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José Luis Elgueta Jegerlehner
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Esa tarde, cuando salí de casa, de la ciudad, no pensaba volver jamás.

Sin un saco sobre el hombro, huía. Sí, despavorido, huía en búsqueda de suerte y una mejor vida. ¡De felicidad!

Decidido por completo a marcharme para siempre, a desaparecer y no volver nunca a aquellas paredes mudas, inmutables, a aquellas calles y calzadas rotas por baches y aquellos parques a media luz y postes con musgo muerto y bancas de hierro corroídas y rotas por el tiempo; a sus parajes de lluvia en penumbra y a su gente, ahora disminuida, que a lo largo me había visto crecer y ahora languidecer, disminuido.

Exaltado y a toda prisa entré a la estación del tren.  — ¿Dónde están los destinos? —pregunté nervioso a quien anhelaba fuera el último mortal que podía ver.

Sin duda le asustaron mis ojos desorbitados —¿A dónde va? —

—No importa. Lejos. ¡A donde pueda ser feliz! —creo haber dicho.

—Ah, entonces, ahí, en frente!

—Gracias. —balbuceé apenas y me dirigí a en frente.

En ese instante pensé en el dinero. ¿Cuánto podría pagar? No importa, lo más lejos posible. Hasta donde alcance.

Caminaba con certeza y decisión en mis pasos —Quiroga y Hemingway no se suicidaron, escaparon, huyeron… —reverberaba en mi cabeza.

No distinguía bien los destinos, por lo que —maldita sea, mis anteojos — y me acerqué. Ahí, a dos metros frente a mi vi y leí:

Tren 856         Destino      21 de abril de 1984

Tren 673         Destino      14 de julio de 1993

Tren 534         Destino       23 de dic de 1996

Tren 756          Destino       26 de feb de 2018

Sin saco sobre el hombro, caminé de vuelta hacia aquellas paredes mudas, inmutables, a aquellas calles y calzadas rotas por baches y a aquellos parques a media luz y postes con musgo...

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