Noches de ellos!

En las noches, cuando el canto de los grillos ha cesado y la única luz proviene de las estrellas mudas, los demonios empiezan a invadir mi habitación. Uno a uno empiezan a salir de entre las paredes, del closet, de debajo de la cama y hasta de entre mis almohadas. Algunos ríen en tanto otros se carcajean sin desparpajo alguno. Colgándose de las sábanas terminan por subirse a la cama, donde empiezan a brincar sobre ella y sobre mí, de igual manera: riéndose a carcajadas. Al parecer, para ellos yo no existo, no me ven, prefiero pensar; pues, imaginen ustedes lectores cuán doloroso para mí será pensar que aquellos, los tales demonios, mis demonios, lo hacen a propósito en clara burla a mi persona.

¿O es acaso que no son mis demonios? ¿Son acaso vuestros demonios los que han empezado a venir hasta acá, a mi plácido lecho, a interrumpir nuestra amena comunión nocturna con Morfeo? De ser sus demonios, ¿cómo es que yo les permito ingresar? No, señores, son míos; y por lo tanto, prefiero pensar, aunque quizá sea mejor decir, soñar, con que no me ven, con que yo no existo, o bien pensar que son solo juegos inestables de mi mente los que los paren.

Si, juegos ilusorios de risa, de congoja, de alegría o de tristeza, no sé, pero son míos. Inestables como la vida. Los pare mi mente y entonces deben obedecerme. Es hora ya de que regresen a sus paredes, métanse debajo de la cama nuevamente, bájense y dejen de fastidiar. Morfeo me exige frente a él para completar la partida de sueño que iniciamos: CD5.

Pero no. No son obedientes. Tienen libre albedrio, total potestad al parecer, para hacer y deshacer conmigo y con todo lo que en esa habitación hay, pues una vez abro la puerta, los veo salir y empezar a hacer y deshacer con toda la casa tal como lo hacen en la habitación. Razón de más para que yo ya no les abra la puerta. El caos de la habitación lo resuelvo en diecinueve minutos, los he contado, por la mañana; el de la casa, quizá me tomaría hasta media tarde. 

Pero es el caos en mi mente el que me agobia. Ese desorden que causan, más allá de con sus burlonas risas, bailes y sandeces frente a mí, con esa abrupta ruptura que rasga de tajo el abrazo que a esas horas de la noche he logrado con Morfeo. Me saca totalmente de quicio. 

Algunos de tales demonios, a mi derecha, me jalan de brazos y piernas, en tanto otros, a izquierda, mis almohadas, y con ellas, a Morfeo, con tal insistencia que, como he advertido, rasgan de tajo nuestra comunión. 

He amanecido nuevamente ojeroso, pálido y quejumbroso ante tal desesperante situación, sin embargo, la pluma, sí, la pluma, ¿dónde está la pluma...? Oh no, se la han llevado. Ah, no. Acá está. Es parte del caos que les comenté tales demonios hacen. La pluma estaba sobre el suelo, bajo la mesa de noche. Pero ahora mismo la tomo. La blandiré sobre blancas hojas trazando mi victoria. 

!Demonios... adiós¡ !Adiós demonios¡





Comentarios

  1. Que nunca se pierda esa pluma que a diario nos entretiene con sus cuentos...

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