¿Comprendes?
La bola de luz, recién frotada con delicado paño de franela, relucía una limpieza extrema, sin embargo, era tibia, opaca, cenicienta, como queriendo no alumbrar, como queriendo no ser luz. O quizás no sabía que era luz, y que por ende debía brillar, pensé. Me acerqué a ella y le pregunté por qué no brillaba más. —Soy vieja. —me contestó.
Diablos, cavilé, que triste llegar a viejo. A esa edad en la que las energías menguan sin más y solo porque sí, y además, debes aceptarlo con resignación y humildad pues, de qué otra.
De pronto, sin embargo, aquella estancia se iluminó por completo, llenándose de una blanca luz brillante y fulgorosa que incluso me cegaba. Cerré los ojos y volteé para intentar ver. Sí, la luz provenía de aquella misma bola de luz que segundos antes no brillaba. Ahora derrochaba abundante energía en todo su esplendor, pintando todo de blanco y plata. Pero así como inició, también de pronto cesó aquella inmaculada brillantez y la bola de luz volvió a lucir tibia, opaca, cenicienta.
Me acerqué a ella. —¿Y entonces? —le pregunté. —¿No que no pues?
—Nunca dije que no, solo dije que soy vieja.
—Pero eres capaz de brillar, y muchísimo.
—Claro, para eso fui hecha. Para dar luz; pero hoy día la envidia es muy grande. ¿Comprendes?
Que belle,a de cuento. Muy inspirador. Gracias
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