El Futuro

Luego de recorrer largos corredores y abrir y cerrar puertas de innumerables salones vacíos, cuando el pequeño Santiago empujó la enésima puerta y vio el inmenso salón atiborrado de libros, concluyó que había llegado a la biblioteca del abuelo.

Exhausto, desfallecido casi, pero con el corazón rebosante de entusiasmo por la agitación del momento mismo, inició de inmediato la faena que su abuelo le había encomendado: encontrar y llevarle el grueso libro que había mandado a hacer ex profeso para él, su nieto, apenas nueve años atrás.

Según las indicaciones que había recibido, sería un libro color corinto que se encontraba justamente entre los de ese color; además, dado que estaba colocado entre todos ellos — le había advertido — solamente vería los lomos, por lo que debía leer los títulos de cada uno de ellos hasta encontrar el que dijera: Mi futuro. Y abajo, en letras más pequeñas: Santiago O.

Ocupándose entonces en encontrarlo, Santiago, de pie puntillas en el piso y empujándose con sus brazos a lo largo de aquella inmensa estantería, estiraba su cuello escudriñando cada rincón de la librera en pos de aquel libro corinto.

Veía largas filas de libros de diferentes colores, incluso sin orden aparente, sin embargo, no lograba encontrar la hilera de los corintos.

Luego de algunos minutos de búsqueda incesante descubrió, a su izquierda, toda una hilera de libros de aquel color. En realidad, eran casi tres metros de libros idénticos. Y en cada uno de ellos, sobre su lomo, estaba grabado: Mi futuro. Sin embargo, en las letras pequeñas, cada libro tenía un nombre diferente. Y cada nombre, según veía Santiago, correspondía a cada uno de sus hermanos o de sus primos o de sus tíos, incluso estaba ahí el de su papá, Fernando O. Había también otros muchos más con nombres que él en ese momento ignoraba de quiénes eran.

Después de ver detenidamente todos y cada uno, casi al extremo de esa larga fila, encontró justo el que su abuelo le había encomendado, el libro corinto cuyo título enunciaba: Mi futuro. Santiago O.

Con sumo cuidado pero con la emoción desbordándosele por sobre la yema misma de sus dedos, lo jaló poco a poco de entre la apretada fila. Finalmente, luego de varios minutos de esfuerzo, logró tenerlo entre sus manos.

Su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que estaba completamente nuevo. Lo veía y reveía de un lado y del otro; sin embargo, como aún estaba nuevo e incluso totalmente sellado con celofán, no podía abrirlo por completo. Vio, eso sí, que sobre la tapa del frente repetía, con letras más grandes aun, el mismo título del lomo: Mi futuro. Santiago O.

Estrechándolo con sus brazos fuertemente contra su pecho, salió corriendo hacia el distante salón del café donde el abuelo le esperaba.

Escasos minutos antes, Santiago conversaba con él en aquel salón respecto al enigma del futuro. La incertidumbre eterna del mañana.

Abuelo —habría inquirido Santiago cuando recién empezaban aquella cotidiana charla — ¿Qué pasará mañana? ¿Cómo seré yo dentro de diez años?

¡Ah! ¿Cómo crees tú serás? — respondió preguntando el atónito anciano ante la sorprendente pregunta del vivaracho nieto.

No sé, tal vez un Mago —dijo Santiago muy serio. — Sí, eso me gustaría ser, un mago. Un mago que saca conejos del sombrero y hace que la gente desaparezca.

Parece interesante tu elección, hijo...¿Has considerado algún otra alternativa? — respondió el abuelo.

Pues sí, también me gustaría ser Doctor. ¿Qué te parece? Un doctor de camisa y pantalones blancos.

A mí me parece muy bien, Santiago; sin embargo, eres tú quien debe elegir quién quieres llegar a ser cuando seas mayor. Ten presente que es tu futuro, no el mío. Es tu vida.

 Bien abuelo, como me gusta ser un médico, entonces está resuelto mi futuro: seré un médico — sentenció Santiago al tiempo que agregaba —sin embargo, también me gustaría saber en dónde voy a vivir, qué me va a suceder, si voy a tener algún hijo o un nieto como tú me tienes y todas esas cosas que aún no sé.

Hijo —respondió el abuelo al tiempo que con su mano revolvía los cabellos del pequeño Santiago — hazme un favor. Ve a mi biblioteca... ¿recuerdas que ya hemos estado ahí?

Sí abuelo, ¡donde está tu enorme foto sobre la pared? —

Sí Santiago, ahí mismo. Pues bien, cuando entres, a tu derecha, encontrarás la librera grande. ¿Recuerdas? —

Sí abuelo, la alta, la de madera —

Pues bien, en esa librera verás una larga fila de libros corintos. Entre ellos hay uno en el que sobre su lomo, con letras doradas, dice: Mi futuro. Y abajo, en letras más pequeñas, también doradas, está tu nombre: Santiago O. Ve pues y tráemelo. Ese libro es un regalo que mandé a hacer para ti desde cuando supe que ibas a nacer. Creo que es momento ya de dártelo.

Con la ilusión del regalo que el abuelo le ofrecía, Santiago inmediatamente se levantó y salió corriendo con dirección hacia aquel pulcro salón.

Ahora que regresaba de la biblioteca con el libro corinto entre sus brazos, el abuelo le esperaba.

Veo que no has tardado mucho en ir y venir —dijo al tiempo que extendía la palma de su mano derecha para recibir de su nieto el grueso libro corinto.

No abuelo, lo encontré rápido. —

Bueno hijo, este libro lo mandé a hacer para ti, y como te habrás percatado allá en la biblioteca, todos en la familia tienen uno igual —

Sí abuelo, hay uno que dice Fernando O. ¿es de mi papá?

Sí, hijo. Ese lo mandé hacer para tu padre cuando nació. ¿Leíste alguna de sus páginas? —

No, abuelo. Tú no me permites tocar tus libros sin tu permiso —

¡Bien! Ven acá, siéntate a mi lado —agregó el abuelo al tiempo que con su gruesa mano limpiaba esa parte de la mesa para poner sobre ella aquel libro.

Santiago se sentó inmediatamente a su lado. Moría de ganas por abrir aquel libro y leer qué decía acerca de su futuro. Se imaginaba que ahí encontraría todas las respuestas a su inquietud sobre el mañana. Cómo sería cuando fuera grande. Cuántos hijos tendría. En dónde viviría. En fin, Santiago se encontraba sumamente inquieto por rasgar de una vez por todas aquel celofán y abrir el libro para saber qué le deparaba su futuro.

Abuelo, ¿ahí dice todo mi futuro? — preguntó a la vez que con gestos señalaba aquel libro.

No mi pequeño Santiago. Este libro, que puedes empezar a abrir ya si así lo deseas, aún no dice nada sobre tu futuro. Pero pronto podrá decirte algo si tú así lo quieres. — le respondió el abuelo poniendo por fin frente a su nieto, en completa libertad, el codiciado regalo.

Inmediatamente, sin esperar una nueva indicación, Santiago empezó a rasgar frenéticamente aquel celofán que envolvía el libro corinto y que aún tronaba bajo sus dedos cada vez que lo rasgaba. Sus ojos, muy abiertos, delataban la satisfacción que sentía por tener aquel regalo entre sus manos. Máxime por la curiosidad que ahora le causaba como consecuencia de las últimas palabras de su abuelo. Finalmente, el recinto se inundó con el aroma de las nuevas y relucientes hojas de papel

Teniendo ya el libro completamente al descubierto, presuroso levantó la tapa y dejó a la vista la hoja de guarda. Su ímpetu, su inquietud, le hicieron pasar rápidamente esa y las siguientes. Llegó entonces a la página en que claramente se leía con letra de imprenta: Mi futuro. Y en letras más pequeñas, abajo: Santiago O.

Luego de leer y pasar las yemas de sus dedos sobre aquel breve título, como acariciándolo, dio vuelta también a esa página. El pequeño nieto ansiaba llegar a las páginas del texto. 

El abuelo solamente lo observaba; sin pronunciar palabra alguna. 

Frenético, Santiago se encontró con otra página en blanco. La pasó también con rapidez y... ¡sorpresa! otra página en blanco. Y así, cada página que volteaba de aquel libro, encontraba una página en blanco. Todo el libro corinto estaba completamente en blanco. No tenía un solo texto impreso. Ni una sola palabra. Ni una sola letra. 

Totalmente sorprendido volteó hacia su abuelo. No comprendía cómo aquel libro podía tener todas sus páginas completamente en blanco. Sin una sola palabra impresa. 

Abuelo, creo que el libro no te lo hicieron bien. No está bueno — dijo al tiempo que con sus brazos lo ponía frente a aquel para que lo viera.

¿Cómo así? ¿Por qué dices que no está bien hecho? — respondió nuevamente preguntando. 

Es que no tiene ninguna letra. Ni una sola palabra impresa tiene en todas sus hojas — explicó Santiago al tiempo que le mostraba diversas hojas de aquel libro, pasándolas de una en una. 

Y, ¿qué dice el título del libro, pues? —inquirió nuevamente el abuelo. 

Pues solamente dice: Mi futuro. Y luego dice: Santiago O. pero adentro no tiene ninguna palabra escrita. — intentaba explicar Santiago, completamente anonadado.

Pues sí, hijo, así es. Tú futuro, como el de todos, está completamente en blanco, tal cual esas páginas del libro. Por eso las páginas están en blanco, para que tú empieces a trazar el tuyo. Hazlo, por favor. Es momento ya.


Y el tren...? Chiki, chiki, chiki,,, tooot, tooot.... Váaamonos!!! Pronto, capítulo II, de El Tren es una Fiesta.

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