El bienteveo 6/9

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José Luis Elgueta Jegerlehner
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Su diminuto cuerpo, tibio y trémulo, cubierto de plumas cafes, amarillas, blancas y negras que lo identificaban como un Luis Bienteveo, temblaba entre mis manos cuando lo recogí del jardín, donde sin saber porqué, repentinamente había caído del cielo. 

Apenas emitía un debil trino, como silbido que se apagaba. Sus ojos cenizos anunciaban que agonizaba. 

Pero ella, cuando se acercó a mí y lo vio entre mis manos, sin preguntar, acercó sus labios al pico del Luis, y este de inmediato recuperó el aliento, la vida, y en un frenesí escapó de mis manos volando raudo hacia la bouganvilia. Ahi estaba su consorte. Pronto ambos alzaron vuelo y zurcando el cielo se dirigieron hacia el bosque de aguacates.

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