El San Juan de Luarca 1/9
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José Luis Elgueta Jegerlehner
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El arroyo corría al fondo de altisimos paredones, entre decenas de macoyas de espigados bambús amarillos en los cuales las pericas se posaban apenas un instante ya que de inmediato continuaban su vuelo y su jolgorio por los aíres.
La corriente, sin ser fuerte, la sentíamos correr entre nuestras piernas, poco abajo de la rodilla, mojándonos ocasionalmente las arremangadas mangas del pantalón en tanto guardábamos el equilibrio con los zapatos en la mano para no mojarlos. Sin embargo, el río nos reclamaba y así, uno a uno ibamos cayendo entre sus aguas, ya por perder ese equilibrio, resbalar sobre alguna piedra o, en los más de los casos, dejandonos caer para refrescarnos y divertirnos, a sabiendas incluso de la reprimenda que recibiríamos.
Claro, siempre ojo al Cristo con las culebras, aunque eran más los peces y las ranas con sus nidos de huevos, y debajo de las piedras, cangrejos.
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