lunes, 4 de febrero de 2013

Palabras del autor: 2da parte

Es más, la soledad, el aislamiento total que escribir exige, incluso cuando las gentes transitan enfrente o se está en medio de ellas, proporciona un éxtasis adicional a este extraño placer.

Se está en comunión intensa, a solas, con una ficción, con un personaje, en un momento crucial único. Absorto, abstraído, ajeno al mundo, tal como se percibe al mismo mundo, ajeno a uno. Como cuando se está por vez primera con la persona tanto deseada.

Pero si escribir es un placer, publicar puede ser todo lo contrario. Como cuando la persona tanto deseada nos manifiesta su absoluto rechazo por enésima ocasión. Sin embargo, de la misma forma que perseveramos ante la persona tanto deseada, el placer de entregarnos día y noche en pos de la odisea de parir un gajo de Universo y darlo a conocer es tan alto que tampoco importa el sacrificio: ni en lo económico, ni en lo social, ni en esto, ni en lo otro.

De hecho, bien sabemos que el momento más difícil como escritor es llegar al punto final y pretender dejar ahí, a secas, una propuesta. Alejarse de ella. A mí me hace sentirme incompleto. Me hace falta. Es como un adiós a quien hemos visto nacer y crecer tras largas noches de placentero desvelo. De tal suerte, no pocas veces caigo en la tentación de impedir su vuelo y la someto nuevamente a mi propio escrutinio, cual quirófano, para agregarle, para quitarle, para enmendarle. Así, hasta que finalmente, aunque nunca totalmente convencido, decido apartarme de ella. De la obra escrita, aunque no precisamente sea una obra, en el completo sentido de la palabra, y termine siendo solamente un escrito.

¿Hay entonces en mí cierto masoquismo en escribir y publicar? No. Es más, el placer de hacerlo supera con enormes creces los reveses. Es entonces ¿un vicio? Sí, definitivamente. Lo acepto. Y de entre los que conozco y disfruto, el que me ha resultado más placentero y palpitante, ya que, contrario a los otros, este me exige razonar para sentirme en las nubes. Me exige buscar, encontrar y darle coherencia a mi elucubración.

Pero bueno. Respecto a títulos previos publicados, son cuatro. Un collage de relatos: “Diez Fumadas”. Luego, un manual práctico para quienes anhelan iniciar un pequeño negocio propio. El tercero, ¿Qué puedo hacer por ti?. Una propuesta de evolución. Y el último, “Así Conquistamos El Mirador, el sitio arqueológico maya”. Una narrativa documentada que describe la aventura entre la selva, a lo largo de 150 kilómetros, de un grupo de turistas guatemaltecos en pos de conquistar la Danta, la pirámide más grande del mundo maya, la cual se encuentra entre las profundidades de la selva de el Petén, en Guatemala.

Mágico y rico, Diez Fumadas. Intrascendente, el de mercadeo. ¿Qué puedo hacer por ti?, me ayudó a evolucionar, e incluso terminó por dar al traste con mi profesión universitaria, dado que me obligo a evolucionar hacia estadios superiores desde los cuales el respeto a los consumidores como seres humanos es simplemente normal. Lo cual contradice por mucho el “mercadeo” que actualmente se practica. De tal suerte, ¿Qué puedo hacer por ti? me liberó de la aberración de disfrazar de manera ficticia o mercadológica mi realidad, cualquiera que fuere. Finalmente, en cuanto a “Así Conquistamos El Mirador”, fue el primero que publiqué en formato electrónico. Y su propósito es dar a conocer y mostrar el sitio y sus inmediaciones de manera amena y entretenida.

Confieso que ninguno de estos libros ha sido sometido a crítica de editorial alguna. Han salido a luz tal cual los escribí. ¿Por qué? Pues dado que las editoriales son empresas comerciales, están tras ingresos financieros, rentabilidad y utilidades y deben cuidar su “imagen” a través de los títulos, libros y autores que publican. De tal suerte, alguien poco leído no es negocio. Y por lo tanto, tienen razón verdadera para no publicarme. Pero además, mi forma de vida, autosuficiente desde los once o doce años, me ha impedido someter a juicio de otros los actos de mi vida por realizar. Para bien o para mal, quien se estrella o se hace estrella, soy yo.

Paradójica expresión la de la estrella, ya que en ¿Qué puedo hacer por ti? pregono acerca de la importancia de nuestra relación horizontal con otros seres humanos como la única manera de salvarnos de la debacle que estando solos, aislados, inevitablemente construimos para sí mismos.

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