domingo, 21 de diciembre de 2014

NO LO DIGAS, CÁLLATE!!! Fragmento

"...Está ahí con él, con su pareja de varios años, con quien para ser justo, tampoco nunca ha logrado alcanzar ni por asomo aquella combinación sublime de las pinturas de los cuadros en la pared. Incluso a pesar de la obstinación de ella por parecerlo.
Ser deseada y amada es sin duda una necesidad importante en la mujer, con lo que prestará atención y responderá prodigando cuidados, cariño y caricias a quien le manifieste y satisfaga a plenitud ese deseo que campanea entre la carne y la mente, tanto como entre los labios y las piernas, y no menos entre las piernas mismas, una vez superada la edad del romanticismo, de las estrellas y la luna a sus pies, es decir, cuando la mujer se reconoce plenamente a sí misma como tal. Como mujer. Aunque tal reconocimiento ponga en riesgo la amalgama del respeto mutuo que durante siglos se ha pregonado como la esencia de la coherencia del matrimonio, y por ende, de la sociedad. Sin embargo, toda una vida, con toda la infidelidad que pueda arrastrar consigo, nunca será suficiente para destruir a una sociedad, máxime cuando revisamos que formar sociedad es un propósito que, amén de los años que le ha exigido a la humanidad, aún no culmina del todo. Ni culminará. Con lo que entonces esta infidelidad ni es nueva ni es la primera ni será la última, mucho menos aún el deseo de la mujer por sentirse deseada y amada. Lo nuevo, simplemente, es la amplia divulgación de la libertad que el género persigue y ha alcanzado para expresar que siente; para reclamarlo, para vivirlo. Para exigir la parte del placer carnal que le corresponde, así, abiertamente....

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viernes, 5 de diciembre de 2014

El Café de Guatemala


jueves, 4 de diciembre de 2014

El Certamen Desierto

(Premio Único de Cuento, de Fundación Myrna Mack, Guatemala, 2004)


Mi alegría fue enorme aquella mañana cuando en el periódico por fin leía el titular de la anhelada convocatoria.

Una prestigiosa fundación velante de los derechos humanos en mi país anunciaba la apertura de recepción de propuestas para participar en su enésimo certamen literario.

Yo había decidido desde mucho tiempo atrás que participaría en dicho certamen; sólo me encontraba a la espera de esa publicación precisamente, dado que informaba acerca del tema que regiría en esa oportunidad.

Con el entusiasmo por las nubes terminé de leer apresuradamente el anuncio y luego lo recorté y lo guardé.

Cuando al cabo de unas cuantas noches me sentaba tranquilamente frente a la máquina para escribir mi propuesta, busqué aquel recorte de periódico que cuidadosamente había guardado entre la gaveta de mi escritorio. No fue sino hasta ese momento, cuando lo leía nuevamente, despacio, que tuve clara conciencia de cuál era el tema que regiría para el certamen: La justicia. La justicia pronta y cumplida. En ese mismo momento la cara debe habérseme alargado y los ojos casi salido de su órbita, pues, confieso, no sabía de qué me estaban hablando. –¡La justicia pronta y cumplida! ¿Qué es eso? ¿A quién se le habrá ocurrido semejante tema? – me preguntaba a sí mismo. En lo absoluto sabía yo algo al respecto. Me era un tema totalmente desconocido.

Recuerdo que busqué y rebusqué entre mis recuerdos más lejanos y remotos algún pasaje, alguna aventura, anécdota, algún artículo periodístico o algo, lo que fuera, que tuviera relación con la justicia pronta y cumplida. Nada. No encontré absolutamente nada. Me dediqué entonces a hurgar entre mis libros. Revisé todos y de cuanto género encontraba en mi biblioteca; incluso entre los viejos baúles que años antes habían pertenecido al pedagogo de la familia: mi abuelo paterno. Igual, nada. En ninguno de ellos se hacía mención alguna a la justicia pronta y cumplida.

Siendo yo el escritor en la familia, el culto, por así decir, sentí no poca vergüenza cuando durante los siguientes días decidí exhibir abiertamente mi ignorancia y acercarme a algunos familiares para indagar con relación al famoso tema. A pesar de la vergüenza que creí estar pasando, cuando terminé de conversar con ellos, mi orgullo continuaba incólume ya que ninguno tenía la más remota idea acerca de qué era eso de justicia pronta y cumplida. Salí victorioso, aunque vencido por dentro. – Cuán ignorantes somos todos – pensé.

Mi angustia acrecentaba por la proximidad de la fecha de cierre para recibir las propuestas; me atormentaba aún más pensar que seguramente la mía sería la única que haría falta entre aquel buzón. Dada mi angustia por un lado y mi entusiasmo por el otro, decidí sacrificar mi vanidad y orgullo de sabelotodo y acudí entonces a mis amigos; a los más nobles y humildes, por supuesto.

Inmediatamente me comuniqué con los elegidos y les propuse reunirnos en un popular café de las inmediaciones. Sí, en grupo, así la demostración de mi ignorancia sería menos evidente; incluso procuraría que fuera una reunión lo más trivial posible. Nos bastaron no más de treinta minutos para concluir que nadie de nosotros sabía con certeza de qué se trataba ese asunto de justicia pronta y cumplida. Luego, entre cafés y champurradas, nuestra conversación derivó hacia temas intrascendentes. Finalmente, esa tarde reconfirmé que después de todo no era tan ignorante como me lo temía tres horas antes. Cuando menos, no más ignorante que aquellos.

Sin embargo, el verdadero problema no se había resuelto. Yo aún debía escribir aquella pieza literaria. Mi entusiasmo se conservaba intacto. Esa noche, ya entre mis chamarras, le daba vueltas al asunto de uno y otro modo. De pronto, e inesperadamente, se me ocurrió acudir al párroco de mi iglesia. Quizá él tendría la luz, el conocimiento para contestar mis preguntas y dilucidar todas mis dudas con relación a la justicia pronta y cumplida. Así, al día siguiente, a las nueve de la mañana en punto, me encontraba sentado frente al bonachón Padre Pepito.

Le expuse mi inquietud; sin embargo, su explicación pausada y la relación que del tema empezó a hacer con la venida al mundo de Nuestro Señor, me confundía totalmente, por lo que preferí no continuar escuchándole y prácticamente huí de su pequeña oficina.

El cierre de recepción de propuestas, según la nota de prensa que ahora ya mantenía pegada sobre mi máquina de escribir, era en tres días, y yo no había logrado conocer tan siquiera una pelusa con relación a la justicia pronta y cumplida. –Vaya temita – principié a reclamar para mis adentros. Gradualmente aceptaba que en mi país: la justicia pronta y cumplida, era un tema completamente desconocido; o cuando menos, nosotros, los comunes, lo ignorábamos totalmente.

Cavilaba en mis asuntos cuando de pronto apareció en mis pensamientos Roberto. Un viejo amigo que, según recordé en ese momento, había tenido un problema con juzgados y tribunales por un accidente en automóvil algunos años atrás. Indudablemente, él tenía experiencia en el asunto ese de la justicia.

Inmediatamente le llamé por teléfono. Cuando a mi pregunta inicial de cómo estaba con aquel asunto contestó que la siguiente semana cumpliría ocho años del accidente y que aún no resolvía absolutamente nada; y que además, se encontraba desempleado pues sus jefes se habían hastiado de tanto permiso en su trabajo para ir y venir a tribunales, audiencias, reconstrucción de hechos y otros trámites, comprendí que quizá me había equivocado. Sin embargo, luego de su queja, me aclaró que eso era lo normal en los tribunales: meses y meses, años y años, y nada. Cuando finalmente, al cabo de unos cuantos minutos pude preguntarle acerca de la justicia pronta y cumplida, él se quedó pensativo un rato, y al poco confesó – No vos. No sé nada de eso. Pero busca a algún preso. Ellos tal vez sepan qué es. – Fue su postrera recomendación.
No pareciéndome tan descabellada su sugerencia, al día siguiente acudí a la granja penal de la costa, pues confiaba con que allá sería más fácil entrevistarme con algún presidiario. Luego de desembolsar algunos cuantos no pocos quetzales para un guardia que me conseguiría la entrevista, Chojoco, el preso 1271, se encontraba frente a mí tras una liviana malla de alambre.

Intentado ser lo más ameno y cauto posible con mis palabras y con mis gestos, inicié la conversación. Chojoco solamente escuchaba. Sus ojos delataban suma ansiedad, como queriendo llegar rápidamente al meollo del asunto. Cuando terminé de explicarle el motivo de mi visita, su cara inquisitiva, ansiosa, pasó a ser una cara de desilusión, de tristeza. Rompió a llorar con mucho dolor. Entre sus lágrimas y los ahogos que tenía por el llanto logró decirme más o menos que él había creído que yo llegaba para ayudarlo, pues llevaba ya dos años y medio ahí dentro y ni siquiera lo había condenado algún juez. Aún esperaba sentencia. Se le acusaba, según dijo, de portar un costal con marihuana, sin embargo, me juró y perjuró que en el costal que llevaba cuando la policía lo detuvo, solamente había chilca, ya que una de sus tías se encontraba enferma, allá, en la aldea de San Jerónimo; sin embargo, como no pudo dar los treinta quetzales que le exigían de mordida, lo acusaron de narcotraficante. Tuve que hacer sumo esfuerzo para no llorar a la par de aquel hombre, pues sentí que me había hablado con el corazón.

Prometiéndole toda clase de ayuda en su caso, me despedí tan pronto como pude.

En el camino, de regreso y con los ánimos por completo estropajeados, decidí que iría donde un juez, tanto para averiguar del tema de la justicia pronta y cumplida como para averiguar si en realidad podía ayudar a Chojoco. Al filo de las dos y media de la tarde del día siguiente llegué a un juzgado de paz con la intención de entrevistarme con el juez.

A los pocos minutos de mi llegada me encontraba en un pequeño despacho en el que el misterio y lo lúgubre rebosaban. Sentado, esperaba a que el Licenciado, como le llamó su secretaria, apareciera en el umbral de la puerta.

Cuando finalmente apareció aquel señor, luego del saludo y la presentación de rigor, le planteé mi duda directamente, sin siquiera hacerle mención acerca del certamen literario. Él, luego de escucharme durante unos breves segundos con señas claras de impaciencia, me interrumpió en indeterminado momento y dijo: –Mire señor, en verdad me gustaría ayudarlo con eso que dice de... ¿Cómo dijo que era? –Justicia. Justicia pronta y cumplida, señor Juez. –Ah, sí, disculpe, es que suenan tan rimbombantes esas palabras que poco se entienden. Pero bien, como le decía, realmente ignoro por completo de qué me está usted hablando. Ahora, si me da un mes o mes y medio más o menos, tal vez pueda yo revisar o preguntarle a mi secretaria si hemos recibido alguna circular u oficio al respecto acá en el despacho. ¿Qué dice? ¿Se lo buscamos? –Pues la verdad, no, señor Juez, ya que me urge para mañana mismo; pero bueno, qué le vamos a hacer. De cualquier manera, le agradezco su fineza y amabilidad, señor Juez. En ese momento aproveché también para exponerle el caso de Chojoco y, a la vez, solicitarle alguna sugerencia para cumplir con mi promesa a aquél. –No se preocupe, amigo, ni pierda su tiempo. Lo más probable es que ese delincuente lo haya engatusado a usted con mentiras y lágrimas. Olvídelo. – Terminando de decir esas palabras, tal si dictara sentencia, se levantó de su sillón y me extendió su mano, no dejándome más opción que darle las gracias por nada y marcharme.

Si los ánimos los llevaba bajos cuando llegué, cuando salí no los tenía en absoluto. Caminando cabizbajo por la banqueta atiborrada de vendedores, vi que entre ellos había varios que vendían libritos que versan acerca de las leyes del país: que el Código de Comercio, que la Ley del IVA, que el IETAAP, etc. Su presencia me hizo recuperar la ilusión de por fin encontrar algo relacionado con la justicia pronta y cumplida. –Ey, vos ¿tenés algún libro de esos que sea de la justicia pronta y cumplida? – pregunté al paisano que atendía un puesto. –Cómo dice que dijo, don – –Justicia pronta y cumplida, vos. A ver, miremos entre estos – le dije en tanto husmeaba entre todos aquellos libros y librejos.

Luego de revisar durante algunos minutos todos los títulos que ofrecía, acepté que no había nada acerca de justicia pronta y cumplida.

Triste. Muy triste en realidad, me alejé de aquella venta improvisada. Me dirigí por sobre la avenida hacia el estacionamiento público donde había dejado mi auto. El viento que corría desde el Norte arrastraba consigo el olor a diesel de las camionetas. El frío y la algarabía del fin de la jornada, a las cinco de la tarde, contrastaban con la tristeza que dentro llevaba al aceptar finalmente que no podría participar en aquel certamen ni ayudar a Chojoco.

Esa noche, ya entre mis cobijas, inesperadamente una lágrima rodó por sobre mi mejilla. No sé si brotó de dentro de mí o de mi alma, lo cierto es que esa era la señal inequívoca de mi rendición ante aquella convocatoria anhelada. Me dolía pensar que quizás yo era el único que corría sin suerte en este país, dado que seguramente varios de los escritores “del círculo” ya habrían depositado sus propuestas entre aquel buzón.

El día siguiente transcurrió con una normalidad inusitada, entre mis faenas y mis afanes, revisando esto y componiendo aquello. Era el último día para la recepción de propuestas.

A los pocos días leí nuevamente en el periódico acerca de aquel certamen literario. La publicación de los primeros lugares, pensé en un inicio, no sin algo de envidia; sin embargo, conforme fui leyendo, con gran emoción vi que decía que el certamen se había declarado desierto ya que nadie, en ninguno de los distintos géneros literarios para los que se había convocado, había participado.

No se había recibido una sola propuesta.

¡Recáspita! ¿Y ahora? – me pregunté, envuelto en una nube de satisfacción, inquietud y duda. Al pie del anuncio se indicaba que próximamente se estaría dando a conocer un nuevo tema para el certamen, ya que el de “Justicia Pronta y Cumplida”, según reclamaron muchos escritores deseosos de participar, les había resultado totalmente desconocido.

FIN

NOTA Esta propuesta alcanzó el Premio Único de Cuento de la Fundación Myrna Mack, en el año 2004, en ciudad Guatemala.

NOTA II: Cuando escribí este cuento, no imaginé ni por asomo que estaría vigente en tanto exista humanidad. Comprobado.  

domingo, 16 de noviembre de 2014

No lo digas, cállate!!!!










¡NO LO DIGAS, CÁLLATE!




José Luis Elgueta Jegerlehner
Guatemala, C. A.









© ¡No lo digas, cállate!

José Luis Elgueta Jegerlehner


Diseño de Portada, Revisión y Edición: José Luis Elgueta Jegerlehner



Registrados y reservados todos los derechos.
Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito del autor.




NO LO DIGAS, ¡CÁLLATE!

El popular barrio de...

...la colonia Nueva Monserrat, como nacimiento navideño que ha sido construido a lo largo de los últimos 50 años a la periferia de la ciudad de Guatemala, perdía paulatinamente el alegre y vivo colorido de sus flores de bouganvilias y nazarenos conforme los postreros rayos del sol se desvanecían sobre los tejados de lámina, las terrazas y las abundantes copas de árboles diseminados aquí y allá entre parques, calles y patios traseros. El trino alborotado de los cenzontles llamando a los suyos al nido se mezclaba con el potente rugir de los motores de autobuses urbanos, el griterío de sus brochas y el cansancio de sus pasajeros, muchos de ellos colgando aferrados apenas de las puertas con sus manos, y de Dios, con sus oraciones, para no soltarse y caerse y romperse la cara, y también el cuerpo, e incluso la madre misma, sobre el irregular y áspero pavimento gris. Cientos de automóviles y motocicletas yendo y viniendo terminaban de dar un caótico colorido a ese laberinto; a esa antinatural naturaleza urbana del final de la jornada. Los vecinos, miles, tal cual los cenzontles, también regresaban a sus nidos.

El ocaso despliega paulatinamente la oscuridad propia de la noche, y el anhelado fresco que se esparce sobre el barrio, sobre el valle de la Ermita completo, finalmente empieza a doblegar los caldeados ánimos que la muchedumbre ha acarreado desde poco antes del mediodía sobre sus espaldas, debido a las altas temperaturas de la época. Los relojes marcan las 18:54, aunque como suele suceder en este país de horarios no restringidos e irrestrictos, quizá otros marcarán las 18:59 y no pocos las 18:49. Minutos más, minutos menos, en un país tropical, de verano e invierno solamente, nunca han hecho una enorme diferencia. Mucho menos tragedia alguna.

Las miles de pequeñas y acogedoras casas otrora uniformes y perfectamente alineadas, hoy día salpicadas de frondosos árboles, también de Jacaranda, también en plena flor, aunque invisibles por la oscuridad que en este momento prevalece, dan cobijo a gran parte de la masa humana de una ciudad que a gritos mudos, vanos de por sí, clama por cosmopolitar. Por figurar. Por ser en el mundo algo más que la violencia, la pobreza y el analfabetismo que constantemente los titulares de los diarios enarbolan para mantenerlos frescos en la memoria de sus habitantes. Pero bueno, precisamente ahí, en una de esas pequeñas casas de la policroma colonia inicia este inicio que, como el lector leerá, páginas adelante inicia nuevamente, aunque es preciso advertir también que sabiendo que todo ha sido escrito, este no podrá decir algo nuevo, pues los pecados y las virtudes que se revelan han sido vividos, sin duda, incontables veces por incontables pecadores y virtuosos, por lo que no corresponden a alguien en particular. De hecho, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.



¡Diablos! Se acabó. ¡A la mierda todo!
—vociferaba evidentemente colérico y enfadado, sentado a la mesa del humilde comedor de mesas y sillas de patas de hierro y tableros y asientos de plástico, aún forrados con nylon, al tiempo que con su brazo derecho esparcía hacia los aires y sobre el suelo mismo el tumulto de hojas de papel, volantes, servilletas y pequeños y disformes pedazos de los mismos en los que a lo largo de los últimos cinco años había garrapateado con tinta una infinidad de frases y oraciones. De textos. Sus fumadas, les llamaba. Sus elucubraciones de escritor. Muchas. Muchísimas escenas, guiones, sentimientos y simples anotaciones estaban en ellos plasmados. Accidentalmente, en su arrebato, arrojó también el penúltimo vaso con ron y coca cola que se había servido y se había tomado y lo había terminado de encolerizar. De emputar.

El mantel de algodón a cuadros rojos y blancos absorbió instantáneamente aquel brebaje derrochado, esparciéndolo sobre la superficie de la mesa en una mancha oscura y pegajosa, todo lo cual le enfadó aún más, máxime, aunque inexplicablemente, cuando algunos de aquellos trozos de papel también empezaron a absorberlo.

Otro rechazo editorial disfrazado de agradecimiento a su propuesta literaria, la postrer oportunidad a que se había aferrado luego de cerca de 20 intentos previos y casi nueve meses de larga y tensa espera, sepultaba definitivamente, lapidariamente, sus anhelos. Sus sueños por saberse escritor. Escritor reconocido, a ciencia cierta, pues escritores lo somos muchos, quizá todos, aunque algunos más y otros menos, pero ¡reconocido! Eso, válgame la vida, sí que es harto difícil, máxime cuando lo que se pretende es ser reconocido como buen escritor, pues cuando el reconocimiento se obtiene por malo, o por soso e insípido incluso, como en no pocos casos, amén de fácil, ha de ser triste. ¡Válgame entonces, Señor, la vida!

Así, colérico, aunque muchísimo más, frustrado y desanimado, pues para colmo de sus males se encontraba solo dentro de las paredes color celeste cielo de aquella pequeña casa de colonia, dado el inesperado y tempranero incidente que lo dejó sin argumentos para continuar la batalla de la vida en el campo, obligándolo a regresar al hogar más temprano que de costumbre, se debatía así, a solas, entre la angustia que a todos angustia y la tormenta que a todos atormenta cuando vemos cerrarse frente a nuestras narices la última de las puertas que despiertos hemos soñado abierta, y cuando dormimos dejamos de soñar, por lo que no pocas veces preferimos caer en los brazos de Morfeo para olvidar. Para no pensar más. Para no angustiarnos más. Para no soñar. O cuando menos, para soñar otros sueños, aunque quizá también imposibles.

Momentos en los cuales sentimos que no habiendo más nada qué hacer, después de tanto esfuerzo y dedicación, nos lamentamos, maldecimos y proferimos toda clase de peroratas, sin razonar que el final no llega hasta que, contundente, llega, y sin conceder solución alterna, ni siquiera maldecir, por lo que este final para nuestro amigo, como tantos otros, sólo está disfrazado como tal. Sabio quien lo descubre oportunamente y desecha tales aparentes finales para continuar en pos de nuevos, con nuevos brillos, antes que tornarse prisionero de alguno.

—¿Cómo putas se me ocurre pretender llevármela de escritor, de cuentista, cuando nunca en mi vida he estado en los Florales de Xela, mucho menos en París? ¡No puedo perder más tiempo en estas tontas vanidades! —se reclamaba en una mezcla de frustración y melancolía, aunque sobretodo, enfado, ante la traición de los vaivenes de la vida que en ese momento sentía.
Según me contó él mismo algunos meses después, coincidentemente en esos días había terminado de leer el libro que con la mejor intención del mundo yo le había obsequiado, sin embargo, enterarse que leía otro autor más que se ufanaba de haber estado en París, conocido a Faulk, tomar café en Le Rotonde, tener amistad con Schmidt y tantas más, imposibles por completo para él, ni siquiera imaginables en realidad, finalmente lo había cegado en una ira y frustración que sólo pocos comprendíamos, una vez supimos su origen.

Y es que, para colmo, todo coincidía contra él en ese momento. Aunado al enésimo rechazo y su lectura de aquel libro y la soledad que entonces sentía, desde las chillonas bocinas del aparato de radio cuando sintonizó la primera emisora que el azar le permitió, surgió inesperadamente y sin misericordia alguna del destino, aquella que dice: “Dicen que soy un payaso, que…”. A pesar que inmediatamente cambió la estación, aquellas duras palabras continuaron resonando y repitiéndose una a una, una y otra vez en su cerebro. Dicen que soy un payaso, que...

—Sí, yo también soy un payaso.  ­—empezó a lamentarse, cantando y sonriendo como loco, aturdido, aunque a ratos como niño. Como niño pensante —Todos a quienes leo, han estado en París. Y yo, ¿qué? Cuando acaso si he tenido dinero para viajar a conocer el Palacio Maya y la basílica de Esquípulas. ¿Cómo entonces voy a ser escritor? No conozco a nadie del círculo ni tengo el carácter mierda de ser rastrero para conectarme con los del París de porquería. —agregaba realmente furibundo.

—Menos mal que tengo a Juana. Sí, mi mujer que es mujer y media. —se dijo al tiempo que pensó en buscarla en algún rincón de entre aquellas paredes que ellos mismos habían pintado meses atrás con ese color de cielo celeste que le relajaba, según ambos creían, aunque pronto recordó que estaba solo. A pesar que también sabemos que se rumora que la providencia no deja solo a quien está solo, máxime cuando nosotros somos quienes decidimos acompañamos de la soledad. Así, por casualidad o por la providencia, justo en ese instante escuchó el rechinido que la puerta de la verja del jardín, hasta allá afuera, a la orilla de la calle, producía cuando se abría, a pesar de las tantas veces que con empeño y suma diligencia él le había puesto aceite de máquina en sus bisagras y el pasador.

—¿Juanita? ¿Cielo? —murmuró preguntando en dirección a la puerta. El silencio fue su única respuesta. Esperó 20 segundos. Un minuto. Nada. —¿Y ahora? —pensó. —¿Cielo? —gritó entonces a plena voz, dudando que quizá el aire le había jugado una como tantas nos ha hecho. ¿O no? Claro. Cuántas veces hemos creído que tal o cual va o viene, y luego comprobamos que simplemente ha sido el viento y no quien pensamos que era. O cuando menos, damos preferencia a pensar en el viento como actor principal, para evitar entrar y quedar atrapados en el mundo de las sombras blancas y los espíritus que, socarrones, se esfuman y escurren entre recovecos, incluso de nuestra imaginación.

Finalmente, a los pocos segundos, la puerta de madera, la principal, dejaba escapar el tenue sonido de una llave deslizándose entre su cerradura. Sin duda Juanita, su Cielo, llegaba.




Él, de nombre Alberto, apodado...
... “el vago” desde nuestra juventud, principalmente por su contundente negativa a hacer algo más que escribir, y ella, Juana, quizá la más embelesada lectora de libros viejos, generalmente obtenidos a través de préstamos u obsequios que los vecinos le hacían, se conocieron así como así. Así como sin querer conocerse, pues de antemano se conocían mutuamente sus supuestas mañas tanto como sus aparentes gustos, aunque todos ellos por lenguas de terceros. De tal suerte, cuando se les presentó la oportunidad de conocerse personalmente, ambos la rechazaron. De inmediato.

—¿Yo, con ese vago? Para nada. —Habría sentenciado Juana aquel uno de diciembre allá, en las inmediaciones de la escuela pública de El Tumbador, donde ella impartía clases a los chiquillos del tercer grado de primaria, aunque en ese momento se encontraba solamente de paseo, en compañía de Mirtala, disfrutando de las ansiadas vacaciones escolares que recién habían iniciado durante el mes anterior. Anterior a ese diciembre, no a este, cuando simplemente hago una remembranza de los hechos. 

—¿Con Juana? —fue lo único que dijo el vago, mi compadre, más recatado, pensando y dudando cuando se la propusimos como compañera para el viaje que entonces planeábamos realizar durante el 25 de diciembre, a la playa. 12 o 14 años atrás, cuando la vida aún nos permitía aquellos chapuzones en las magníficas y recónditas playas de Ocós, a donde íbamos a bordo de la palangana del camión de don Carlos, entre zangoloteos y vaivenes, sol y polvo, y no pocas veces, lluvia y frío, ya de ida, ya de vuelta.

Aún hoy no me explico a ciencia cierta qué sucedió allá, en aquella playa aquel 25 de diciembre, pero desde ahí, desde aquel momento surgió todo. Como una verdadera natividad. Todo, para ellos como pareja, aunque seguramente, como todos, ellos también han de tener otros todos, adicional al de pareja. Sí, como todos. De hecho, siempre construimos nuevos momentos o nuevos futuros que luego, inexorablemente, también serán otros todos. Es la razón por la cual escuchamos frecuentemente lamentos tales como: era todo para mí, cuando algún todo fallece, aunque luego la persona se percate que su nieto, quien apenas inicia en la vida, es entonces nuevamente otro todo para ella, también. O el trabajo, tanto como un gato o un chucho, dependiendo de las circunstancias, que también llegan en ciertos casos a ser eso: un todo.

Tampoco sé, menos aún ustedes quienes recién empiezan a conocer esta historia, cómo ni cuántos ni de qué clase fueron los chismes y los dimes y los diretes que fueron y vinieron en aquellos días de fin de año en el pueblo, pero lo cierto es que para el 31 de diciembre, el vago, mi compadre, se presentó en casa de Juana con un envase de un litro de guaro entre el pantalón y la panza, la mitad dentro del envase y la otra dentro de él, y sin que aquella lo supiera, el vago, atrevida y precipitadamente, o más bien atolondradamente, le pidió a don Macario la mano de su hijastra.

Regordete e hinchado y con los cachetes colorados a causa de su cotidiana y constante borrachera, don Macario, como acostumbraba con la mayoría de personas en el pueblo, no le puso atención a aquella petición en absoluto sino al envase de pulmón de guaro que, como no queriendo dejarse ver, se veía apenas sobresaliendo de entre el cinturón del pantalón en la panza del vago, quien de pie, frente al añejamente alcoholizado y potencial suegro, esperaba una respuesta.

—Juana —gritó don Macario, siendo lo único que salió de su boca en ese momento. La hijastra llegó de inmediato, sonriente y feliz, pues ahora sabía que el vago, mi compadre, recién había llegado y conversaba con su padrastro en la puerta de la casa, aunque no sabía por qué, y ni por asomo, de qué.

—Mija, trae por favor dos vasos, hielo, unos limones y dos bolsitas de chicharrones o tor trix de allá de la tienda. Dile a tu mamá que después se lo pago. ¡Ah, y una coca! — Dicho esto, estiró su cuello y volteó a ver un par de veces hacia afuera, a ambos lados de la calle, cerciorándose quizá de la inexistencia de algún testigo. Evidentemente ilusionado o satisfecho con lo que vio, o no vio, se frotó las manos e invitó finalmente al vago a entrar en la casa, llevándolo par de pasos tras de sí hacia un pequeño salón que seguramente las hacía de bar personal. Sí. Situado justo al lado de la tienda, ese pequeño salón era sin duda el ambiente propicio de don Macario para celebrar sus momentos. Tanto los de reír como los de llorar. Una pena que nunca lo haya utilizado para pensar. Pero bueno, una vez ahí, él jaló su silla y se sentó, indicando a su vez a mi compadre que sacara de debajo de la mesa un banco plástico, color blanco, y por ende harto vista la suciedad que se le había impregnado con el paso de los años, para que se sentara. Aquel, esperando aún algún atisbo de respuesta a su pregunta, se limitó a obedecer.

Por fortuna, por esos días aquel era tan flaco como Toño, el flaco del pueblo, quien a pesar de ser sólo seis meses mayor, le había ganado por esos pocos meses el apodo. Así, el banco blanco, aunque sucio y de endebles patas, lo soportaba en peso.

El irregular piso de cemento con ondulados desniveles desde cuando seguramente un aprendiz de albañil lo fundió, mostraba una larga grieta a todo su largo, consecuencia sin duda de los temblores que aún hoy azotan aquella región. Seguramente la grieta continuaba hasta la habitación contigua, por debajo de la pared de color amanecer rosa, pero ahí, en ese salón, parecía ser la línea divisoria que alineaba de manera casi perfecta la mesa color turquesa encendido del centro, la silla de madera de don Macario, con el fragor de los años encima, las otras dos, de plástico, y el banco blanco de endebles patas que ofreció al vago. Todo esto quedaba hacia el lado de adentro de la casa, a la derecha de aquélla larga grieta.

Al otro lado, hacia la calle, al lado izquierdo de la grieta, una ventana cubierta con raído dacrón blanco con pequeñas flores que evidentemente algún lejano día fueron amarillas, haciendo las de cortina, permitía airear la habitación. Debajo de esta, una mesita con un florero de vidrio con frescas flores del día sobre un añejo y descolorido tapete. Hacia el lado izquierdo, por donde pasaba la grieta sobre el piso, una vieja refrigeradora de adornos todavía cromados y que evidentemente no funcionaba. Dos cromos, uno de la virgen de Guadalupe y otro de un expresidente dizque revolucionario, ambos colgando de la pared, al igual que dos calendarios, uno del año que en ese entonces se aproximaba, y otro de 1968, que seguramente guardaba su lugar por la estampa que entonces presumía, aunque ahora la luce pálida, decolorada por el sol. Un foco desnudo pendiente del techo con un pedazo de pita de cáñamo agregado para encenderlo o apagarlo y un par de tiras de plástico pegajoso colgando en dos de las esquinas del techo, para atrapar a las moscas, terminaban de componer aquel espacio. En el dintel de la puerta que conducía hacia la tienda, a la derecha, un par de lienzos del mismo dacrón de la ventana, aunque con las flores amarillas más coloridas, también la hacían de cortina. Todo el salón, eso sí, con la pulcritud y el esmero que doña Chila procuraba denodada y estoicamente brindarle día a día a su hogar. —Pobres, pero limpios —como pregonaba a sus clientes.

Don Macario, acomodado en su silla, la de madera, la que posee el fragor de los años encima, de inmediato extendió sus brazos sobre la mesa, evidentemente impaciente porque llegara el momento de servirse un trago. El vago, mi compadre, tímido y sorprendido, no se decidía a sacar el envase de litro de guaro de entre su cintura hasta que mismo don Macario espetó: —y bueno, acaso piensa tenerlo guardado ahí toda la tarde. Sáquelo pues. Pero antes, hágame el favor, ponga esta tapadera de botella debajo de esa pata, porque la mesa se tambalea. —al tiempo que señalaba la pata derecha de la mesa. Es decir, a la izquierda de aquel.
 
Mi compadre, el vago, ilusionado porque percibía que don Macario empezaba finalmente a propiciar un ambiente de confianza y fiesta para dar su respuesta, una vez incorporado luego de haber puesto la tapadera de botella de agua gaseosa debajo de la pata de la mesa, acomodó su banco, y antes de sentarse, sacó de entre su cintura el enorme envase de vidrio, lo puso sobre la mesa y se sentó, a medias, en el endeble banco blanco cuyas patas, sentía él ahora, también se esforzaban por ajustarse al desnivel del piso, por lo que lo reacomodó un par de centímetros hacia derecha.

Yo no estuve ahí. Lo que he contado y seguiré contando me lo contó él después. Todo. Pero para no hacérselos largo como a mí me lo hizo mi compadre, el vago, intentaré finalizar entonces contándoles que don Macario, una vez Juana llevó lo que su papá que no lo era le había encomendado, se metió entre pecho y espalda el medio litro entero casi, pues un solo trago le dejó servirse al vago. A mi compadre. Sin embargo, luego, cuando ese se acabó, pidió, a través de la puerta con la cortina de flores amarillas más coloridas, otro, pero completo, a doña Chila, su mujer. La que sí era mera mamá de Juana, y que totalmente al contrario de don Macario, elevaba sus manos y sus plegarias de agradecimiento al cielo con una sonrisa que iluminaba la pequeña tienda que atendía, pues con el disimulo que le era propio, pero también con la intuición que en general les es propia, había escuchado cuando, aún en la puerta de la casa, el vago había pedido a don Macario la mano de Juana.

El reloj finalmente debe haber marcado las 10 o las 10 con 5 de la noche, aunque también pudieron haber sido las 9 con 55, pues como ahora sabemos, en un país tropical tales minutos no hacen diferencia, pero lo importante es que doña Chila cerró su tienda. Y luego de servir un par de platos con tiras de carne de cochino fritas en aceite y con cebolla, apio y chile pimiento a los negociadores que nada negociaban, se retiró a su habitación, dejándolos solos, regocijándose él, el mayor, de todo, y el menor, lamentándose, aunque también de todo, pues como se ha dicho, nada negociaban, mucho menos hablaban acerca de la mano que aquel pedía, aunque bien sabemos que toda, completa, la quería.

Una vez ella en su habitación, asumió el vago, mi compadre, cuando me lo contó, ella debe haber llamado quedamente a Juana, y seguramente le contó la buena nueva, pues la doncella, aunque rozaba ya los 28, apareció de pronto tras la otra puerta, la que daba al patio y luego a las habitaciones, con una sonrisa de ángel enamorado, y desde las espaldas de don Macario, le lanzó un beso en el aíre, soplándolo desde la palma de su mano. Acto seguido, ella dio media vuelta y desapareció, como flotando, por la misma puerta. El vago intuye que ella en ese momento ya sabía lo de la mano, tanto como lo del resto del cuerpo.

Al final, don Macario se tomó 3 medios litros y medio de otro medio, y mi cuate, el vago, el cuarto que ni por asomo pensemos que sobró, sino que logro más bien aprovechar, aunque sin haber obtenido ni siquiera indicio y mucho menos aún respuesta alguna a su petición. Aquella se quedó en el aire, flotando en la borrachera de don Macario. Lo único que el vago, mi compadre, descubrió esa noche, era que don Macario tenía entre la refrigeradora vieja y abandonada, adentro de la gaveta de abajo, hasta el fondo, todo un arsenal de litros de guaro, pues cuando el segundo se acabó, le pidió sacar de ahí un tercero, aunque del mismo ya no bebieron más que un postrer trago.

Las miradas que mi cuate y Juana se habían cruzado a lo largo de aquella tarde noche y los sutiles roces de aquella con él, así como sin querer queriendo, cuando llevaba y traía los hielos y los limones, y con don Macario en cierto momento tendido, totalmente anestesiado, y doña Chila confiada, o anticipando todo y pensando en la conveniencia de que su Mija, como llamaba a Juana, se casará con mi compadre, quizá  simplemente optó por fingir alguna confianza y se hizo la dormida, y entonces, desentendidos ambos mayores, ella y aquel finalmente consumaron la ardiente seducción que durante 6 largos días y 5 noches habían alimentado como caldera de tren en cuesta.

Así las cosas, el 24 de febrero se estaban casando. Acto en el cual sí estuve presente, pues fui padrino de la boda. Una fiesta magnífica. Doña Chila tiró la casa por la ventana, pues a pesar de los años de Juana, no sentía paz con don...

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sábado, 8 de noviembre de 2014

Sí, cada vez, cada día, pero más cada vez que leo más,...

...veo que permanecemos en un círculo donde la historia no deja de ser más de lo mismo. Siempre. Hoy, sin duda, somos nuevamente los salvajes del ayer, y del futuro.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Colección de...


En amazon.com

viernes, 31 de octubre de 2014

No lo digas. Cállate.




La historia de un escritor novel que, al lado de su pareja, viven las penurias de su desconocida pluma tanto como de la industria editorial tradicional, lo que lo lleva a la frustración y casi a abandonar la faena sin siquiera publicar alguna de sus propuestas literarias. Sin embargo, ella, y su confianza en él, tanto como varios designios del destino que se les presentan de diversas maneras, incluso incómodos, molestos y hasta inmorales, y por tanto innombrables casi, finalmente lo llevan a ser llamado el profeta de la web, ya que es en tal sitio donde alcanza el éxito como escritor. 

Una historia amena, pletórica de imágenes y emociones que revela mucho de nosotros, los humanos.


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miércoles, 22 de octubre de 2014

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jueves, 9 de octubre de 2014

Así Conquistamos El Mirador, La ciudad maya.



Este libro narra el coraje y la enjundia, el anhelo de conquista, aunque también las penurias y sufrimientos vividos por un grupo de hombres y mujeres de diversas edades, profesiones, constituciones físicas, sueños y costumbres, incluido el autor, caminando a través de cerca de 150 kms entre la selva tropical del Norte de Guatemala, durante 5 días y sus noches, al amparo de gigantescos árboles de caoba, cedro y ramón, tanto como de las estrellas y la luna, rodeados de no pocas incomodidades y peligros: jaguares, alacranes, cocodrilos, serpientes barba amarilla y plagas de zancudos, entre otros, en pos de un singular sueño: conocer el sitio arqueológico maya El Mirador. La primera ciudad Estado del continente americano y auténtica cuna de la civilización maya, por ende, un fastuoso tesoro arqueológico y natural. Sin embargo, dadas dichas condiciones naturales, adversas para muchas personas, ese vasto, prístino e inhóspito bosque tropical y los innumerables sitios arqueológicos que alberga, entre ellos El Mirador, pero también Tintal, La Muerta, Nakbé y cerca de 25 espléndidos sitios más, resultan aún hoy desconocidos por completo para la inmensa mayoría. De tal suerte, el autor, amante y orgulloso de su país, pretende con este, mucho más que simplemente dar a conocer de manera entretenida y con lenguaje sencillo todo lo que esa exuberante selva encierra, y a la vez arrebata al viajero aventurero cunado se interna en ella, servir de fuente de información documentada para que usted organice su viaje de mejor manera, a sabiendas, y plenamente advertido, de las probables eventualidades que podrá enfrentar de atreverse a hacer realidad esa magnífica vivencia personal dentro de la selva de el Petén. Así mismo, el valor de esta narrativa, más allá de entretenerle con la descripción de la aventura citada, bastante documentada, resulta también en un valioso recurso educativo para el aula de las escuelas, colegios e institutos del mundo, principalmente en las áreas de las ciencias sociales y la historia, máxime que es una vivencia real.

Disponible en el portal de comercio electrónico más grande del mundo.

sábado, 19 de julio de 2014

Y este otro

http://guichodeguate.blogspot.com/

viernes, 18 de julio de 2014

Otro rollo.....

http://lasfumadasdeguicho.blogspot.com/

martes, 15 de julio de 2014

Algo respecto a Ocós (no es cuento)

Mucho antes de la llegada de los españoles a Guatemala, alrededor del año 1,500, el puerto de Ocós fungía como importante cónclave de comunicaciones y transporte para las culturas precolombinas del resto del continente, principalmente hacia el Sur, a través del extenso y bravío océano Pacífico.
De tal suerte, ante el auge que en las postrimerías del siglo XIX tomaba el comercio de diferentes cultivos propios de la zona marquense, principalmente café, y la entonces incipiente pero impostergable politica de Estado de implementar un sistema ferroviario que colocara a Guatemala a la vanguardia del desarrollo y las comunicaciones que aquellos años exigían, el 16 de agosto de 1884 se emitió el decreto gubernativo 308 que daba vida al puerto de importación y exportación de Ocós, sobre la costa del departamento de San Marcos, en Guatemala, Centro América.
Sin embargo, dicho "puerto" no contaba con tren y mucho menos con muelle. De tal suerte, y con el propósito de facilitar verdaderamente la exportación de las producciones de la región y la importación de distintas mercancías desde el viejo mundo, un grupo de empresarios ingleses, alemanes y estadounidenses, finqueros de la zona en su mayoría, se propusieron construir un muelle en dicho puerto.
Éste, dadas las cualidades de la playa sobre el Pacífico, arenosas y de poca profundidad, debió hacerse tan extenso como 433 metros de longitud, y al igual que los otros entonces construidos sobre el Pacífico guatemalteco, como el de San José, en Escuintla, y Champerico, en Retalhuleu, funcionaba mediante el fondeo de las naves en aguas profundas y luego, a través de lanchones, las mercancías eran trasegadas hasta o desde el muelle.
Fueron estos los años en que finalmente la clase acomodada del país pudo hacer un viaje más cómodo y rápido desde la ciudad capital hasta el departamento de San Marcos, pues mediante carreta tirada por caballos se recorría el primer tramo desde la ciudad hasta Escuintla; luego, a bordo del tren, hasta el puerto de San José, donde se abordaba un vapor hacia el puerto de Ocós, y, finalmente, desde este, a lomo de caballo o mula se recorrían los kilómetros necesarios hasta el destino final, generalmente las casas patronales de las extensas fincas cafetaleras de la zona.
Entre tanto, el gobierno central proseguía con la labor de implementar la red ferroviaria nacional, aunque ni remotamente se preveía llegar aún hasta aquellos remotos parajes de Ayutla, Ocós y ni siquiera Coatepeque, distantes estos tanto como 250 kms de la ciudad capital.
Por lo tanto, y quizás el mismo grupo de empresarios que asumió la construcción del muelle en la década del 1880, se organizó y fundó la empresa: la Compañía de Ferrocarril de Ocós. Y construyó dicha línea ferrocarrilera. Sí. Dicha fue construida por un grupo privado, al igual que la línea entre Champerico y Retalhuleu.
Así las cosas, no sino hasta veinte años después, en 1908 para ser preciso, se inauguraba el tramo ferroviario entre Ayutla (Tecún Umán) y el puerto de Ocós.
Vale resaltar que en ese entonces tampoco llegaba aún el tendido ferroviario desde Guatemala. Es decir, el tramo entre Ocós y Ayutla, al igual que el de Retalhuleu a Champerico, eran tramos aislados del resto del sistema nacional, y no sino hasta el 1 de julio de 1915, cuando se inauguró el tramo entre Coatepeque y Ayutla, quedó entonces conectado el de Ocós con el resto del país.
Finalmente, el puerto de Ocós gozaba entonces de su título y operaba como tal. Barcos de diferentes banderas fondeaban en sus inmediaciones, y sus pasajeros tanto como sus mercancías embarcaban o desembarcan a través de lanchones y su extenso muelle, con el añadido de una línea ferroviaria.
Fortuitamente, y sin certeza alguna en las fechas, pero entre 1905 y 1915 aproximadamente, encalló en las inmediaciones del puerto de Ocós un enorme vapor, como se le llamaba entonces a los barcos. Se trataba del Sesostris, perteneciente a la naviera alemana Kosmos, que cubría las rutas sobre el Pacífico, desde Chile hasta Los Ángeles.
El Sesostris, de 3,026 toneladas de desplazamiento, era una verdadera ciudad flotante que contaba con todas las comodidades y lujo que la época disponía. De hecho, y dado que coincidentemente en el vecino México recién se prohibía el culto religioso y se había expulsado a obispos, sacerdotes y monjas, muchos de estos huyeron hacia Guatemala, y estando en Ocós, vieron en el Sesostris la magnífica oportunidad de un albergue. Ahí, a bordo del vapor encallado, vivieron durante varios meses.
Adicionalmente, y de acuerdo a publicaciones de prensa estadounidense de la época, sabemos que el Sesostris brindó energía eléctrica a la población de Ocós, con lo que esta, una comunidad aislada como lo eran la mayoría a principios del siglo pasado en el continente americano, tuvo la dicha de contar con energía eléctrica de excelente calidad, aunque sólo fuese utilizada para iluminación, dada la situación reinante en aquel entonces. 
Sin embargo, un enorme barco como lo era el Sesostris, encallado, era una pérdida enorme de dinero, con lo que constantemente se realizaban esfuerzos de enorme dimensión para sacarlo a flote, aunque todos, una y otra vez, fracasaban. De tal, se anunció entonces al mundo la necesidad que había por sacarlo de ese enorme banco de arena que había formado y ponerlo nuevamente a flote. Inmediatamente una compañía inglesa, cuya experiencia en la mar sería redundante comentar, se ofreció a lograr el cometido.
Así las cosas, cuando el grupo de ingleses arribó al puerto de Ocós, inmediatamente tomaron nota de las mareas y flujos marítimos, y en menos de lo que canta un gallo el Sesostris se hacia nuevamente a la mar.
¡¡¡Recáspita!!!! Entre 1925 y 1938, un año antes u otro después, no lo sé con exactitud, y tampoco he encontrado información confiable para precisar la fecha, el muelle del puerto de Ocós quedó en el aire. En tierra firme. Bueno, quienes conocen el sitio dirán: en arena firme. Y sí, así fue. El mar, como pensarán algunos, se retiró tanto como 300 metros de la noche a la mañana, hacia adentro del océano sin explicación lógica alguna. Champerico, ubicado a 37 kilómetros de distancia en línea recta, sobre la misma costa, no sufrió tal accidente geológico.
Luego, a partir de 1960, tuve finalmente la oportunidad, la dicha, la gloria de visitar constante y asiduamente las playas de Ocós. Semana Santa, fines de semana, feriados y días festivos eran visita obligada.
Recorrí entonces no pocas veces los restos oxidados y peligrosos de lo que otrora fuera el muelle que he comentado; muchas otras, sus esteros, la orilla del mar hasta el vecino México, de pesca por la noche y, por supuesto, nadé, brinqué y pataleé en su playa. Y luego, conocí sus nuevos faros. 
Sin embargo, su playa, siempre me llamó muchísimo la atención que a cuatro o cinco metros desde la orilla presentará una “hondonada” que corría paralela precisamente a la playa. 
Era un espacio también de cuatro o cinco metros en los que una persona podía fácilmente quedar sin pisar suelo. Arena. Y era necesario entonces nadar muy bien para buscar aguas bajas. Pero luego de esos pocos metros de hondonada, mar adentro, el suelo emergía y el agua nuevamente quedaba bajita, alcanzando apenas unos cuantos centímetros. Cinco o diez, a lo sumo, aunque no pocas veces quedaba totalmente seca por algunos instantes. Por supuesto, conforme llegaban las olas o incursionaba poco más, la profundidad aumentaba, 20 centímetros, medio metro, un metro y, por supuesto, lo naturalmente profundo. Pero era fácilmente predecible y por tanto “controlable”, pues obedecía en todo caso a la marea. Por supuesto, para retornar a la orilla, a la arena seca, había que atravesar dicha “hondonada” nuevamente.
No era perenne. Hubo años, muchos, en las que no estuvo. Empezó a surgir, a formarse, quizá en 1980, 1985. Pero tampoco era perenne entonces. Algunas veces estaba y otras no. Siempre pensé que era formada por la corriente del río Naranjo, el cual desembocaba en aquella época cerca de 500 ó 700 metros a la izquierda de dicho puerto. Hoy está a menos de 100 metros.
En 1985, septiembre fatídico. Sí. Entre el 5 y el 15 de septiembre de 1985, pocos días antes del terremoto en el DF de México, una fuerte marejada en Ocós arrastró cientos de toneladas de arena de la playa. El mar se “creció” tanto que se tragó varias casas ubicadas a cerca de 35 metros de la rivera habitual durante los últimos 40 ó 50 años. Una enorme grada de cerca de dos metros y medio o tres quedó en la arena una vez el mar se retiró y calmó.
Pronto se reconstruyeron las casas que el mar arrebató, aunque se hicieron cerca de 20 metros más tierra adentro. Todo volvió a la normalidad.
Sin embargo, finalmente llegó el año de mi propia sorpresa. Sí, desde que en 1960 fui por vez primera a esas magníficas playas, el mar siempre estuvo donde había estado. Cierto invierno, poco más alto; y otro verano, pocos metros más adentro, pero siempre, durante 47 años, dentro de parámetros normales. Sin embargo, en 2007, el mar nuevamente se retiró de la orilla, alejándose tanto como otros 300 metros quizá, hacia adentro del océano.
¿Es factible ello? ¿Es posible que el mar se retire? ¿No pues el agua guarda su nivel? ¿Por qué no sucedió en esta oportunidad, como tampoco en 1950, lo mismo en Champerico? ¿Por qué la orilla del mar en Champerico se ha mantenido en el mismo sitio durante los últimos cien años cuando menos?
Efectivamente, no es el agua la que se ha retirado, pienso, sino totalmente otro accidente, plástico, como se les llama: la tierra ha emergido. Ocós, y una gran parte de su territorio circundante, han subido de nivel.
Guatemala, como sabemos, es atravesada de Este a Oeste por la falla tectónica del Motagua, desde el departamento de Izabal hasta el de San Marcos, extendiéndose luego entre territorio mexicano hasta salir al océano Pacífico y encontrarse y unirse a otra gran falla que recorre el continente americano de Norte a Sur, desde Chile hasta Alaska, y que forma parte del Cinturón de Fuego del Pacífico.
Pues bien, dicha falla del Motagua es el límite sur de la gran placa de Norteamérica, con lo que una parte de Guatemala está sobre ella y otra gran parte sobre otra placa de menor tamaño, la del Caribe. De hecho, el resto de Centroamérica y gran parte del Caribe están asentados sobre esta placa llamada del Caribe. La distante isla de Margarita, sobre la costa venezolana, se sitúa en el otro de sus extremos.
Así las cosas, Guatemala tiene entonces una parte de su territorio sobre la placa de Norteamérica y otra sobre la placa del Caribe. La línea divisoria es el recorrido mismo del río Motagua y su paralelo, el Polochic.
La placa de Norteamérica abarca entonces desde dichos ríos, o fallas, hasta el Norte. Incluyendo México y USA.
La placa del Caribe, en cambio, sólo cubre hasta Haití, la isla de Margarita, el norte de Colombia y hacia el océano Pacífico, tan poco como 50 kilómetros mar adentro, donde forma una profundísima y abrupta depresión geológica que llega más allá de los 5,000 metros de profundidad. Y allá, en el fondo, está una tercera placa: la de Cocos. La cual se extiende desde poco más o menos el estado de Guerrero, arriba de Acapulco, en México, hasta el Ecuador terrestre. Paralela casi a las costas centroamericanas.
Esta placa, sin embargo, es también solamente un pequeño fragmento entre la también pequeña placa del Caribe y la enorme placa del Pacífico propiamente.
De tal suerte, y de acuerdo a los estudios geológicos realizados, la placa del Pacífico presiona a la de Cocos contra la costa Centroamericana ubicada sobre la placa del Caribe.
Pero como hemos visto, la de Cocos se encuentra más de 5,000 metros debajo de la placa del Caribe, con lo que al ser empujada por la placa del Pacífico, se mete debajo de la placa del Caribe, como una cuña, y seguramente la levanta.
Y a ello entonces atribuyo el que el muelle de Ocós, en 1950, quedara en seco; y ahora, en 2007, nuevamente el área obtenga otros 300 metros lineales más de nueva playa. La tierra se ha levantado.
Por si fuese poco, como resultado del reciente terremoto registrado el 7 de noviembre de 2012 (epicentro fue ubicado a 24 kilómetros mar adentro de Champerico y azotó la distante y alta región de San Marcos cabecera), sobre la playa de Ocós, aún en plena arena seca, se formó una extensa grieta u hondonada. Por supuesto, duraría muy pocos días, pues estando ubicada tan a la orilla del mar, seguramente se habrá llenado ya de arena nuevamente. Pero se formó. Estuvo ahí. Hay fotografías.
Así, solo me queda confesar que a través de uno de los ingenieros en física del INSIVUMEH pretendí obtener ayuda para elaborar el presente, sin embargo, no fue posible, por lo que debo aclarar que lo expuesto es simplemente lo que pienso pudo haber sucedido para que Ocós ganara durante los últimos 60 años cerca de un kilómetro de tierra firme al mar. De hecho, sabemos que antaño Ocós era una bahía; seguramente, la extensa zona que vemos en la desembocadura del naranjo.
A continuación presento una serie de fotografías y mapas que describen o muestran cómo ha evolucionado la playa de Ocós a través de esos últimos años.
En esta observamos cómo seguramente era el puerto de Ocós en pleno 1900, cuando su muelle funcionaba con absoluta normalidad.

Luego, en 1938, esta era la forma en que quedó el puerto. Con el muelle, en amarillo, casi totalmente en seco.
La siguiente muestra a un grupo de entusiastas marquenses en las inmediaciones de los restos del muelle en mención. La fotografía corresponde a los finales de la década de 1950 o albores del 1960.
Así es como luce actualmente el municipio de Ocós, en el departamento de San Marcos, sobre la costa del océano Pacífico, en Guatemala, Centro América.
El propósito de escribir el presente ha sido, amén de dejar un testimonio de los hechos, proponer la investigación al respecto, pues en otro escrito que he publicado mencionó que un fenómeno similar pudo haber ocurrido sobre el golfo de México 2,000 años atrás, con lo que la barrera natural que retenía las aguas en la zona arqueológica de El Mirador, en las profundidades de la selva petenera, drenó con mayor facilidad y, por ende, se secó, y dejó sin el vital recurso a las poblaciones ahí asentadas.
Por cierto, en el ámbito de la arqueología se ha clasificado una cerámica precolombina identificada como tipo: Ocós, de la cual se han encontrado productos completos así como restos en sitios tan distantes como el mismo Mirador, en Petén, al igual que en poblaciones costeras de Colombia, tanto como a todo lo largo y ancho, a ambas orillas del estrecho. Esta cerámica posee un enorme reconocimiento, tanto por su fino acabado como por su singular material. Y se le adjudica como origen geográfico la región comprendida entre la desembocadura del río Naranjo, justo en Ocós, hasta el río Coatán, en Chiapas, Mx.
 Atentamente,
José Luis Elgueta Jegerlehner