No premiado. 3, 9 o 234.

Las agujas del reloj rondaban apenas las 6:00, 6:15 de la mañana y ya se me hacía cuesta arriba iniciar con dinamismo y energía la faena del día dadas las altas temperaturas que azotaban la región.

El sol, aunque aún sin brillar en todo su esplendor, esparcía sobre la ciudad sus ya más que cálidos rayos, ardientes llamaradas.

La bruma espesa, caliente y aguada se colaba entre las ropas interiores con que nos habíamos acostado la noche anterior, sin nada más que una liviana sábana de algodón en la cama; e incluso, a ratos, bajándonos y recostándonos sobre el frío y duro piso, intentado mitigar de alguna forma ese calor húmedo y pegajoso que se asentaba sobre el valle. Y ahora, al despertar, la diferencia era únicamente más calor.  

Por si fuera poco, los constantes avisos de riesgo extremo ante la contaminación del medio ambiente, con indicadores científicos de calidad del aíre no inferiores a: extremadamente malo, así como las reiteradas advertencias acerca de enfermedades transmitidas por zancudos, tal el dengue, la chikungunya y el paludismo, abrumaban al más insensible de los mortales.

La ciudad, el país todo, inmerso en esa inmensa, pegajosa y caótica burbuja de bruma y aire caliente era sacudido también por infinidad de incendios forestales de norte a sur y de este a oeste, los cuales contribuían por demás a la desagradable situación ambiental; por si fuera poco, y a pesar del perenne y ya casi agónico clamor de los cenzontles y el alto y lejano vuelo de azacuanes, la época lluviosa, que debía haber dado inicio desde semanas atrás y devolverle su frescura y verdor al país, se resistía por completo a dejar caer sus preciadas gotas. A enriquecer y dar vida a ríos, lagos y lagunas. A la vida misma.

Ni qué decir de los viajes o salidas en el automóvil para recorrer dos o tres kilómetros dentro de la ciudad, donde el tránsito desbordando la capacidad vial y la educación y sensatez de pilotos y pasajeros causaban sendos y trágicos embotellamientos, obligando a los citadinos a permanecer encerrados durante horas en sus autos, bajo aquel ardiente sol.

Más allá del cambio climático,  el agobio climático, de proporciones apocalípticas, resonaba en todos los rincones de la ciudad y de los cientos de pueblos en el país, según se escuchaba en toda conversación, ya fuera en tiendas, cafés e incluso iglesias y gasolineras, tal como también lo hacían saber los miles de comentarios emitidos a través de las redes sociales, noticieros y programas de radio. Incluso, de parte del gobierno se escuchaba su intención de decretar estado de calamidad. La confusión y el aturdimiento latían. Vibraban en el aíre. Sin embargo, de manera inesperada, de entre ese mundo de información por demás caótica acerca del momento, el cual alcanzaba niveles de auténtica tragedia cuando era preciso encender espirales de repelente contra mosquitos y zancudos dentro de casa, de manera fortuita y sorprendente surgió una fabulosa noticia para mí. Y asumo, para muchos otros.

Sí, a través de las redes sociales me enteraba acerca de la convocatoria a su enésima edición que una prestigiosa fundación cultural y educativa del área hacía de su certamen literario. Confieso, saber de ello fue una inesperada lluvia torrencial de aguas frescas que me arrancaba momentáneamente de aquel perenne agobio.

Sí, de pronto, intempestivamente, con esa convocatoria mi día se convertía en un paraje verde, de esperanza; de colibríes picando nazarenos, de loros rasgando los cielos con su ronco canto y de mariposas en brillante aleteo.

La ilusión de contribuir con la humanidad dando a conocer lo que de rato ya, muchos otoños, había venido percibiendo en el medio ambiente a causa de nuestro supuesto desarrollo e irresponsable conducta, de nuestra ignorante relación con el planeta, se volvió en ese mismo instante en toda una obsesiva ilusión por participar con alguna propuesta con este tema en aquel certamen. Ya vería luego cómo desarrollarlo y plasmarlo, pero en aquel instante, cuando recién leía acerca de dicha convocatoria, inmediatamente deduje que el mensaje central a transmitir lo tenía claro y definido desde mucho tiempo atrás, y ahora que la oportunidad se presentaba, no la iba a desaprovechar.

Y es que la mismísima asfixiante situación que en la región vivíamos ante el flagelo climático se convertía en la ocasión oportuna, perfecta, para reiterar por enésima ocasión, aunque ahora desde mi pluma, acerca del severo daño ambiental que hemos estado provocando al planeta, y por ende, a nosotros mismos.

Desde deforestación, extracción desmedida de recursos, desbordante y atroz contaminación de ríos, lagos y lagunas que contaminan mares y océanos, hasta el vasto desarrollo industrial, cuyos adversos efectos percibimos en el calentamiento global, el cual abarca hasta lo inimaginable, y que en apenas veinticinco, treinta años ha impactado incluso contra los pueblos más recónditos del planeta, es muestra clara de ignorancia en nuestra relación con el planeta.

De hecho, deforestación y contaminación de ríos han sido, por mucho, las principales causas de nuestra debacle climática en esta región del mundo, dados su ancestral arraigo cultural. Es más, lamentablemente, ostentamos el ingrato privilegio de poseer uno de los 10 ríos más contaminados y contaminantes del planeta; razón suficiente para que sea esta arista en la que me centraré.

Sí, lo sé, estoy seguro, y esto precisamente plasmaré en mi propuesta para el citado certamen. Todos queremos un mejor lugar donde vivir, y el mal manejo de la basura que ahora hacemos nos lo impedirá pronto. ¿Será suficiente?

Disponía de 17 días por delante para escribir aquella propuesta. Y siendo el oficio de blandir la pluma como es, sin esforzarme en ello pero con él en mente, esporádicamente, a gotas, a lo largo de tales días empecé a elucubrar y parir pensamientos acerca del qué decir y cómo decirlo.

Usé el block de notas e incluso mi propio whatsap en el teléfono para anotar las distintas ideas que me surgían, incluso a media noche, cuando de súbito despertaba pensando en aquella ilusión literaria a la que me enfrentaba.

Recordar las bolsas plásticas arrojadas a barrancos atoradas entre las piedras de los ríos desintegrándose en micro partículas me aturdía. Y pensar en las montañas de plásticos y demás basura que varias veces había visto en las playas sobre el pacífico a inicios de la temporada de lluvia, que eran llevadas hasta ahí arrastradas por las aguas de ríos a su paso por distintos pueblos y aldeas me estresaba, me incomodaba, sin embargo, era preciso tomarlas en cuenta y mencionarlas en mi propuesta. Era preciso hacerlo.

Pensaba entonces que mi propósito final debería ser persuadir a quienes leyeran mi propuesta para que modificaran su conducta y ya no tiraran su basura a barrancos y ríos. Y eso solo sería posible proponiéndoles alternativas sin costo o de muy bajo, pero, ¿cuáles, cómo? ¿Qué podría proponerle a la gente que fuera realmente eficiente y les entusiasmara a hacer algún cambio en su conducta?

De escritor, poeta y loco todos tenemos un poco, reza un viejo refrán, sin embargo, planteándome tales dudas, debía hacerla también entonces de sicólogo y quizá de antropólogo, pues necesitaba intentar entender y comprender por qué muchos connacionales simplemente tiran su basura a ríos y barrancos sin importarles en absoluto el daño que causan. ¿Lo sabrán?

Me trasladé a la época de mi infancia, allá en el pueblito, cuando la energía eléctrica era generada por inmensas ruedas de agua o pequeñas Peltón que giraban gracias al desplazamiento o el ímpetu del agua sobre sus paletas, y vi que en aquel entonces era práctica común tirar la basura en tierras a campo abierto, barrancos e incluso en ríos, por lo que yo mismo, deduje, tiré en más de una ocasión basura al río. Todos los hacíamos. Era la costumbre. No existían servicios municipales al respecto y menos aún, privados.

Sin embargo, abriendo más los ojos, vi también que la basura en aquel entonces se componía básicamente de papel y restos orgánicos de comida; ocasionalmente, alguna pieza de vidrio que se había roto, y muy esporádicamente algún artefacto de cocina o similar.

En el caso de los envases de vidrio, que no eran descartables entonces, no se tiraban a la basura pues tenían un valor, y por ende, se cuidaban. De igual manera, los artefactos de cocina, de oficina y similares no tenían una obsolescencia planeada y tampoco llevaban partes de plástico, por lo que su durabilidad era muchísimo mayor que la de cualquier producto similar de hoy.

De tal suerte entonces, la basura no era tan ofensiva al medio ambiente como empezó a serlo a los pocos años, cuando el plástico ingresó a los hogares, la industria y el comercio. A diferencia de aquella basura ancestral, biodegradable en poco tiempo, este, sabemos, es capaz de permanecer indisoluble al menos 150 años en su forma más liviana, pues en envases y similares se dice llega a 450 años. Casi cinco siglos. Quince generaciones de humanos.

El problema entonces no es la basura per se sino el plástico. Y más aún, el hecho que no tenga ningún valor de recuperación, ya que es casi totalmente desechable.

Así, aunque el plástico es el contaminante pionero, paulatinamente se sumaron botellas de vidrio “desechable”, latas de aluminio, duroport, partes de infinidad de artilugios que la modernidad y la prosperidad han impuesto, PVC, nylon, resinas y cientos más. Amén que la población de aquel entonces también se ha duplicado por enésima, y con ella, la demanda y el consumo de bienes que generan: basura. De hecho, una vez abrí los ojos por completo, pude ver también que en la actualidad compramos gran cantidad de basura nueva. En cada bolsa, empaque o envase de nuestros alimentos, ropas y demás, acarreamos basura hacia nuestros hogares. Ni qué decir de las llantas para el automóvil.

Por otro lado, dimensioné también que en las ciudades muchos vecinos contamos con servicio de recolección de basura y podemos pagarlo; lo cual no es así en todos los casos. Menos aún allá, en municipios, aldeas y caseríos, donde la alternativa entonces vuelve a ser: el río.

Pensándolo detenidamente, comprendí que el río resuelve el problema de comodidad, pues para todo mundo la basura es incómoda. Debemos deshacernos de ella, a como dé lugar. De hecho, si los trenes de aseo municipales en la ciudad fallarán, muchos volveríamos al pasado y caeríamos en la misma situación. Y como no podríamos tirarla simplemente a la calle o a la casa del vecino, pues otra vez al río, al barranco u otro sitio alejado, pero igualmente, potencialmente contaminable.

La basura moderna contamina. Todo.

De a poco, mi angustia se acrecentaba, pues los días pasaban y no encontraba alguna solución para proponerles a mis lectores, los cuales por cierto empezaba a imaginar por decenas. Debía encontrar esa solución, y pronto, pues de lo contrario no habría propuesta.

Me encontraba en esas, entre frustrado y desesperado por no dar en el clavo que solucionara, cuando escuché de otro problema que agravaba el medio ambiente en la región: la polución que genera el parque automotriz.

Sin duda, otra arista importante que no consideré en el inicio, y sin duda alguna, harto también difícil de solucionar. Potencialmente, se vislumbra el transporte colectivo.

Sin embargo, estando yo en ese momento aún pendiente de identificar la solución al problema de la basura, opté por desentenderme de esa otra. En caso resolviera de manera oportuna este, y si aún tenía tiempo, retomaría la nueva para incluirla más adelante en mi propuesta.

Sin embargo, convenciéndome de mi ignorancia en la solución que buscaba, decidí dedicarle más tiempo y tomar el fin de semana para investigar más.

Conversé con amigos y busqué en la web al respecto. La mayoría de modelos implementados en otros países, desarrollados, resultaban difíciles de adoptar en la región, tanto por costo como por cultura. Sin embargo, esa somera investigación me permitió comprender que si algo era realmente importante, era no solo trasladar la basura de un lugar a otro, para descontaminar allá pero terminando con contaminar acá sino, por lógica, lejos de transportarse: debía procesarse. Los vertederos municipales son solo una solución parcial, de paso.

Revisé también algunas tesis universitarias, sin embargo, las que leí, describían a perfección los problemas que la basura genera, pero ninguna aportaba soluciones más de las que la ley manda, por lo que decidí revisar también la legislación actual, donde sí, sin lugar a dudas, se establece la solución. Las municipalidades son las responsables de llevar a cabo la gestión de recolección y traslado a vertederos, donde debe ser procesada.

Entonces, finalmente, empecé a ver el otro lado de la luna.

Legalmente, el problema ha sido solucionado, pero la falta de voluntad política y genuino interés social así como la corrupción que arrebata cuantos fondos públicos aparecen son causas fundamentales para que dichas leyes no se cumplan y ostentemos así uno de los 10 ríos más contaminantes y contaminadores del planeta.

De solventar tales problemas: volver a la práctica común de ética y moral, de la mística de trabajo y responsabilidad, del respeto mutuo, entre otros, la solución está, existe, y pasaría por un tren municipal de aseo y recolección de basuras clasificadas en casa, llevándolas luego hacia vertederos donde pueda ser comprimida y procesada como materia prima para la agricultura y la industria. El ciclo perfecto.

Claro, emergerán otros problemas, amén del costo económico de la actividad y su financiamiento, tal puede anticiparse con el pésimo arraigo cultural y ahora la antojadiza interpretación de DDHH, sin embargo, siendo que todos anhelamos un mejor lugar donde vivir, se infiere que más allá de dar un trato eficaz al proceso de la basura, debemos también cimentar paz, armonía y respeto con los vecinos para alcanzar una sociedad plena, en desarrollo.

Para mi tristeza, desistí entonces de presentar propuesta alguna en aquel certamen, pues me avergonzaba haber descubierto, aunque por enésima, el agua azucarada.

Es decir, comprobar que es nuestra mismísima pobre calidad humana, con el acompañamiento de autoridades irresponsables y nada dignas, irrespetuosas e irrespetábles, incapaces de conducir y consolidar una sociedad vibrante, en desarrollo pleno, fuera en realidad causa también de la debacle ambiental que nos azotaba. Tanto acá, en nuestra región, como evidentemente más allá, donde el sol alumbra cuando acá intentamos ver las estrellas.

Nos urge aprender a relacionarnos con el planeta.

FIN

Comentarios

  1. Triste ver la situacion del planeta. Hay que empezar por uno mismo....

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