Salud, poetas!!!

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José Luis Elgueta Jegerlehner
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Cuatro caballeros de la pluma se reunieron recién días atrás, por la noche, en aquel bar de mudo frontispicio y piedras y tablas añejas por los siglos. 

Justo en la esquina donde convergen los ancestrales y escabrosos caminos de Ferrol y Luarca, al lado del alto y viejo poste torcido, doblado y herrumbroso que se esfuerza aún por hacerla de luz del mundo o cuando menos de aquella esquina, y cuya torcedura refleja la virilidad ausente del esposo de Doña Teresa, fundadora de la ciudad 300 y pico de años atrás, y que ella hizo colocar ahí, allá por 1733, en ese cruce, en honor a su entonces recientemente decapitado marido por órdenes suyas, ante su enfermiza infidelidad.

Brindo, dijo Miguel, por doña Teresa y su osada hazaña con la guadaña. Brindo, dijo Antonio, por su esposo, que sin duda murió en gran gozo. Ah caray, espetó Juan, me dejáis sin aliento y sin palabras, pero por ellas, por las palabras, brindo, porque enriquecen lo que han dicho. Yo, dijo Arturo, alejado de su prosa y su rima, no puedo menos que brindar por los caballeros y las damas decentes de este mundo, que si bien escasos, son la esperanza de la humanidad para sobrevivir. 

Al unísono, todos alzaron y tronaron sus copas brindando en solemne festejo, pero un borrachín en la esquina, oculto entre las tinieblas y el humo de tabacos, interrumpió gritando...: Yo, salud, brindo en contra, ¿si me lo permiten? pregunto. 

¡Por supuesto! Adelante. Fue la respuesta unánime en todo aquel salón. 

Entonces, señores, brindo contra güizaches y leguleyos, quienes desestimando denuncias empoderan a la delincuencia, cobrando al pueblo inmerecidos sueldos cometen fraude y que de la justicia han hecho una inmundicia; pero también brindo contra los políticos, que de la democracia han hecho una verdadera desgracia; aunque sí, brindo y con amor y orgullo, por mi mujer, que pronto por esa puerta verán aparecer.

¡Salud, poetas! Se escuchaba a vítores en aquel salón, en tanto copas y botellas chocaban y tronaban entre sí, tintineando graves y dulces tonos hasta cuando, repentinamente, aquella puerta se abrió.... y entró primero un silencio sepulcral, y detrás, doña Germinia.



Agradecido, muy agradecido con su lectura. 

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