martes, 24 de marzo de 2015

NO LO DIGAS, CÁLLATE. Fragmento

—Usted seguramente lo sabe, señor ministro, pero, está bien. Dejémoslo ahí, pero entonces ayúdeme con otro tema que usted defiende a los cuatro vientos. Por qué dice que acá no hubo genocidio. Soy ignorante en el tema, pero tampoco soy de los que dicen, sí, o no, sin saber al respecto.
—Interesante, señor García. Demuestra usted ser una persona con principios. Lamentablemente, la mayoría de gente en el país se deja llevar por pasiones. Por la sed de venganza. Pero también se deja acarrear, por ignorancia.
—Perdone, señor ministro, pero no podemos negar que crímenes, asesinatos y masacres existieron, y horrendos, durante el conflicto.
—Por supuesto que no podemos negarlo, en absoluto, pero, genocidio, no.
—Señores, disculpen mi intromisión, pero en todo caso sería más soportable etimológicamente, que es de lo único que sé un poco, la idea de genocidio contra los guatemaltecos, en general, que en contra de un grupo o etnia en particular, pues recordemos que los muertos por el conflicto se estiman en 200,000, y de ellos, 1,750, aproximadamente, fueron de la etnia ixil, lo que no proporciona ninguna concordancia o solidez a la ponencia de genocidio contra tal grupo.
—Hmmm, pero se dice que hubo una acometida feroz contra tales pobladores. Toda una carnicería, mejor dicho.
—Sí, totalmente de acuerdo, pero no existe sustento de que la idea o propósito fuese destruir o eliminar a una etnia en particular, como reza literalmente el concepto de genocidio, sino a guatemaltecos y extranjeros en general que, cuando se alzaron en armas o empezaron a proteger a los armados, se tornaron en combatientes. 
—Pero, esa gente no estaba armada. Incluso muchos eran niños, ancianos y mujeres, hasta embarazadas. No había razón alguna para asesinarlos. Eso ha sido totalmente atroz. Una masacre innegable.
—Totalmente de acuerdo. Y por ello son crímenes de guerra, de lesa humanidad. Una carnicería, como usted dijo. Pero, ¿cree usted que si los soldados encontraban a algún grupo de Tzutuiles o kachiqueles o chinos, en franco apoyo a la guerrilla, los hubiera separado y salvado, y sólo hubieran asesinado a los ixiles?
—No, no creo.
—Pues....
—Pero entonces, ¿cómo hacer justicia contra quienes masacraron a tanto inocente?
—Ah, en ese caso, me disculpo, pues no soy abogado ni sé mayor cosa del ámbito legal. Por ello anticipé, mi opinión obedece a factores académicos, lingüísticos e idiomáticos, no al ámbito jurídico. Sin embargo, sé que hay alguna ley de reconciliación y de amnistía que algo tendrá que ver con el asunto, pero no es mi ámbito.
—Pero no pocas universidades del país respaldan la tesis de que hubo genocidio. Y las tales sí que pertenecen al ámbito académico.
—La academia no deja de ser política cuando hay dinero de por medio. Pero bien, mi opinión al respecto es totalmente personal. Es, simplemente, mi manera de ver los hechos. Y por supuesto, no son del agrado de la mayoría.
—Definitivamente, y hasta cuidado habrá que tener al decirlo, pues no pocos han de ser los “intelectuales” que pueden incluso matar por sed de venganza.
—Hmmm, hay varios: “intelectuales”, como usted los encasilla con sus dedos, que no lo hacen por venganza sino por dinero. Sin embargo, sí, esa sed de venganza ciega en algunos, o de dinero, en otros, es la que los ha llevado a distorsionar el concepto y solicitar, aunque de manera injusta y paradójica, incluso delinquiendo, justicia.
—Pero, ¿no está siendo usted muy riguroso en el contenido de la letra?
—Sí. De hecho yo mismo lo pienso así. Pero el tema y su trascendencia para el país no son para menos. No se está juzgando un caso de trata de personas, que es delito, o de prostitución, que no lo es, pero que se relacionan muy sutilmente o que están separados muy tenuemente, como también resultan genocidio y crímenes de guerra o de lesa humanidad.
—Pues sí, pero, ya una juez dictó que si hubo genocidio.
—Con todo el respeto que la señora juez merece, el ser abogado, tanto como ser juez o magistrado, no brinda certeza alguna de que no se equivocarán. No están exentos a la mala práctica profesional, aunque en tal caso, jurídica. De hecho, todo mundo estamos expuestos a equivocarnos. Pero en el ámbito jurídico, siendo eminentemente social, la necesidad de una mayor cultura general es imprescindible, tanto para condenar como para absolver conforme a derecho.
—Bueno, el mismo presidente comete o dice a veces unas tonteras que...
—No se lo diré cuando lo vea, don Eduardo, pero recuerde que él es mi jefe.
—Jajaja, bueno, de hecho, usted mismo, señor ministro, se ha equivocado varias veces.
—Ven. Y así como hay mala práctica médica, que la hay, y abundante, pues también hay mala práctica jurídica. ¿Cuántos inocentes han de estar presos por lo mismo, y cuantos culpables, libres, también por lo mismo? Y si a ello agregamos el dinero bajo la manga, del narcotráfico, por ejemplo.
—Pero entonces, ¿a quién le creemos en el país?
—En el país, y fuera del país, pues el tema campanea entre lo político y lo económico, señores. Tomemos en cuenta que algunos buscan venganza; otros, paz, los menos; otros más, muchos, dinero, sin embargo, los más interesados, algunos cuantos titiriteros ocultos, que para nada han sido víctimas, buscan poder político.
—¿El asunto entonces no es sólo ver preso al general?
—Para la gran mayoría, sí. Para la pasional. La que compra emociones. La misma de antes, que no se percata cómo otra vez son utilizados, aunque ahora no como carne de cañón sino como víctimas sin derechos humanos, pero al igual que antes, no para su beneficio y que finalmente obtengan dichos derechos sino para el de esos pocos líderes ocultos del movimiento que buscan poder político y económico.
—Pero, ¿acaso no son víctimas sin derechos humanos?
—Claro que sí, lo son, pero sólo los utilizan como tales.
—¡Ah la chingada! Perdón, pero no puedo ocultar mi frustración. Yo he defendido que si hubo genocidio, pero con esto.
—Bueno, está lo del resarcimiento como un tema sucedáneo, pues si hubiese habido genocidio, pues ni modo, hay que cumplir con lo que la ley internacional ordena al respecto. El dilema principal, don Luis, es que haya habido, o no, el tal genocidio. Sin embargo, para ampliar al respecto, permítanme agregar que sería ignorancia de mi parte o evidente carencia de conciencia negar la barbarie. De hecho, el informe REMHI, que más bien parece guion de película de terror, pero totalmente avalado por diferentes instancias, señala la existencia de cerca de 425 masacres por parte de las fuerzas armadas, tanto en Alta y Baja Verapaz como en Quiche, Huehuetenango, San Marcos y Chimaltenango, e incluso sabemos de los reductos guerrilleros que fueron atacados con tanques, obuses y morteros dentro de la mismísima ciudad capital. Pero ese mismo documento, avalado y aceptado por quienes pregonan la existencia de genocidio en el país, a la vez deslegitima por completo la idea de genocidio contra una etnia en particular, en este caso la ixil, dada la cantidad de masacres y la amplia dispersión geográfica de las mismas que, señala, se dieron en el territorio nacional. De tal suerte, señores, sí, hubo toda una violación a la humanidad, sin duda, y merece castigo y justicia, pero, y este es el pero importante, dentro del marco jurídico, pues de lo contrario estamos juzgando un delito con otro delito, lo cual dista mucho del espíritu de la justicia. Así, dado mi interés académico y lingüístico, y lo que he expuesto, no puedo bajar la cabeza y decir sí a los “intelectuales” de izquierda que con tanta emotividad, con tanta necesidad de venganza, o de dinero, se han dedicado a pregonar la existencia de genocidio en el país, como tampoco podría decir, no, sin antes haber leído y visto lo que he leído y visto para expresarles lo que les he expresado. ¿Me doy a entender?
—Me sorprende, amigo. Usted debería ser periodista.
—Jajaja, esto es entre nosotros, señores. Si divulgo esta opinión allá afuera, en ese ámbito de sed de venganza, dinero y poder que sabemos existe, seguramente me ganaría muchísimos enemigos, por supuesto, supuestamente “intelectuales”. Pero bueno, disculpen que haya intervenido, pero la justicia sin pasiones es un tema que me apasiona. Señor ministro, señor viceministro, don Eduardo, don Luis, mucho gusto. Tengan buen día. Debo retirarme. Con permiso.

—Buenas tardes, señor. Gracias.
—A ustedes, gracias. Buen día.

Una vez el desconocido sale de lo que evidentemente no es un despacho ministerial protocolario y ha cerrado la puerta tras de sí, los cuatro nos quedamos viendo nuestras caras, enjutas y cansadas, aunque con cierto arqueo inusual de nuestras cejas.

—Ve pues, nunca había escuchado a éste decir tales cosas.
—Yo tampoco, señor Ministro. Pero muy acertado.
—Pues sí, honestamente, sí.
—Y ¿quién es él?
—Uno de nuestros asesores “intelectuales”, jajaja, pero no puedo revelarles su identidad. Ustedes comprenden. Pero bueno, tengo varios pendientes, así que, don Eduardo, creo que hemos finalizado. De cualquier manera, tiene usted ahora nuestros números telefónicos, y cualquier sospecha, cualquier cosa que le despierte suspicacias, por favor, no dude en comunicarse. Estamos para servirle. –Dice el ministro en tanto se pone de píe y extiende la mano a los visitantes.
—Muchas gracias, señor ministro. Entonces, ¿retomo mi vida con tranquilidad?
—Totalmente. Este Gaitán no sabe ni por asomo qué sucedió. Y las pruebas, de acuerdo con...


Disponible en amazon










viernes, 20 de marzo de 2015

Escribir sin escribir

Escribir sin escribir
La ilusión por alzarme vencedor en aquel concurso literario me llevó a leer innumerables autores, ya que a decir de algunas personas, ello me aseguraría el triunfo.
Intenté escribir como había leído a Borges, sin embargo, cuando e
mpecé a recorrer las gradas subiendo hacia abajo, en dirección al soleado sótano, me percaté que no había escaleras. Y ello me obligó, de inmediato, a abandonar aquel estilo.
Probé entonces escribir como leí a Asturias, sin embargo, de igual manera, cuando intenté recorrer las gradas subiendo hacia abajo, en dirección al soleado sótano, me percaté que no había escaleras. Y también me vi preciso de abandonar ese estilo.
Dado mi afán por la gloria, recurrí entonces al estilo de Rulfo, pero para mi mala fortuna, también, cuando empecé a recorrer las gradas subiendo hacia abajo, en dirección al soleado sótano, me percaté que no había escaleras. ¡Uff! ¡cuán difícil me resultó tener que abandonar ese tercer estilo!
¡Bueno! — me dije entonces— pondré a prueba este método tan sólo una vez más.
García me pareció entonces el indicado. Y su obra me resultó preciosa. Linda. La leí una y cien veces, de pe a pa.
Finalmente, quienes leían mis escritos, me aclamaban efusivamente y decían—¡Pero si escribís igual que García! ¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Sos un genio!
Ante tal entusiasmo y apoyo, decidí no participar en aquel concurso, pues comprendí que aún no escribía como anhelaba escribir.

La mañana es una fiesta

La mañana amaneció de fiesta. Cubierta con los brillantes colores de las flores de nazarenos, jacarandas y bouganvilias que cobijan el trino excelso de cientos de nerviosas aves que van aquí y allá, de flor en flor. Los rayos de sol, tenues aún, se introducen paulatinamente a través de los edificios para posarse sobre ramas, hojas y flores, desde donde toman impulso para reflejarse nuevamente en la retina. Otro actor, el gato, atento y ansioso, desde una esquina intenta imitar los trinos, con la esperanza de atraer alguna de las cándidas aves a sus garras. La mañana es una fiesta. 

El No. 9

Cuando a mi mente viene el recuerdo de aquel niño, no veo más que su pelo liso y aguado, aunque ordenado, puesto sobre su cabeza así, como sin querer ponerse sobre ella; también su mirar, pícaro y travieso, pero a la vez: ingenuo y diáfano. 
No recuerdo su nombre. Fue hace tantos años. Sin embargo, lo recuerdo porque recuerdo que le encantaban los globos. Y cuando quería alguno, con las yemas de sus dedos lo dibujaba ahí mismo, en el aire, y en el acto lo tenía. Recuerdo que dibujaba muchos más rojos que amarillos o azules, y ocasionalmente alguno verde, pero, sin duda, el rojo era su color favorito.
Era feliz cuando el viento se los arrebataba de entre sus manos y los arrastraba por la calle y los alejaba de donde él se encontraba. Sus pequeños pies parecían en cierto momento entonces montarse sobre la escoba de alguna bruja y emprender el vuelo raudo y veloz tras ellos, a ras de piso, en un vano intento por recuperarlos, pues los globos se iban. Se iban una y otra vez. Siempre. Y él, sin desánimo alguno más que el que la prisión podría proporcionarle a alguien de su edad, los dibujaba contra el aire con la yema de sus dedos una y otra vez. Siempre.
Alguien, no recuerdo quien, bautizó algún día aquel paraje del pueblo como el rincón de los globos, pues aquel niño vivaracho no cesaba un solo día en su entusiasmo por dibujarlos. De suerte los dibujaba inflados, pues imaginemos los cachetes que hubiera llegado a desarrollar de tanto soplar, de haberlos dibujado desinflados. Lejos de su rostro seco y blanco, gachupín, con tanta sopladera quizá algún día hubiera llegado a ser un niño cachetón y colorado. Afrancesado. Aunque siempre sonriente.
Sí. Su sonrisa inundaba los rincones de las casas del vecindario a lo largo del día, cuando en su trajín de dibujar globos y correr en pos de ellos, su alegría dibujada en… qué he dicho, sonrisas, no; eran carcajadas, carcajadas frescas y diáfanas como sólo un niño es capaz de parir, y entonces, aquellas se esparcían flotando entre cada uno de los pequeños rincones de aquel gran rincón de los globos.
Sí, aquel niño corrió, rio, gozó, fue feliz, sin duda. Como muchos. Como todos. A pesar que, como todos, su prisión tenía.
No me hubiera acordado de aquel niño a no ser por la conversación que recién tuve con alguien que lo rescató de entre mi memoria. Y lo revivió.
Cuando me preguntó por él, no supe qué decirle. En principio, que quizá había muerto. Que seguramente no corría más tras los globos y que aquellas carcajadas que recordábamos eran simplemente eso, una vago recuerdo de la felicidad de un niño que corre tras globos. 
No —insistió esa persona, —ese niño está ahí. Y hay que liberarlo —añadió.
Pero, aquel niño, ha de ser un viejo ahora —le contesté.
Sí, pero sé perfectamente que sigue teniendo el alma de niño —espetó, con no poca contundencia y mucha bronca.
Yo no atiné a responder algo, alguna pendejada o alguna sutileza, ante tanta fuerza y dureza en aquellas palabras, en aquel gesto. En aquel mirar.
De pronto recordé nuevamente a aquel niño. Y sí, lo vi. Seguía vivo. Seguía dibujando globos. Rojos, como los prefería. Y también corría tras ellos y su carcajada diáfana aún inundaba los rincones del rincón del globo. Sin embargo, más allá también de su pelo liso, aguado aunque ordenado, puesto sobre su cabeza así, como sin querer ponerse sobre ella, y su mirada pícara y traviesa, pero a la vez ingenua y diáfana, recordé también la cárcel en que ha estado prisionero.