El Santo de Sales
Pues recordando aquello, el ayudante que usurpaba entró en pánico pensando podría sucederle lo mismo, máxime como castigo del Santo de Sales por estar intentando suplantar a su jefe, el auténtico escritor, que como recordarán, está de viaje rumbo a París.
Pero el ayudante estaba muy asustado, ya que también en ese momento la oscuridad de la noche se había asentado sobre la ya vieja casa de madera de dos pisos y altos ventanales, y de manera extraña para la época, un gélido viento soplaba afuera, meciendo con cierto rigor las ramas de la buganvilia, las cuales al rozar los vidrios de las ventanas y sus endebles paletas de madera producían un extraño rechinido como de uñas arrancando y rascando sedas, tafetanes y maderas de un ataúd por dentro. Por si fuera poco, ese mismo viento gélido, al entrar en la boca de la chimenea producía un aullido que tintineaba entre horrendo y mal presagio, entre huyo o me escondo, como de lobos hambrientos en las estepas oscuras del Cáucaso, y que subía y bajaba de intensidad casualmente al mismo ritmo con que las bombillas incrementaban y disminuían su refulgencia, que sin duda, percibió el ayudante en ese instante, pronto se extinguirían por completo, sumiéndolo en la más absoluta oscuridad. Empezó a llover. Una lluvia fina, que sin llegar a formar gotas parecía más bien de diminutos alfileres, como afiladas agujas grises que por miles caían sesgadas por el viento en el medio de la oscuridad.
De inmediato apagó la computadora y se levantó de su silla en búsqueda de candelas y cerillos, pero sin duda, era tarde. El castigo de San Francisco de Sales por estar usurpando las magníficas cualidades como escritor de su jefe le empezaron a azotar de a poco, pues en su agitada búsqueda de aquellas candelas y cerillos, la energía eléctrica, y con ellas las luces, se interrumpieron de manera abrupta, con el estallido de al menos dos o tres de aquellas, justo cuando bajaba en tropel las escaleras. Momento en que optó por quedarse quieto, inmóvil, aferrado al pasamanos en tanto escuchaba el enorme estruendo que algo como un bulto de papas o el cuerpo de alguien quizás, rodando y golpeándose contra paredes o gradas, o ambas, se esparcía por toda aquella parte de la casa donde estaban las escaleras, la amplia sala y los cuadros de antepasados ascendentes del escritor, pero que en ese momento era apenas habitada por él.
El apagón no fue más allá de los diez o doce segundos, pero cuando las bombillas que no se fundieron y no estallaron nuevamente refulgieron, vio con espanto allá abajo, al final de las escaleras, el cuerpo inerte de un hombre tendido sobre el frío y duro piso de piedra de la añeja casa. Sin duda, inconsciente; con la pierna derecha totalmente dislocada y seguramente algún fuerte golpe en la cabeza, ya que una mancha de sangre empezaba a cubrir esa parte del piso al rededor de su cabeza. Sujetándose aún con más fuerza del pasamanos, empezó a bajar despacio una, dos, tres gradas primero, luego otra. Se acercaba a la dantesca escena con los ojos saltados, como de sapo, y tragando saliva seca que no tenía en su boca, para cerciorarse de quién era quien yacía ahí abajo, seguramente muerto.
Las luces, aunque sabemos era la energía eléctrica, lo traicionaba en todo momento, pues fulguraba cinco seis segundos y luego se extinguía paulatinamente durante similar lapso, aunque en ese instante, justo cuando faltaban dos gradas para llegar al piso inferior, lo traicionó por completo, dado que las bombillas nuevamente se apagaron, estallando al menos otra más. Un intenso trueno casi le arranca el corazón, aunque su fuerte luz iluminando le permitió ver a través de las ventanas el viejo emparrado allá afuera, en el jardín, que se había soltado de la pérgola y las parras estaban tiradas de manera desordenada sobre la grama; aunque inmediatamente otro relámpago le permitió ver también, aunque solo por una milésima de segundo aquel cuerpo ahí abajo, caído de bruces contra el suelo, y la cola del gato seguramente, ya que salió corriendo ante el estruendo. El viento, que ya rugía con fuerza atronadora, abrió de pronto de par en par las ventanas y las puertas, somatándolas con furia contra las paredes, y como un remolino furioso, la fría brisa entró a la casa, lo envolvió y le hizo estremecerse de pies a cabeza.
En ese instante sintió en su pie, sobre el calcetín, algo que le rozaba aunque a modo de caricia. El susto fue mayúsculo, pero en ese instante Simpático, el gato de la casa, maulló, avisando de su presencia ahí. Otro relámpago a los 3 segundos le permitió ver a Simpático otra vez, aunque en ese momento, al salir corriendo nuevamente de entre el charco de sangre, donde seguramente había pasado su lengua, según pudo ver apenas, y comprender entonces porque su calcetín había quedado húmedo después que Simpático se acercara a él. La energía se reestableció y las pocas luces funcionando alumbraron. Simpático ya no estaba, pero el rastro de sus huellas de sangre indicaban había huído hacia el sótano.
Uno de los cuadros de alguno de los antepasados había caído al suelo, y estaba ahí, al lado del cuerpo, hecho trizas. Aunque la figura del rostro del ascendente se veía perfectamente. Sonreía.
El ayudante se acercó finalmente a aquel cuerpo, al tiempo que con sorpresa vió que vestía sus ropas. Al voltearle la cara, vio que era él.
Huuuy!!!
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