me vaya a soltar. Sí. Ya terminé. Vaya, papá. Íjole, oriné un poco sobre las gradas. Ojalá no me regañe.

Orinaré desde la plataforma, como en aquel entonces, pero hasta que avance más. Todavía hay casas. ¡Ah, qué alivio! No aguantaba un minuto más. Ahora recuerdo como él me agarraba con tanta fuerza aquella vez. Seguramente estaba tan nervioso como yo.

Buenas tardes, señor. Buenas tardes. ¿Cómo le va? Bien, gracias. Acá disfrutando del paseo. Ah, anda paseando. Sí, ¿y usted? No, señor, yo voy para el trabajo. Bueno, la verdad, yo tampoco estoy paseando. Sólo estoy yéndome. ¿Cómo así, señor? Y ¿para dónde está yéndose? Ah, pues... ¡No sé! La verdad es que cuando me subí al tren, sólo pensé en irme, y acá voy. Ay señor, pero tiene uste que saber a dónde va, sino lo van a llevar hasta la capital, o quién sabe hasta dónde, pues después del pueblo hay otro pueblo, y después otro, y después de la capital, otros más. Siempre hay algún pueblo detrás de otro. ¿Tal vez alguno le guste y se queda! Pues, honestamente, no sé. Yo sólo quería irme, y ahora me estoy yendo. Es todo lo que quería. ¡Ay tatita!, pues yo no sé mucho, señor, pero si uste no sabe a donde va, ¿cómo va a saber que ya llegó? Es que, no le digo pues, yo sólo me quería ir. Nunca pensé en llegar. Bueno, señor, uste parece que sabe más que yo. ¿Y a qué se dedica? Pues yo soy escritor. ¿Y usted, señor? Ah, yo soy un agricultor feliz. ¡Ah, qué dicha! Yo sólo puedo intentar ser medio feliz. ¡Caramba, señor, eso si que está mal! No sólo no sabe a dónde va sino tampoco puede dedicarse a ser feliz por completo. ¿Qué le sucede? ¿Por qué no puede ser feliz totalmente? Porque también soy medio loco. Ah, bueno. Eso lo explica. Sí, ahora ya lo sabe. Y discúlpeme, pero me ha dado sueño. Dormiré un rato. Muy bien, señor, duerma en paz. Se le ve cansado.

Y de ay, ¿no que iba a dormir pues? No. No pude. La tabla está muy dura y el tren truena demasiado. Ponga esos otros cartones debajo de su cabeza entonces. Así, mire, doblados. Para eso están. Y el movidito lo arrullará. Acomódese, hombre. Déjese llevar. De repente hasta sueña algo bonito. Ay, señor, pero sí sólo soñando creo que he estado.

Hagamos una carrera hasta la esquina, a ver quién gana. ¡Ah, pero sin trampas! Vos siempre te adelantas a la hora de salir. Sí, Pepe, vos sos tramposo. No, les juro que ahora no me adelanto. Vaya pues, si te adelantas, te damos de golpes. Pongamos las bicis en fila. ¿Preparados? No, espérate. Se me ha trabado la cinta del zapato en la cadena. ¡Ah la gran! Date prisa. Vaya, ya estuvo. Bueno, ahora sí. Preparados. Pero haz para atrás la llanta de tu bici. Ya te estás adelantando otra vez. Vaya, ahora sí. A la 1, a las 2 y a las...  Vos, Pepe, siempre te adelantas, ya viste. Así no se vale. Pongamos otra vez las bicis en la línea. Bueno, ahora sí, pero... ¡Aaay! Señor, señor, está bien. Se cayó, uste. Sí, hombre, gracias por ayudarme. Pero no me pasó nada; hasta soñando estaba, como usted me advirtió. Sí señor, si estaba uste bien requetedormido. Y en su sueño se reía y peleaba. ¿Qué estaba soñando? Soñaba con mis amigos de cuando niño. Sí, así parecía, don, pues estaba muy agitado. Pero ya vio, bien que durmió sus 20 ó 25 minutos. Ya vamos a llegar al pueblo. ¡Ah, qué bueno! Me va a caer bien bajarme un rato y caminar por ahí, así estiro las piernas. Pues sí, señor. Qué tenga un buen viaje, y ojalá llegue pronto a algún pueblo que le guste y le invite a quedarse. Sí, muchas gracias, señor. Que a usted también le vaya bien.

Este señor tiene razón. O llegó pronto a algún lado, o me regreso, pues no voy a andar toda la vida acá, a bordo del tren. ¿O sí? ¿Por qué no? ¿Por qué no permanecer a bordo toda la vida? Siempre veré nuevas caras, conoceré muchas personas, y quizá hasta consigo un poco de papel en algún pueblo y escribo. Escribiría en paz, sin interrupciones, y con un magnífico paisaje. ¿Cuál es el problema? Sí, aquí estoy bien. Me siento cómodo. Me quedaré. Y cuando alguien me pregunte a dónde voy, le contestaré que al pueblo después del de él, así no habrá lugar a más. Sí, totalmente decidido. Me quedo a bordo del tren. Qué casualidad, ahí hay papel. Y acá tengo mi pluma. ¡Bien! ¡Qué buena suerte la mía! Acá viviré. ¡Qué felicidad! Finalmente puedo dedicarme a escribir.

¡Luis...? ¡Luis...?


FIN          

No hay comentarios:

Publicar un comentario