Adultos VIII
No eran más allá de las 7 de la noche, pero ya estaba oscuro. Además, llovía así, como sin querer llover. Una lluvia que iba y venía, por segundos fuerte y al rato sin una gota, para de nuevo en pocos segundos alguna llovizna más. Las luces, que empezaron a titilar veinte minutos atrás, finalmente se interrumpieron cuando un fuerte rayo golpeó camino a Ocós, según calculo por el resplandor del imponente chispazo blanco cuando arrancó de su tediosa calma al ocaso. No siendo creyente de fantasmas ni de espíritus chocarreros, y literalmente sin nada qué hacer ante la oscuridad que envolvía y la lluvia que impedía pensar en salir a caminar, me senté sobre la vieja silla mecedora al lado de la ventana para contemplar en soledad la tempestad que de a poco se asomaba. Flotaba en el ambiente algún frío seco, aunque propio de la época, pero para el cual yo aún no me había preparado. Ello me obligó a levantarme de la silla e ir a la habitación en búsqueda de un sweater y una bufanda. Quizá tambi...