El día de Todos Los Santos.
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POR FAVOR LEER TAMBIÉN NOTA ABAJO, AL FINAL.
La noche del 31 de octubre, allá, en el cementerio, donde chicos y grandes y más grandes y chicos más chicos, la mayoría del pueblo en realidad, incluyendo nuestros muertos, convergíamos, para más allá de visitarnos unos a otros, para entretenernos entre nosotros los vivos, aunque con la muda compañía y complicidad de aquellos, nos la pasábamos alegres, bastante alegres sinceramente.
Sí, pues ya fuese cantando y tocando la guitarra con los amigos, comiendo chuchitos o chicharrones con los paisanos o bien caminando entre las tumbas y escondiéndonos oportunamente detrás de ellas cuando aquello con la mujer de nuestros ojos tomada de la mano, disfrutábamos la noche. No pocas veces hasta las doce o doce y media.
Así, desvelados, pero con el regocijo del inicio de la temporada de fin de año, que incluía ferias en aldeas y pueblos vecinos, navidades, año nuevo y demás, que con suerte terminarían el 7 de enero, iniciábamos entonces el 1 de noviembre yendo nuevamente al cementerio, aunque entonces lo hacíamos cargando flores, coronas, listones, guirnaldas de papel picado y tanto más, incluso cubetas para acarrear agua para los floreros de las tumbas. Otros, además, llevaban también comida para sus muertos y hasta un octavo o si se podía, todo un cuarto de guaro; el cual los vivos, achacándoselo a los muertos, aprovechaban, pues pronto desaparecían de donde con viva espiritualidad aquellos deudos los habrían colocado.
De regreso a casa resultaba obligatorio por lo general pasar al mercado, pues alguno de los ingredientes del fiambre se había olvidado y urgía comprarlo para agregarlo. Y si de chorizos y longanizas se trataba, y doña Chilita no estaba, entonces ir a ver si doña Vicky aún tenía.
Una vez en casa, se le daban los últimos toques a aquel platillo de caldillo de pollo, verduras y embutidos, y una vez servido en el plato grande, el de presumir, sobre hojas de lechuga fresca, se le iban colocando encima y con esmero rodajas de huevo duro, tiras de pacayas y rábanos recortados en flor, se le espolvoreaba queso, si era del de don Marino qué bueno, y si no, pues de otro, para que al filo de las 13 horas pudiera ser servido para el disfrute de la familia. De las pocas veces cuando toda se reunía.
Ah, y una de aquellas para acompañar.
Provechito.
Agradecido, muy agradecido con su lectura.
NOTA. Agradeceré me ayuden con su comentario en el blog o en respuesta a la publicación de este en redes sociales: Facebook, X, Threads, Mastodon, a saber cómo puedo elegir a 34 de ustedes, abnegados lectores, para obsequiarles a partir del 15 de octubre una copia digital en PDF del primer capítulo de la noveleta que escribo. Anticipadamente, muchas gracias.
¿Por qué 34? Pronto lo sabrán.
Excelente texto que me transportó en un viaje de Xela a mi Pueblo altamente rapidísimo. Más rápido que un tren de la China, y recorrer con el pensamiento ese trayecto del día de los difuntos.
ResponderEliminar👏👏👏vívido relato de tan preciadas tradiciones, arraigadas en nuestros corazones...gracias por tan amena lectura
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