¿Pluma o bici?
José, lo largo de su vida, siempre se debatió entre montarse a la bici y recorrer aquellos magníficos senderos cubiertos de hojarasca a los que el sol apenas llegaba tibio y radiante luego de atravesar las frondosas ramas de los altos árboles a la vera o, simplemente, empuñar su pluma.
Pensaba que con su bici podría ir lejos, muy lejos, y aunque esquivando piedras, hoyos y charcos sobre el camino, podría llegar incluso hasta aquel puente de gruesos maderos de pino bañados en aceite y con techo de lámina a dos aguas, desde el cual podría lanzarse a la poza de frescas y cristalinas aguas, metro y medio allá abajo, y nadar entre sus peces grises, verdes ranas y oscuros cangrejos de tenazas anaranjadas, bajo la curiosa mirada de una que otra iguana de penacho erizo, postrada inmóvil bajo los rayos del sol sobre la enorme piedra que sobresalía; sin embargo, con la pluma no podría ir a ningún lado; debía permanecer sentado, ahí en casa, intentando hacerla volar, como recordaba, lo hacía con los barriletes en octubre, cuando corriendo a las orillas de aquel parque de flores de todos colores, mariposas y patojas vendedoras y viejitas compradoras, él, con una enorme sonrisa dibujada en su rostro, jalándolo del hilo, intentaba elevar aquel barrilete y llevarlo hacia las alturas, hacia las distantes nubes que los cerros parían, cual finos hilos blancos que serpenteantes se dirigían hacia el cielo. Pero que de pronto, en su frenética carrera por elevar el barrilete, aquella pequeña grada que no vio, le causó caerse y estrellarse de buces, de cara, contra las piedras, y quebrarse el pómulo derecho y la nariz.
Sin embargo, la pluma le encantaba una vez lograba hacerla volar. Le embelesaba. Pero esto era en realidad lo difícil de lograr, a diferencia de hacerlo con aquel barrilete de delgadas varillas de bambú y colores rojo, verde y blanco de papeles de china, flecos azules a los lados y larga cola amarilla; sin embargo, una vez lograba hacer volar aquella pluma, era imposible detenerlo. Alcanzaba tal estado de éxtasis, de emoción y furor, que sentía hervir su sangre misma recorriéndole sus venas. Hasta el rostro se le desfiguraba, a veces en un trance mágico y placentero; otras, en las que parecía perder la razón.
Tal era el poder que con aquella sentía que incluso imaginaba ir en su bici muy lejos, y aunque esquivando piedras, hoyos y charcos sobre el camino, llegaba incluso hasta algún puente de gruesos maderos de pino bañados en aceite y con techo de lámina a dos aguas, desde el cual podría lanzarse a alguna poza de frescas y cristalinas aguas, quizás metro y medio allá abajo, y nadar entre sus peces grises, verdes ranas y oscuros cangrejos de tenazas anaranjadas, bajo la curiosa mirada de una que otra iguana, quizá de penacho erizo, postrada inmóvil bajo los rayos del sol sobre la enorme piedra que sobresaliera; o cuando menos, imaginaba correr con su barrilete colgando de un hilo a las orillas de algún parque de flores de todos colores, mariposas danzando y patojas vendedoras y viejitas compradoras, esbozando enorme sonrisa él en su rostro, en tanto que jalándolo del hilo, intentaría elevar aquel barrilete y llevarlo hacia las alturas, hacia las distantes nubes que los cerros podrían parir, cual finos hilos blancos que serpenteando se dirigieran hacia el cielo.
Siendo justo entonces este momento cuando el poder de la pluma lo convenció con absoluta certeza, ya que con ella decidía dar o no vida a aquella pequeña grada que no vio, y que le causó caerse y estrellarse de bruces, de cara contra las piedras, y quebrarse el pómulo derecho y la nariz.
Y así, decidió quedarse con la pluma, y con ella, salir a pasear en bici.
Hermoso viaje a la naturaleza con sus bellos colores… esperemos que la pluma siempre lo acompañe. RK
ResponderEliminarMuchas gracias 🤗
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