El pueblo unido...
Así, en aquel diminuto país de lagos y volcanes, el pueblo separado, dividido y confrontado se unía, sí, para orar, diezmar y socializar en las distintas iglesias del país, claro, cada cual en la suya, pues divididos y polarizados así debía ser.
De igual manera, se unía parte de aquel pueblo para beber, bailar, cantar y socializar en las cantinas del país, aunque de igual manera, para cada grupo una clase de cantina. Los de whiskey por acá y los de indita por allá.
Pero el tercer grupo es el principal, y más grande. Este se unía, sí, incluso a escondidas, para pensar y trazar estrategias que les permitieran seguir saqueando al pueblo y hartándose con el dinero del erario.
Este tercer grupo, incluso sin ser legisladores, legislaban. Incluso creaban nuevos municipios con honorables corporaciones municipales que cobrarían 4 o 6 dietas mensuales lo suficientemente jugosas para que el salario o sueldo del mes poco o nada importara. Entre otros vivarachos juegos que la democracia, la tabla de salvación del mundo occidental, les permitía. Entre estas, la autonomía.
Los primeros dos grupos se unían, en esencia, aunque sin saberlo ellos, para olvidar la permanente esclavitud y extorsión a que se encontraban sometidos de parte de los delincuentes del tercero, quienes se sabía, actuaban dentro del marco legal que la democracia establecida les permitía.
Solo un grupo de locos en aquel país, incluso el loco de la pluma, se dedicaban a ignorar la realidad escribiendo, leyendo, contemplando el ocaso del día, el canto de las aves, el amanecer en San Pedro La Laguna y otras efímeras vanidades, en soledad, para más allá de olvidar e ignorar incluso como se ha dicho, para huir mentalmente de aquel escarnio permanente al que también ellos eran sometidos.
La literatura, dicen, es la manera más agradable de ignorar la vida. Los locos de aquel país así lo entendían, y recurrían entonces a lo que tuvieran al alcance para ignorarla; sin embargo, no pocas veces les era imposible lograrlo. De hecho, se sabía en los confines de aquel oscuro universo que, así como la corrupción era cultural, también la tinta de algún escritor estaba hecha de lágrimas que de él manaban cuando todo intento de intelecto y honestidad en aquel país eran opacados por fardos de billetes.
Un país al que el amor ya había traicionado dos veces antes en muy poco tiempo. La primera, a manos y demás de una mujer; y la otra, a manos y demás de otra cosa.
La realidad era muy pesada, máxime para quienes allá en los montes, sin verla, la cargaban. Llevándola de ida al molino de nixtamal y llevándola de regreso a casa, a las siembras, al río para recoger agua, a la letrina en la oscuridad de la noche. La realidad pesaba.
El pueblo unido jamás será vencido gritaba ocasionalmente algún orate cuando no otro politiquero en su persuasivo e hipócrita pregón por llevar agua a su molino, pues aquel país, a pesar de todos sus colores, sabores, odios, amores, engaños y desengaños, básicamente se dividía en dos o tres grupos: delincuentes, locos y sonsos. O más simple aún: entre delincuentes eMPoderados y protegidos para delinquir, y gente común y corriente: sin sangre, sin huevos, sin frijoles y sin tortillas.
Y a pesar de la alharaca de que los buenos eran más, cuando se supo lo de 13 o 14 familias que saqueaban el país, y luego de las otras 64 mil que devengando sueldos en gobierno no cumplían siquiera con asistir a sus puestos de trabajo, no digamos hacerlo con el profesionalismo, la transparencia y eficiencia con que todo empleado debe proceder, amén de las otras diez o doce mil que sustraían medicinas, lápices, toillet y demás desde diversas instituciones y por último las otras seis u ocho mil que formando parte de esa masa clandestina y corrupta, trabajaban para encubrir al resto, a ese poder paralelo de reconocida cultura delincuencial por los siglos de los siglos, pues se deduce que no: los buenos, ni más ni menos, ya no eran más. Ni por asomo.
Y aunque algunos buenos profesionales funcionarios, con buenas intenciones incluso, jamás podrán contra esa maquinaria aceitada con millones de barriles de aceite del más alto valor.
El país de la democracia, donde un accidente político inesperado o deliberadamente sembrado, nadie sabe con certeza salvo los actores, que tampoco son conocidos, ha logrado revelar muchísimo de las oscuras atrocidades del inframundo político en aquello que más parece asentamiento de delincuentes, lo cual finalmente podrá obligarle a regresar al pasado, cuando conociendo la materia de la cual estaba hecho el pueblo, el pueblo unido (desde donde surgen los flamantes burócratas, funcionarios, políticos y gobernantes, incluyendo su modalidad delincuencial), se implantaban dictaduras para evitar el caos.
Sin embargo, el ánimo del político y sus seguidores corruptos y delincuenciales es por el entusiasmo y las vítores a la democracia, pues esta, claro, faltaría ser estúpido además de loco y sonso para no verlo, les permite continuar saqueando el país a sabor y antojo, a la luz de todos, con la venía de esa masa delincuencial y hasta de la comunidad internacional, aunque siempre con el pueblo unido, sometido y castrado.
Viva la democracia, carajo!!! Máxime si llena las billeteras y las cuentas en bancos nacionales y extranjeros. Para todo lo demás, caletas.
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