Adultos VIII
No eran más allá de las 7 de la noche, pero ya estaba oscuro. Además, llovía así, como sin querer llover. Una lluvia que iba y venía, por segundos fuerte y al rato sin una gota, para de nuevo en pocos segundos alguna llovizna más. Las luces, que empezaron a titilar veinte minutos atrás, finalmente se interrumpieron cuando un fuerte rayo golpeó camino a Ocós, según calculo por el resplandor del imponente chispazo blanco cuando arrancó de su tediosa calma al ocaso.
No siendo creyente de fantasmas ni de espíritus chocarreros, y literalmente sin nada qué hacer ante la oscuridad que envolvía y la lluvia que impedía pensar en salir a caminar, me senté sobre la vieja silla mecedora al lado de la ventana para contemplar en soledad la tempestad que de a poco se asomaba.
Flotaba en el ambiente algún frío seco, aunque propio de la época, pero para el cual yo aún no me había preparado. Ello me obligó a levantarme de la silla e ir a la habitación en búsqueda de un sweater y una bufanda. Quizá también la gorra de franela. Iba de camino cuando escuché maullar a mi gato. Lo llamé, pero no obedeció. Entre machos, nos aguantamos, me dije, y no le puse más atención. Me dirigí a la alcoba por las prendas. Aquel, sin embargo, continuó maullando. Extraño, pensé. Pero como macho, que se aguante.
Cuando volvía, ya con el sweater, la bufanda y la gorra puestos, nuevamente lo escuché. Ha de tener miedo, pensé, y empecé a buscarlo con ayuda de la lámpara del celular. Pronto lo encontré. Estaba justo frente a la puerta de ingreso, pero tenía algo entre sus garras que mordía y comía; era carne, sin duda, pues había manchas de sangre en el piso. Pero no era un pájaro ni un ratón, como por lo general acostumbraba. Era un trozo de carne como una salchicha, una empanada o una lengua. Sí, era una lengua. Una lengua humana. El gato la devoraba en tanto me volteaba a ver con recelo sobre aquella sangre en el piso que le hacía resbalarse. Se retorcía con el trozo de carne entre sus fauces y sus garras. Era una escena desconcertante.
Intenté ver algún rastro de sangre que me condujera al inicio, donde probablemente habría un cuerpo sin vida o quizás no. Quizás era de alguien aún vivo, aunque incapaz de llamar o pedir auxilio. Sí, había un rastro de sangre, débil, pero se miraba que lo había llevado desde afuera de la casa, sin embargo, con la lluvia, aquel rastro se había desvanecido.
Me encontraba de pie intentado iluminar hacia la calle, ahí en frente de la casa, para ver si lograba ver algo. No. Nada. La luz del teléfono no era suficiente. Me di vuelta para ingresar, y cuando dirigí el haz de luz hacia el gato, esté ya se relamía los bigotes, pasando ocasionalmente su lengua sobre el piso. Sin embargo, justo empezó a levantar su cuello intentando ver hacia afuera. Busca más comida, pensé. Quizá vaya hasta donde está el cuerpo dueño de la lengua. Efectivamente, a los dos o tres segundos irguió su cola y salió por la puerta, por su actitud victoriosa, seguramente en pos de más comida. Volteó a verme y maulló nuevamente. Luego, continuó su camino, sin prisa, como sabedor que su presa no se escaparía. Lo seguí entonces, aprovechando que la lluvia amainaba justo.
Como a quince metros de la casa, quizá más, tal vez 20, se metió entre una pequeña abertura en la pared donde no pude seguirlo. Pero ubicándome, me percaté en ese momento que me encontraba justo detrás de la morgue del pueblo. De inmediato corrí hacía la esquina, para luego doblar a derecha y otra vez a derecha para llegar a la morgue por el frente, y avisar al personal de turno lo que estaba sucediendo.
Cuando llegué, la puerta estaba abierta y tampoco tenían luz. Entré corriendo alumbrandome con el teléfono. En un escritorio justo al lado de la puerta de los congeladores estaba, de espaldas, un médico, lo cual deduje por la bata blanca con que vestía. Le hablé apresuradamente, y cuando él volteó, vi que tenía a mi gato meciéndolo entre sus brazos. Extrañamente, sonreía, pero en eso vi también que de su boca manaba sangre.
Terrorifico. Cabal para leer en noche de Halloween.
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