_Chiles rellenos, huevos duros, gallina, pacayas envueltas ¿qué va a querer don? Seño, ¿le dejo su pollo frito? Tortillas con chorizo, con longaniza..._ El pregón de la aventura culinaria en la estación del tren, en Cocales, era amplio y diverso, tanto como urgente, pues a pesar que en la estación previa, en Escuintla, el osado menú era similar, en ese momento no tronaban aún las tripas como ahora, en esta estación, una hora después. La señora, de amplias dimensiones, con el enorme canasto a la cabeza, uno más en el brazo derecho y el recipiente con fresco de piña en el izquierdo, se bamboleaba en el corredor central del vagón tal si el tren estuviera en marcha. Claro, cuando la demanda excedía, asomaba su cabeza a la ventana y gritaba: nena, chiles, chiles. Y de inmediato la nena se asomaba a la ventana entregando el inventario necesario. De igual manera, las nesbits, las arcicolas y las delaware, las ofrecía el don que caminaba de ida y vuelta al lado de los vagones....
CAPÍTULO I Ese 15 de septiembre papá me despertó y sacó de la cama temprano, como a las seis y media de la mañana, diciéndome me apurara y bañara rápido, pues aún teníamos que desayunar y luego salir corriendo para llegar a tiempo para ver el desfile, allá, en el parque. Ya era tarde, decía él, pero yo pensaba en silencio que no era mi culpa, pues ellos, pá y má, eran quienes se habían levantado tarde. Sí, la noche anterior él había dicho que saldríamos de casa temprano, antes de las 7, tanto para llegar a tiempo de ver desde su inicio el desfile como para evitar que más tarde nos lloviera, como solía suceder en esos días. Pronto, él me dijo que ya no me bañara pues era tarde y que me vistiera a la carrera con la mudada que mamá me había dejado en la mesita al lado de la cama. Lo más importante, la camisa anaranjada, que no me gustaba para nada pues raspaba todavía por nueva, y la chumpa roja. Él se puso su camisa elegante, la blanca de cuello que usaba para ir a su ...
CAPITÚLO II Luego de transitar a lo largo de muchas calles desoladas y frías, apenas alumbrando el sol y sin más autos que el camión en que íbamos, llegamos a la estación central del tren. Era las siete menos cuarto de la mañana. Y aunque el sol se esforzaba por iluminar, una perenne llovizna que caía de un cielo marmóreo daba un toque gris y frío a la mañana, contrastando de sobremanera con mi corazón, que irradiaba ilusión, luces, colores y felicidad. ¡Alegría total! Papá vestía su pantalón caqui de viaje, que era el mejor que tenía, y camisa blanca de manga corta y sombrero. Aunque también llevaba saco, se lo había quitado y lo llevaba colgando sobre su hombro. Se había rasurado la noche anterior. Mamá iba linda. Con un vestido de ligero algodón, decían ellos, y que papá le regaló para su cumpleaños. Era blanco con muchas florecitas color mandarina y sus hojas verdes. Le llegaba debajo de las rodillas. Pero ella sentía frío aún, como yo, por lo que no se había quitado su sweater...
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