viernes, 1 de febrero de 2013

PALABRAS DEL AUTOR: 1ra parte

¡Ah¡ Narrar, narrar, narrar.... Un placer. Un gozo. Pues hacerlo me exige sumergirme en la construcción de sueños, anhelos, fantasías y, por supuesto, tristezas y dolores, a los que logro dotar de alguna vida sólo después de unir una a una, no sé cuántas palabras, ni cuántos versos, ni cuántas oraciones.

Por supuesto, la imaginación es esencial. Pero, ¿cuándo ha dejado de serlo? Nunca. La necesitamos toda la vida. Es el primer paso para lograr que algo sea posible. Si lo imaginas, lo puedes lograr, dijo ya alguien.

Pero además, la imaginación es invaluable por completo, no sólo por lo que nos puede llevar a construir sino porque nadie, absolutamente nadie, puede arrebatárnosla y ni siquiera limitárnosla. Es, por lo tanto, la única posesión que nos hace verdaderamente libres, o en caso contrario, prisioneros absolutos de ella misma, totalmente.

Así, cuando escribo, construyo un mundo fantástico en el que mis sueños y mis ilusiones se hacen ficticiamente reales. Como dice en Diez Fumadas, escribiendo puedo incluso conversar con la más de las mujeres u ostentar la más de las simplezas. Todo. Todo ello, en mi imaginación. En mi mente.

¿Rayando en la locura? Quizá. Aunque siempre he defendido a esta como la verdadera madre de la cordura, lejos por completo de tildarla como hija ilegítima de la misma.

Así pues, narrar, escribir, lo he hecho a lo largo de mi vida; lo cual no precisamente implica que lo haya hecho bien. Habemos quienes escribimos como vivimos: soñando, precipitadamente, y a veces hasta incoherentemente. Pero ello en absoluto le resta placer a la actividad. Es más, la soledad, el aislamiento total que escribir exige, incluso cuando las gentes transitan enfrente o se está en medio de ellas, proporciona un éxtasis adicional a este extraño placer. Se est

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