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Mostrando entradas de octubre, 2024

Adultos VIII

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No eran más allá de las 7 de la noche, pero ya estaba oscuro. Además, llovía así, como sin querer llover. Una lluvia que iba y venía, por segundos fuerte y al rato sin una gota, para de nuevo en pocos segundos alguna llovizna más. Las luces, que empezaron a titilar veinte minutos atrás, finalmente se interrumpieron cuando un fuerte rayo golpeó camino a Ocós, según calculo por el resplandor del imponente chispazo blanco cuando arrancó de su tediosa calma al ocaso. No siendo creyente de fantasmas ni de espíritus chocarreros, y literalmente sin nada qué hacer ante la oscuridad que envolvía y la lluvia que impedía pensar en salir a caminar, me senté sobre la vieja silla mecedora al lado de la ventana para contemplar en soledad la tempestad que de a poco se asomaba. Flotaba en el ambiente algún frío seco, aunque propio de la época, pero para el cual yo aún no me había preparado. Ello me obligó a levantarme de la silla e ir a la habitación en búsqueda de un sweater y una bufanda. Quizá tambi...

El capitán

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El capitán, viejo lobo de mar, alto, fornido y de piel tostada, luciendo espesa barba negra e inmaculada gorra blanca con elegante ancla bordada con hilos de oro al frente levantó la vista, aspiró senda bocanada de aire y con los ojos puestos en la esperanza, dijo: ¡Tierra, señores, huelo tierra! Su menuda esposa, al lado, se le acercó suavemente al oído y le dijo: sí, cariño, estamos en el vivero.

Parco!!!

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  Vivia pensando; aunque sin pensarlo, moría.  

La telaraña!!!

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Como de costumbre, esa mañana al despertar de inmediato me subí a mi telaraña. Debía hacerla más grande, con urgencia, pues los días y las noches se me agotaban. La esperanza, aquella verde color de bosque que yo buscaba con urgencia, porque la necesitaba, debía ser mucho más grande que los 968 sentimientos encontrados, dudas y reflexiones vanas que apenas había logrado tejer a lo largo de los últimos tres o cuatro días. Sí, necesitaba una esperanza grande, cuando menos del doble del tamaño del tejido emocional como estaba. Yo veía pasar cientos de ellas por los alrededores, arriba o abajo, entre las plantas en el jardín o entre las macetas en casa, saltaban dando grandes y altos brincos, pero ninguna de ellas era aquella mía que durante tantos años conservé con la ilusión de que algún día todo lo que ella representaba sería realidad. Sin embargo, a la postre, fue la realidad misma quien resultó siendo su verdugo. Y la mató o la dejó escapar, no lo sé; pero la esperanza, aquella es...

Conmigo!!!

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  —     No importa. Yo quiero ser escritor. Y trabajaré para lograrlo. —     Bueno. Está bien. Pero, en qué trabajarás para ello? —     Aprenderé ortografía, gramática, sintaxis, redacción y todo lo necesario. —     Pero, es que acaso no te das cuenta que con aprender todo ello tampoco te será suficiente. —     ¡Cómo que no? Por supuesto que sí. No es pues el caso que un médico aprende medicina para ser médico y un abogado leyes para legislar. Así, aprendiendo a escribir seré escritor. —     Eres más testarudo de lo que pensé. En parte, tienes razón. Si escribes bien serás un escritor, pero entonces lo que me falta explicarte es que para ser escritor laureado, como tú lo pretendes, te faltan laureles. —     Pero esos me los concederán. —     No. No es así. Los laureles los pones tú al momento de escribir. Los otros simplemente los reconocerán en ti. ...

¿Comprendes?

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La bola de luz, recién frotada con delicado paño de franela, relucía una limpieza extrema, sin embargo, era tibia, opaca, cenicienta, como queriendo no alumbrar, como queriendo no ser luz. O quizás no sabía que era luz, y que por ende debía brillar, pensé. Me acerqué a ella y le pregunté por qué no brillaba más. —Soy vieja. —me contestó. Diablos, cavilé, que triste llegar a viejo. A esa edad en la que las energías menguan sin más y solo porque sí, y además, debes aceptarlo con resignación y humildad pues, de qué otra. De pronto, sin embargo, aquella estancia se iluminó por completo, llenándose de una blanca luz brillante y fulgorosa que incluso me cegaba. Cerré los ojos y volteé para intentar ver. Sí, la luz provenía de aquella misma bola de luz que segundos antes no brillaba. Ahora derrochaba abundante energía en todo su esplendor, pintando todo de blanco y plata. Pero así como inició, también de pronto cesó aquella inmaculada brillantez y la bola de luz volvió a lucir tibia, opaca, c...

Entre cuento y cuento.

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El cuento del día se ha diluido entre un cuenco de remolachas, ejotes, zanahorias y 19 más, en pos del día de Santos.  Se ha diluido entre pica que pica, hierve que hierve, que falta sal y más sal.  Se ha diluido entre aromas de laurel y tomillo, con el toque de vinagre a tiempo. Del bueno. Sí, el vinagre, aunque cabe también el tiempo. Se ha diluido entre un pollo de aquellos pollones hirviendo en el poyo con montes y cositas. Sin más, el caldillo al resto va diluido. Luce bien.  ¿Sabrá mejor? En otro les cuento. 

Noches de ellos!

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En las noches, cuando el canto de los grillos ha cesado y la única luz proviene de las estrellas mudas, los demonios empiezan a invadir mi habitación. Uno a uno empiezan a salir de entre las paredes, del closet, de debajo de la cama y hasta de entre mis almohadas. Algunos ríen en tanto otros se carcajean sin desparpajo alguno. Colgándose de las sábanas terminan por subirse a la cama, donde empiezan a brincar sobre ella y sobre mí, de igual manera: riéndose a carcajadas. Al parecer, para ellos yo no existo, no me ven, prefiero pensar; pues, imaginen ustedes lectores cuán doloroso para mí será pensar que aquellos, los tales demonios, mis demonios, lo hacen a propósito en clara burla a mi persona. ¿O es acaso que no son mis demonios? ¿Son acaso vuestros demonios los que han empezado a venir hasta acá, a mi plácido lecho, a interrumpir nuestra amena comunión nocturna con Morfeo? De ser sus demonios, ¿cómo es que yo les permito ingresar? No, señores, son míos; y por lo tanto, prefiero pensa...

Era lo que era!

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Al filo de las 2 de la tarde, con el sol aún en lo alto aunque con refrescante brisa desde las olas, Juanjo acomodó y ató la hielera en su kayak, se ajustó el sombrero, se despidió de cada uno de nosotros con fuerte abrazo y de inmediato montó ese hermoso kayak amarillo con el que siempre ha recorrido los lagos y pantanos, y ahora la mar, en el país. De inmediato se puso a remar rumbo mar adentro, en línea recta, alejándose de la playa golpeando de frente las olas o esquivándolas levemente, según la distancia en que se las encontraba. Voy en pos del sol —fueron sus últimas palabras —, hasta allá, en lontananza. Quiero acariciarlo.  Lo vimos remar con ímpetu durante cerca de dos o tres millas, quizá cuatro, luego, con sus fuerzas un tanto disminuidas, remó más despacio aunque constante. Claro, ya lo veíamos con la ayuda de prismáticos. Finalmente, cuando creemos se sintió al fin lejos de la costa, decidió disfrutar a placer su odisea entre el mar y el sol, y empezó a remar despacio,...

¿Interesados?

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El anuncio en la redes sociales me convenció. En realidad, la oferta era muy buena y no podía desperdiciarla, máxime que yo desde tiempo atrás estaba con la inquietud de comprarme un planeta. Así, en cuanto terminé de leer la publicidad y ver el tamaño y demás características, que incluso mostraba en fotografías sus espléndidas playas y frondosos bosques, tal como acá en la Tierra, aunque pequeños en aquel, llamé. Me atendió Mario. Muy gentil y confiable, sin duda, un buen vendedor. Me mencionó que Koker, como le habían nombrado al planeta en venta, tenía incluso ríos y cerca de 5 cataratas. Aunque cuando le pregunté por volcanes, me confesó que no, que no había visto, pero era probable tuviera al otro lado, parte de Koker que aún no había sido posible escudriñar, pero que sin duda era el máximo atractivo de la oferta, una vez constituía toda una región de sorpresas inesperadas. Me mencionó que quizás podría encontrar ricos yacimientos de oro, diamantes e incluso de Torio, que será la ...

La Taberna del Medio Cerro!!!

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Poco saben las mujeres de lo entretenido que nos la pasamos y todo lo que aprendemos los hombres en la taberna de don Chepe, allá, a medio cerro, donde para llegar debemos ascender caminando 68 escalones de piedra de entre 15 y 17 pulgadas de altura cada uno, lo cual exige esfuerzo y práctica, razón por la cual debemos ir al menos dos veces por semana. De lo contrario, perderíamos esa práctica y tendríamos que pedir ayuda para seguir yendo. Por si están con la duda, son cerca de 28 metros de altura, pero además, muy empinados.  Pero bueno, lo importante es lo entretenido que ahí nos la pasamos, pues desde cuando don Chepe abrió esa taberna, escribe en un viejo pizarrón a yeso en la entrada el tema de conversación de la semana. Cada semana diferente tema y por demás variopintos. aunque todos de cultura general. De a poco, esa estrategia le ha generado clientes fieles, sin embargo, muchos preferimos ir martes y jueves, ya que martes están Juan y Mario, dos amigos tan simpáticos como ...

Lo sabía!

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Sebastián lo sabía.  Así me lo expresó finalmente cuando tomamos aquel chocolate con galletas de jengibre, aquella tarde lluviosa de octubre en las inmediaciones de Patzicía, al cobijo de las endebles paredes de lepa de pinos y cipreses, y el techo de onduladas láminas oxidadas y torcidas que distribuían armónicamente sus gotas entre los cantaros de barro que doña Tencha habría ubicado justo al pie de cada goteo, impidiendo con ello se mojara la mesa al punto de estorbar. Sin embargo, el trapo estaba ahí, al lado, para pasarlo sobre la superficie cada tres o cuatro sorbos de chocolate y así secar la pequeña poza extendida que gota a gota se extendía. El piso, de tierra, mostraba pequeños hilos de agua corriendo bajo la mesa, bajo nuestros pies, aunque sin llegar a incomodarnos. Incluso el chucho estaba echado ahí, al lado, justo entre dos de aquellas corrientes que silentes atravesaban esa parte de la cabaña. También son ríos que van a la mar, como dijo el poeta, pensé.  ...

El cuento del 20: El linaje de Arkaitz

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Aquella tarde, en la estación, minutos antes de partir rumbo a Bilbao, aturdido aún luego del agobiante viaje trasatlántico y el reciente cambio de huso horario, solo me confortaba la ilusión de descubrir pronto mi ascendencia en este lado del océano. Llegaba desde Guatemala con tal propósito: descubrir el origen de mi apellido paterno, el cual según había investigado previo, se remontaba a la región norteña del País Vasco, en Elgeta, Gipuzkoa, para ser preciso. A pocos kilómetros de Bilbao. Sin embargo, siendo mi primera vez en aquel lado del océano, todo me era novedoso por desconocido, así que unido a la ilusión por descubrir dicha ascendencia, me invadía también la angustia de afrontar eso precisamente: lo desconocido. De hecho, tales fueron razón suficiente para que en cuanto salí del aeropuerto de Barajas, me trasladara directamente hasta la estación, pues así me aseguraba de abordar el tren en tiempo.   Sí, estuve ahí cerca de cuatro horas antes de la salida del tren, ...