Otro No Premiado... el 7, 86 o 152!
Dada su profunda afición como escritor, cuando Miguel se enteró de aquella convocatoria para el certamen literario de la prestigiosa fundación, no dudó un segundo en participar.
Su
trayectoria en el ámbito literario desde cuando joven le había llevado a
escribir varias piezas, principalmente durante los últimos diez o doce años,
aunque lo hacía solo durante sus ratos libres. A la fecha, estimaba tener
cuando menos media centena de cuentos, cuatro novelas, cientos de narrativas y
no pocos manuales de oficios y textos universitarios, todos los cuales escribió
siempre con un propósito meramente altruista, consumatorio, y nunca con la
ilusión o la esperanza de hacerse rico o millonario, pues sabía, dicha
profesión jamás lo llevaría a ese destino. Era su pasatiempo, aunque en cada
palabra que con su pluma trazaba, Miguel ponía su alma y su corazón.
Y es que aunque se complacía escribiendo distintos géneros literarios, que en nombre de la libertad proclamaba, como autor procuraba siempre incluir en sus piezas algún mensaje altruista; de evolución, de crecimiento personal, humano, sin intentar en absoluto parecer un enorme Viktor Frankl o un Cohelo brasileño. Simplemente, Miguel, el de las fantásticas fumadas, como algunos lo reconocían en su círculo, en el barrio, dadas las extrañas e imaginativas maneras que siempre encontraba para llevar ese tipo de mensajes a sus lectores.
Así, campaneando entre ética, moral y valores humanos, y las filosofías de Sócrates, Confucio, Jesús y otros auténticos humanistas, aunque cuidando de no caer en fanatismos religiosos para no convertirse en otro merolico de la religión, según explicaba, Miguel llevaba a sus lectores fabulosos mensajes pletóricos de realidad, los cuales aquellos, más allá de leer, experimentaban, vivían, dado que con su lectura, él los llevaba de sus pupilas a atravesar gran diversidad de momentos sensacionales, harto llenos de cotidianidad.
En ocasiones, fabulosos y fantásticos casi, tal primorosos puentes de piedra en arco sobre espléndidos estanques de blancos cisnes y lirios amarillos, en esplendorosos jardines victorianos pletóricos de flores; en otras, con una fémina de cabellos sueltos al viento, inmaculado y vaporoso vestido de blanco algodón, danzando descalza sobre mullida y fresca grama, con cuerdas de violín y cello resonando en el aíre, bajo el apenas cálido sol de la media tarde en algún rincón de Huehuetenango, quizá la Capellanía, o de Alta Verapaz, a las márgenes de Semuc Champey, o El Boquerón, allá, en San Marcos.
Sin embargo, cuando su mensaje iba dirigido a políticos corruptos, aunque personalmente confesaba que no existían de otra clase, sucedía todo lo contrario, y entonces en vez de aquellos primorosos paseos, sus mensajes eran transmitidos en forma de personajes atados de pies y manos con lúgubres y pesadas cadenas, siendo arrastrados en calles y avenidas pletóricas de baches por enormes camiones blindados de transporte de dinero que emulaban a los caballos y carretas del viejo oeste; en otras ocasiones, su pluma los retrataba desnudos, sucios, pálidos y pellejudos, sin más que billetes en la mano y rodeados de hambrientos y feroces perros callejeros adentro de la mismísima piscina olímpica de zona 5, intentando reflejar y actualizar escenas vividas siglos atrás en el coliseo romano.
Su maravillosa habilidad para paisajear los hechos con la pluma, textos en blanco y negro realmente, llevaba no pocas veces al colectivo social a decir que Miguel más bien debería llamarse Miguel Ángel, en alusión al Buonarroti, pues más allá de una pluma en sus manos, pareciera tener un pincel de pelos de kolinsky.
Amante de su país, aunque más de sus parajes, su clima y sus paisajes, Miguel desbordaba dibujando y pintando con letras cada rincón del mismo. Desde cotidianas vivencias en las playas sobre el pacifico, Chapetón y Las lisas en especial, hasta la faena agrícola de los hombres de maíz en las hortalizas de mil verdes en Patzicia y Zunil, sin obviar las osadas aventuras de turistas y vecinos a bordo de pequeñas embarcaciones en Atitlán o en las playas de arenas blancas sobre el Caribe o bien el éxtasis de unos y otros cuando finalmente llegaban a la cima de la monumental Danta, con sus 72 metros de altura, en El Mirador. Por supuesto, las tertulias vespertinas con taza de café en mano, en Antigua Guatemala, ante la majestuosidad de sus volcanes circundantes, siempre tenían un lugar especial en sus letras.
Una pluma pródiga cuyos textos semejaban magníficos arcoíris entre verdes montañas coloreadas con el trino de mil aves y cien aguas recorriendo y burbujeando entre piedras, con su bshr, bshr, bshr que otro dibujara un siglo atrás.
Sin embargo, luego de cuatro o cinco días después de enterarse de aquella convocatoria, cuando Miguel se ocupó con seriedad del tema, según me confesó, tropezaba con el dilema del tema con el cual participaría, no con el mero y simple afán de ganar, sino mucho más allá, de conquistar, convencer y llevar peldaños arriba en la escalera evolutiva a alguna parte del público que seguramente leería lo que él propusiera.
El país atravesaba en esos instantes una diversidad de agobiantes problemas. En el ámbito ambiental, en el que las altas temperaturas, múltiples incendios, inmensas plagas de zancudos y mosquitos, dengue y demás enfermedades, que exigían además espirales insecticidas humeando dentro de las casas, hacían de la rutina diaria una auténtica tragedia para la población. Era ya casi un mes de ininterrumpidas temperaturas superiores a los 30 grados centígrados
Por otro lado, en el ámbito social, especialmente el político, luego del proceso eleccionario presidencial de pocos meses atrás, las acciones y reacciones legales, los alegatos en relación con el resultado no cesaban, y empezaban a hastiar a cierta parte de la población, pero además, en lo personal, y sin duda importante, Miguel estaba siendo víctima por desconocidos que usurpaban un terreno que había recibido en arrendamiento por el Estado, y ante la desestimación de su denuncia, debía enfrentar la innegable extorsión.
Tres temas de entre los cuales él, sin lugar a dudas, podía hilvanar y coser cientos de temas más, sin contar con los conflictos mundiales que azotaban desde Israel hasta Taiwan. Sin embargo, no creía fuera oportuno participar en el certamen con un tema tan candente, por lo que se inclinó por el problema medioambiental, especialmente por el reciente nombramiento de uno de los ríos del país como uno de los 10 más contaminados y contaminantes del planeta.
Una bofetada —me confesó — para quienes como él, se esforzaban y no pocas veces ufanaban por su contribución al medio ambiente, una vez participaban asiduamente en acciones de limpia y rescate de ríos y lagos, reforestando ciudades y áreas remotas tal el Corredor Seco, cuidando el agua y realizando muchas otras acciones positivas y loables que propiciaban finalmente establecer alguna relación armónica con el planeta. Con nuestro hogar.
Según me contó, había delimitado el tema de su propuesta a: la basura en los ríos, pues según decía, era una costumbre arraigada de muchísimo tiempo atrás, y que él mismo se percató, empezó a ser problema en realidad con la llegada del plástico y materiales similares como el aluminio, el PVC y demás resinas a hogares, industria y comercio, quizá no más de 50 años atrás, cuando estos empezaron a sustituir al papel y el cartón.
Nos
reunimos otras 4 o 5 veces en las semanas previas, tanto durante el café
vespertino, a solas, como en la taberna del centro histórico; sin embargo, era
cuando estábamos a solas que con entusiasmo me contaba de sus avances en su
propuesta literaria, la cual, según sus propias palabras, empezaba a obtener
algún colorido y, principalmente, un mensaje con glamour pero contundente.
Le ocupaba, y mucho, plasmar ese pregón altruista de intentar incentivar y propiciar el desarrollo humano y social en sus lectores; y cuando yo leía los pocos párrafos que me compartía, más allá de sentir cierta admiración por sus dotes, confieso, sí, me sentía motivado a ser mejor persona. A esforzarme por subir algún peldaño más en la escalera, que me llevara a niveles superiores de evolución, aunque como él decía, no para ver a los otros desde arriba sino para tenderles la mano y ayudarlos a subir.
Recuerdo a la perfección uno de los varios mensajes que me dio oportunidad de leer: “Nos urge aprender a relacionarnos de manera armónica con el planeta”. Agregando, aunque no cito textualmente, que no era suficiente la relación armónica y en paz con el prójimo, sino también con uno mismo, con algún Dios y, claro, con natura. Con el río, el sapo y la piedra, tanto como con la luna y el universo. Una propuesta de desarrollo a la que incluso le había puesto nombre, pero se negaba a compartirlo. Aún.
Era tanto escritor como soñador y poeta, incluso noble, al extremo que confiaba y era fiel discípulo del gobierno, en cuyos principales funcionarios tenía fe ciega en relación al cumplimiento de sus obligaciones y responsabilidades como tal, en beneficio de la población. Y aunque yo siempre le advertía que eso no era así, que en realidad la mayoría de funcionarios se limitaban a cumplir con sus horarios para obtener como mínimo su sueldo, él insistía; sin embargo, a partir de cuando su denuncia había sido desestimada, algún cambio tuvo en esa perspectiva de funcionarios responsables. De hecho, luego de ello, en no pocas ocasiones le escuché tildarlos de ignorantes; en especial a los del equipo que le desestimaron.
Y aunque como he contado, nos reuníamos a solas, frente a tazas de café, ninguno de los dos podíamos negar que nuestro punto de encuentro favorito era la taberna en el Portal del Comercio, entre el pueblo auténtico. Una vez ahí, la cebada y el lúpulo mezclados con alcohol y tostadas aguadas con guacamol desinhibían a los comensales, y les permitía elucubrar y parir de manera más sincera sus pensamientos sobre esa realidad que un par de copas dibujaban en el escenario de los sueños y las ilusiones.
Miguel en realidad era fanático del lugar, pues ahí tenía la gran oportunidad de escuchar y retratar con su pluma aquellas ricas conversaciones filosóficas que resaltaban de entre la multitud de parroquianos que, tarro en mano, pregonaban desde sus asientos la solución perfecta a los problemas de seguridad, de economía, de trabajo y hasta de hegemonía y dominio en el mundo que el gobierno enfrentaba y los guatemaltecos debíamos asumir.
Aunque claro, no faltaban entre aquellas mesas y sillas las dos o tres parejas que inmunes e indiferentes al fervor, a la fiesta cívica que la taberna albergaba, se dedicaban en exclusiva a contemplarse y complacerse mutuamente en sus pupilas, y detrás de ellas, en sus pensamientos, intenciones y deseos que pocas horas después satisfarían en otro entorno alejado, privado, exclusivo para ellos.
Claro, llegar, permanecer y salir de aquella taberna era todo un ritual pletórico de misticismo, pues recordábamos siempre que ahí mismo, un siglo atrás, otro Miguel, el primero, hizo entonces lo que nosotros ahora hacíamos. Curiosamente, también Ángel por segundo nombre, aunque ya no aquel Buonarroti de pinceles con pelos de kolinsky sino el de…”alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre”.
Pocas semanas después, una vez pasó la semana mayor, quizá a mediados de abril, nos reunimos por enésima ocasión en la taberna. Me contó que ya había finalizado su propuesta literaria y que pronto la enviaría al certamen. Derrochaba el entusiasmo del niño tanto como del adolescente cuando terminaban su ciclo de clases, aunque aún no sabían si habían aprobado o no los exámenes de fin de año, lo cual sería en algunos cuantos meses. Pero a Miguel le satisfacía sobremanera saber que su pregón de desarrollo era claro y contundente, lo cual se convertía en su mejor premio.
Luego de esa otra tarde de tarros y diminutas tostadas aguadas que degustamos en tanto escuchamos a un grupo de parroquianos haciendo vibrar las teclas de hormigo, no volvimos a reunirnos.
Dos o tres semanas después, por la mañana, Miguel me llamó por teléfono contándome que estaba en Retalhuleu, desayunando en un restaurante de comida rápida a orilla de carretera, y que iba rumbo a las costas de San Marcos; sin embargo, el motivo de su llamada fue anunciarme que aún no había enviado su propuesta, por dicha, ya que el conducir en soledad durante cerca de 5 horas en la carretera custodiada por cañaverales extendiéndose hasta el infinito, camiones de ingenios jalando hasta 4 jaulas, intrépidos e impetuosos pilotos de Esmeraldas, embotellamientos de tránsito a cada poco desde la entrada a Chicacao hasta el mismísimo sitio donde desayunaba, resultaron para él en la magnífica oportunidad de recordar y repasar mentalmente sus textos, y elucubrar y parir nuevos. Lo cual le habría permitido visualizar nuevas perspectivas a incluir en su propuesta literaria.
De hecho, me advirtió que en sus próximas 3 horas de viaje seguramente podría parir otras, y que sería entonces a su regreso cuando las intercalara entre los párrafos de lo que supuestamente ya había terminado. Un escritor nunca deja de escribir, ni cuando termina, me decía reiteradamente.
Exactamente, no me dijo qué cambios o nuevas ideas había parido, pero se le escuchaba vibrante, entusiasmado, lleno de esperanza por un mundo mejor, lo cual me transmitió entonces que su mensaje para la humanidad también era mejor ahora.
Luego de esa charla telefónica no volvimos a comunicarnos. De hecho, yo le llamé un par de veces a los 3 o 4 días, cuando supuestamente ya estaba de regreso, sin embargo, no obtuve respuesta.
Insistí
llamándolo durante varios días, hasta que decidí ir a su casa a buscarlo. Su
hermano salió a recibirme, y me contó que ellos, su familia, también habían
perdido toda comunicación con él desde que había ido a la costa para ver de
arreglar lo del problema de la usurpación que le habían desestimado.
No sabían nada de Miguel, e incluso habían ido hasta allá para averiguar de él, y aunque algunos vecinos dieron fe de que lo vieron llegar, nadie pudo dar más razón de él. De hecho, su auto tampoco aparecía.
La familia temía lo peor, pero no sabían a quién o qué institución acudir en el país. No confiaban en alguna. Máxime que eran de los pocos ciudadanos en el país que aún recordaban el caso de Chojoco, quien inocente, falleció en la cárcel El Infierno luego de 9 o 10 años preso sin que siquiera hubiese sido condenado.
Adicionalmente,
en el país era secreto a voces que solo los crímenes mediáticos y contra
ciudadanos extranjeros de potencias mundiales se investigaban y resolvían con certeza
forense; los de otros, ciudadanos comunes y corrientes, se resolvían desestimándose.
FIN
NOTA: Capítulo I, texto de la noveleta que escribo y que publiqué ayer 13 de octubre en este mismo blog con ese nombre: Capítulo I, ha alcanzado 164 lecturas. Muy agradecido con tanto lector.
Recuerden, cuando llegue a las 2 mi lecturas, compartiré el Capitulo II, que advierto, os entretendrá sobre manera.
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